Desde la butaca: el triángulo de la tristeza

Tabula Rasa

(LeMexico) – Bien es sabido que la cartelera de cine cada vez es más comercial, con nulos espacios para propuestas diferentes. Incluso la premiada al Óscar a mejor película, la novedosa y sorprendente Todo en todas partes al mismo tiempo, fue exhibida de forma limitada en cuanto a salas y disponibilidad de horarios. Algunas otras de plano no parece que llegarán a las salas de cine, aunque con un poco de fortuna se pueden encontrar en alguna de las plataformas de streaming.

Tal es el caso de la película del director noruego Ruben Östlund El triángulo de la tristeza, ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes 2022, una sátira sobre el poder y el dinero. El nombre de la cinta nos refiere a la expresión de la cara que se forma entre las cejas y que se va marcando con el paso de los años: de la alegría inherente a las personas jóvenes, al triángulo de la tristeza que se va marcando de forma natural. La película de Östlund nos habla del paso de uno a otro en tres actos: primero conocemos a una pareja de modelos; después, es la crónica de la travesía de un yate lujoso; el último viene después que el yate se hunde y los sobrevivientes llegan a una playa desierta.

Un clásico de la ciencia política, Gaetano Mosca, inicia su libro más emblemático, La clase política, señalando que “en todas las sociedades, desde las medianamente desarrolladas, que apenas han lle­gado a los preámbulos de la civilización, hasta las más cultas y fuertes, existen dos cla­ses de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados”, y los primeros, que siempre son unos pocos, son los que monopolizan el poder. En nuestras sociedades, el poder lo tienen los políticos y los millonarios, como lo vemos en el segundo acto de El triángulo de la tristeza.

Esta parte transcurre en un yate lujoso, compuesta de unos pocos pasajeros millonarios y una gran tripulación que está obligada a cumplir con las peticiones de los viajeros, sin importar lo que pidan, eso sí, con una sonrisa permanente. Si a algún cliente se le ocurre que la tripulación debe nadar, entonces todos, incluyendo los del cuarto de máquinas, se tienen que lanzar al mar para cumplir el capricho; si a otra pasajera se le ocurre que como hace mucho calor, la joven que le está atendiendo se debe meter a la alberca, a esta muchacha no lo queda otra más que meterse con todo y ropa, con una eterna (y nerviosa) sonrisa, porque pese a lo absurdo de la petición es incapaz de oponerse dado que ella es simplemente una empleada contratada para atender a la gente del dinero.

Para darse una idea de que la película es una crítica mordaz a los excesos de los poderosos, vemos que un helicóptero viaja exclusivamente para aventar una maleta al agua que contiene algo que uno supone es vital, pero que resultan que son 3 frascos de Nutella para saciar un antojo de un cliente.

En esta parte de la película poco a poco vamos conociendo a los nuevos personajes: el ruso capitalista que se hizo millonario vendiendo mierda, literal, porque su negocio son los fertilizantes; la adorable pareja de ancianos millonarios dedicados a la venta de lo que ellos dicen son “los artefactos que se emplean para defender a la democracia en todo el mundo…las granadas de mano”; el delirante Capitán de la embarcación que está permanentemente borracho (lo que hace pensar en que cuando las cosas funcionan a la perfección, alguien al mando sale sobrando), y que además es estadounidense y comunista; algunos personajes de la tripulación, que por el momento pasan desapercibidos; y la pareja de modelos que conocimos en el primer acto (Yaya y Carl) a la cual le regalaron el viaje porque son influencers famosos.

Anteriormente, previo a los enriquecimientos producto de la especulación financiera, la gente trabajaba duro y con mucha suerte lograba consolidar fortunas y a partir de ese dinero llegaba la fama. Actualmente, en este mundo que anda al revés, hoy los influencers solo necesitan ser vistos en el mundo de los “likes” en las redes sociales para alcanzar la fama, y a partir de ahí, esperan que lleguen los altos ingresos, o por lo menos los regalos y las invitaciones a lujosos cruceros, como en El triángulo de la tristeza.

Los influencers (siempre me he preguntado a quién se le ocurriría esa denominación) son los modernos ídolos que no saben hacer otra cosa que tomarse selfies, pero que delatan La era del vacío (título de una obra indispensable de Lipovetsky) en la que vivimos, donde “estamos en una era donde predomina el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de los comunicados, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor”.

Al final de este segundo acto, el yate queda atrapado en una terrible tormenta, justo cuando están a media cena y ante los bruscos movimientos de la nave la gente empieza a marearse. En este punto, todo el lujo y esplendor desaparece para mostrar escenas dignas de Pink Flamingos de John Waters, donde quienes más sufren con vómitos y otras repugnancias son los millonarios. De hecho, el vómito que expulsa Linda Blair en El Exorcista es nada comparado con lo que vemos en esta película. Cuando por fin pasa la tormenta, el yate explota tras un ataque terrorista con esos artefactos que se emplean para defender a la democracia, granadas.

En el primer acto conocimos a los personajes principales: una pareja de modelos, Yaya y Carl, que viven en lo que el filósofo francés Gilles Lipovetsky ha denominado El imperio de lo efímero.

“En menos de medio siglo, la seducción y lo efímero han llegado a convertirse en los principios organizativos de la vida colectiva moderna; vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, último eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democrática-individualista”.

La película enseña que en el mundo del modelaje hay códigos específicos. Mientras más comerciales (baratas) sean las marcas, los modelos deben de expresar caras sonrientes; mientras más lujosas (caras) las expresiones se tornan serias. Así, el director juega con los modelos para que pasen de una a otra expresión al escuchar H&M o Balenciaga. De esta forma, la analogía queda establecida desde el principio, al estilo Pedro Infante de Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, solo los primeros tienen permitido reír, porque el dinero da poder, pero no felicidad.

El problema para el personaje de Carl es que no tiene dinero, pero debe pagar la cena en un lujoso restaurante. Él reclama que Yaya no hiciera nada por pagarla, siendo que ella gana más que Carl (el modelaje es uno de los pocos ejemplos de profesiones donde la mujer tiene mejores salarios que el hombre). Aquí, sin dinero y sin poder alguno, a Carl solo le queda discutir acerca del papel que ocupa en la relación, el cual es, evidentemente, subordinado.

El tercer acto es La rebelión de la granja de Orwell mezclada con El señor de las moscas de Golding. Ahora son unos cuantos sobrevivientes que terminan en una playa aparentemente desierta, entre ellos Carl y Yaya, el millonario ruso y otros más, incluyendo la jefa de la tripulación y Abigail, una mujer filipina que se encargaba de lavar los baños. Sabemos que algo ha cambiado cuando la jefa de la tripulación le pide a Abigail que sirviera a uno de los millonarios y ella le dice que esa vieja orden era válida en el yate, pero que en las nuevas condiciones todos son iguales. ´

En algún momento, el Capitán dice que “la libertad en la sociedad capitalista siempre permanece igual que en la antigua Grecia: libertad para los propietarios de esclavos”. Abigail encuentra, en principio, la libertad, la que se obtiene al no ser esclava ni estar atendiendo a los millonarios, porque lejos de la civilización, el dinero o los Rolex no tienen ningún valor. Sin embargo, Abigail no pretende emular a Espartaco, ni busca encabezar una lucha de clases al grito de ¡proletariados del mundo, uníos! Cuando se da cuenta de que ella es la única persona que puede atrapar peces y encender una fogata (labores que “usualmente” hacía un hombre), invierte su rol de subordinación, se apropia del poder y le gusta ejercerlo al repartir comida o elegir con quien pasar la noche.

El triángulo de la tristeza se puede ver como una comedia negra, con sus momentos escatológicos; como una sátira al capitalismo y al dinero que ridiculiza a los millonarios; o como lo hemos planteado en este artículo, como una reflexión del poder. Desde cualquier perspectiva, es una película que podrá no gustar a todos, pero que, sin embargo, no deja de ser una interesante propuesta.

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