Afganistán como cuna de la política exterior estadounidense

(LeMexico) – Casi 20 años de guerra e intervención extranjera en Afganistán resultaron en derrota. Después de aproximadamente 800,000 millones de dólares en gasto militar y reconstrucción del país por parte de Estados Unidos y de la pérdida de lo que se estima ser 116,137 vidas de las cuales 47,245 fueron civiles; 66,000 corresponden a las fuerzas armadas afganas; 2,448 soldados estadounidenses; y 444 cuerpos humanitarios, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN deciden retirar sus tropas y ceder una paz negociada al régimen talibán.

Sin duda, los restos de la política exterior de Estados Unidos durante la Guerra Fría desaparecen con esta decisión y, así como decidió el destino de Afganistán en el 2001 con la entrada de las tropas de la OTAN a territorio afgano, lo hace una vez más con su retirada. Ahora, consolida su rumbo abiertamente nacionalista y unilateral.

Si analizamos de manera más profunda la situación, podríamos llegar a considerar que el resultado de esta guerra no fue del todo sorpresivo. El conflicto cada vez más prolongado, las estrategias militares fallidas, la lucha por el posicionamiento geopolítico, la necedad y recelo sobre la victoria, los altísimos gastos militares y la protesta social sobre los estragos sociales de la guerra nos remontan a lo sucedido durante Guerra de Vietnam.

Ahora, con el cambio de discurso nacionalista y unilateral en la política exterior de Estados Unidos que se venía gestando desde el gobierno de Donald Trump, Afganistán es dejado a su suerte con una sociedad devastada e inestable que deberá construir un Estado a partir de las ruinas como resultado de una guerra que jamás debió suceder.

Una vez más, comprobamos que el intervencionismo y la occidentalización solo han sido estrategias de neocolonialismo opresoras de la identidad nacional. Por eso, aunque la guerra terminara en derrota, el perdedor más grande ha sido Afganistán y su gente, mientras que todo el proceso del conflicto sirvió en su momento para satisfacer el interés nacional de supremacía de Estados Unidos y su discurso intervencionista de política exterior.

No podemos negar que Afganistán obtuvo ciertos beneficios de la intervención estadounidense, especialmente desde la parte social. La aparición de la República Islámica de Afganistán en el 2001 como gobierno democrático con respaldo occidental, permitió la entrada de importantes cambios como la derogación de la Sharia, la integración de los derechos civiles y el reconocimiento de derechos a la mujer.

La irresponsabilidad de Estados Unidos en su partida de Afganistán, crea un retroceso en aquellos cambios que se hicieron hace 20 años sobre los cuales se había creado una sociedad con mayor democracia y libertades. Con la entrada del régimen talibán a Kabul, miles de afganos han decidió emigrar a otros países para continuar viviendo bajo mejores condiciones sociales y políticas, lejos del miedo.

El proceso de salida de Estados Unidos ha sido una contrariedad enorme a los valores que profesa. Primero que nada, la paz se negoció directamente con el régimen talibán sin considerar o solicitar la presencia del gobierno oficial de la República Islámica de Afganistán, creando así el Acuerdo de Doha, una traición un tanto inesperada a la promesa prolongada de liberar a este país de los talibanes cuando en 2001 se emprendió la campaña militar bajo el objetivo de eliminar al régimen del terror e instaurar un régimen democrático sostenible.

Ahora, Estados Unidos sólo ve perdidas y ninguna ganancia en Afganistán, por lo que decide centrarse mayormente en asuntos internos, considerando su situación política y económica durante la pandemia del COVID-19, y ha considerado que su tarea ha culminado al eliminar a los responsables del 9/11. Además, en el Acuerdo de Doha se estipuló que el régimen talibán no se aliaría ni permitiría a ninguna otra organización terrorista en su territorio (especialmente Al-Qaeda); que no habría ningún ataque o atentado contra EE.UU; que no se interpondría en la salida de las tropas estadounidenses y de los miembros de la OTAN; y que negociaría la transición política con el gobierno oficial.

Habiendo negociado estas cuestiones que eran motivo de preocupación por parte de Estados Unidos, su tarea en Afganistán habría terminado. Claramente, esta no fue una decisión democrática, la opinión de los afganos, además de los estragos económicos, morales y sociales fueron omitidos de manera deliberada, dejando a esta sociedad en manos del régimen talibán, quienes ahora se encuentran en pánico bajo la incertidumbre y poca fe de las promesas de los talibanes de ser más moderados.

Era claro que el gobierno de la República Islámica de Afganistán no podría sostener la situación sin ayuda internacional. La rendición era inevitable. Cada vez se enviaban menos soldados estadounidenses a Afganistán dadas las constantes bajas de presupuesto en los últimos años. Por lo tanto, también se reducía la cantidad de insumos militares requeridos para combatir a los talibanes.

Asimismo, los fallos en las estrategias militares eran desmotivantes para las fuerzas armadas y para el gobierno, ya que en los inicios de la guerra se dio una sustitución de la armada afgana por la estadounidense y. posteriormente. se planteó la capacitación de la milicia para poder sostenerse por sí misma.

Sin embargo, el ejército afgano era consciente de los cambios de presupuesto por parte de Estados Unidos, de la enorme cantidad de recursos que poseían los talibanes, además de la reducción del apoyo internacional resultado del aviso de salida por parte de Estados Unidos. Consecuentemente, la enorme desmotivación por seguir adelante y por conseguir fuerza estatal con una guerra prolongada e interminable llevó a la entrega del poder político al régimen talibán.

La respuesta internacional de Estados y organismos internacionales ha sido en su mayoría reprobatoria sobre la irresponsabilidad de Estados Unidos. Países como México, quien es miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, han decidió tomar iniciativa y acoger a refugiados. En el caso del gobierno mexicano, se ha accedido a iniciar el proceso de recepción de los grupos más vulnerables: mujeres y niñas. Esto, a través del canal presente en la embajada de México en Irán. Otros países como Chile, Colombia, Italia, Emiratos Árabes, Reino Unido y Turquía se han unido en esta tarea.

Sin duda, la situación de Afganistán genera amplia incertidumbre tanto para los Estados de la comunidad internacional, como para la misma sociedad afgana. A pesar de que el régimen talibán propone una amnistía, una transición pacífica y una ideología más moderada respecto al islam y su implementación en la población, el mundo se muestra escéptico al respeto de los derechos humanos y aceptación de la democracia.

Como resultado, se prevé una alta crisis económica y escasez de recursos que, en parte, ha provocado la migración masiva de los afganos y el pánico en las calles de Kabul. Por otro lado, falta considerar qué países otorgarán reconocimiento internacional al nuevo Estado Islámico, ya que el otorgarlo significaría la doblegación ante el terrorismo y el no aceptarlo conllevaría a prolongar aún más esta guerra.

Estados Unidos ha tomado una decisión precipitada e irresponsable desechando sus actividades en Afganistán cuando este ya no sirve al interés nacional, dejando tras su paso devastación, incertidumbre, pánico y un vacío de poder importante en la zona al que debemos estar atentos sobre quién lo llenará.

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