Alain Touraine: modernidad e hipermodernidad
Tabula Rasa
(LeMexico) – El avance de la vida es inexorable, y cuando llegan los años finales, algunos esperan ansiosamente el momento de la jubilación para que los días sean como el personaje interpretado por Henry Fonda en la película de principios de los años 80, En la laguna dorada, donde su única ocupación es salir a pescar. A otros, por desgracia, aunque quisieran retirarse y descansar, las precarias condiciones de vida que tienen los empujan a seguir trabajando. Los menos, son aquellos quienes, por decisión propia, siguen ocupados en sus labores cotidianas, hasta donde el cuerpo y la mente se los permita.
Ejemplo de esto último es el sociólogo francés Alain Touraine, todo un referente para las ciencias sociales iberoamericanas y que fuera premio Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades en 2010. Publicó su primer libro en 1955, a los 30 años de edad, y el más reciente, fue lanzado al público, ¡63 años después!, cuando contaba ya con 95 años de vida. La lucidez mental que gozaba Touraine, nacido en 1925, le permitía seguir analizando las sociedades contemporáneas hasta su fallecimiento el pasado 9 de junio de 2023.
Touraine dedicó los últimos años de su vida a reflexionar en torno a un concepto que ya había abordado con anterioridad, la modernidad. En 1992 publicó en francés la Crítica de la modernidad (la edición en español salió en 1994), donde ya anticipaba los dilemas a los que se estaría enfrentando la humanidad de fin de siglo.
Lo primero que resaltaba de Crítica de la modernidad era el hecho de que la modernidad había “reemplazado en la unidad de un mundo creado por la voluntad divina, la razón o la historia, por la dualidad de la racionalización y de la subjetivización. La modernidad es diálogo de la razón y del sujeto”. Es decir, una razón que alejaba del entendimiento del mundo la creencia en lo religioso, lo místico, la fe y el dogma. Como señala recientemente Steven Pinker, en Ilustración, era “repudiar la creencia en un Dios antropomórfico que se interesaba por los asuntos humanos”.
En la era del mundo objetivo, mandado por la razón y el mundo subjetivo, donde predomina la libertad personal, se tenía un propósito, por decirlo de alguna manera: en la modernidad, “la humanidad, al obrar según las leyes de la razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad”. Desde esta perspectiva, gracias a la razón, se lograban avances científicos en todos los campos, desde la medicina hasta la producción industrial y, por supuesto, se daba por hecho que la organización política y social también sería parte de este progreso permanente y ascendente, con un toque cotiano y hegeliano.
Es cierto que se presentaron muchos avances, sobre todo científicos y tecnológicos, pero en el terreno político y social las cosas no caminaron igual. Pobreza, miseria, explotación, hambre, guerras, revoluciones, tiranía y dictaduras nos hablan de un saldo negativo. Frente a la euforia mundial por la caída del comunismo a principios de los 90’s del siglo pasado, Touraine ya prendía las luces de alerta anticipando que la globalización no sería la culminación del progreso ni el fin de la historia y por eso hacía una crítica de la modernidad.
Para cuando saca a la luz Defensa de la modernidad, Touraine nos dice que, si hace 25 años debíamos criticar a la modernidad porque era una ilusión pensar que la razón pura (por usar palabras de Kant) nos llevaría al progreso sin fin, ahora lo que debemos hacer es retomar y defender lo que planteaba la modernidad, porque solo así lograremos salir de atolladero en que nos encontramos.
Atendiendo su planteamiento, podemos distinguir que:
“El mundo está dividido en tres zonas: primero, la zona dominada por un capitalismo marcadamente financiero y cada vez más globalizado, donde el poder se concentra en las manos de unos cuantos multimillonarios, los hyperich; luego la zona de los regímenes autoritarios y totalitarios, dominada por el nacionalismo, y finalmente la zona de los movimientos y los regímenes comunitarios e identitarios cuya pasión más intensa es el odio al otro”.
Como podemos ver, esta catalogación divide al autoritarismo-nacionalista de los comunitarios-identitarios (o populistas), lo que une a estos últimos es el odio al otro, al que no tiene nuestra nacionalidad y al que no piensa como nosotros (ejemplos de esto lo vemos a diario en las redes sociales e incluso en nuestros chats grupales). La otra zona es la ultra exclusiva de los ultrarricos, la del mundo que nos acaba de retratar la exitosa, interesante y negra serie de televisión Succession.
La modernidad fue evolucionando en lo material, en lo industrial, en lo productivo, pero sin que este proceso lograra un gran cambio cualitativo en la vida de la mayoría de la población. También, pese al crecimiento de la democracia, el poder político no solo fue concentrándose en pocas manos, sino que empezó a dejar de ser compartido mediante elecciones libres. Sin embargo, el camino de la modernidad nos ha dejado algo valioso que no debemos perder: dio paso a las políticas de respeto al sujeto, a las libertades, la igualdad y la dignidad de todos. Solo en la evolución de la modernidad han sido posibles los derechos humanos, los derechos de la mujer y los derechos a un medio ambiente sano.
Si la sociedad industrial estuvo acompañada de la modernidad, la pregunta en consecuencia ¿qué espíritu es el que acompaña a la sociedad contemporánea? El propio Touraine, Daniel Bell o John Keneth Galbraith hablaban de una sociedad donde el centro económico ya no era la actividad industrial, sino la de los servicios. Todavía no asimilábamos lo anterior, cuando ya empezábamos a analizar la sociedad del conocimiento, como lo expresara Joseph Stiglitz. En estas épocas se hablaba de que, en consecuencia, deberíamos empezar a definir la posmodernidad.
En su última obra en vida, Touraine nos dice que más bien tenemos enfocarnos en que estamos viviendo la época de la hipermodernidad. Partimos de que la sociedad moderna tiene tres tipos de componentes: el primero es la parte material, “un modo de producción, es decir, la creación y el uso de recursos y, por lo tanto, también la modificación del medio ambiente”; el segundo es la conciencia colectiva del tiempo que se está viviendo, en otras palabras,”la interpretación cultural de la creatividad humana”; y por último, el constante conflicto social y económico “que enfrenta, por un lado, a quienes dirigen las inversiones y, por el otro, a aquellos cuyo trabajo se somete a la dominación de los dirigentes de la economía”, esto es, la lucha entre quienes tienen capital e inversiones y quienes aportan el trabajo. En este último punto resalta el hecho de que cada vez más la riqueza se crea a partir de lo financiero y no de la productividad, más de lo intelectual que de lo material.
La hipermodernidad que defiende el sociólogo francés es la que se basa en la creatividad, pero sobre todo en “la creación de creatividad”. De tal forma que la “educación debe ocupar en la sociedad hipermoderna el lugar central y privilegiado que ocupaba el sector industrial en la sociedad anterior”. Los Tiempos modernos de Charles Chaplin han sido superados. Si bien la razón no impidió dos guerras mundiales, ni el holocausto, debemos tener claro que esto fue fruto del desvarío que permitió encumbrar a quienes hablaban (hablan) de “un principio superior de unidad, y (de) la represión de las minorías o de los activistas de todo tipo que la rechazan”.
Para enfrentar este reto, Touraine ofrece el camino más lógico: “buscar en el otro y en nosotros mismos aquello que es común y comunicable”. Así, debemos construir una democracia que apunte a “la integración más amplia posible de la población en la nueva sociedad y en el nuevo mundo” esto es, una sociedad sin exclusiones y con derechos; un estado que intervenga “en las tres ramas principales de la innovación social, que son la investigación, la educación y la salud pública”; y finalmente, una comprensión de que el trabajo implicará “más que la lucha contra el desempleo, la garantía de una continuidad que debe crearse entre la sociedad industrial y la sociedad hipermoderna”. Especialmente para quienes no tengan las herramientas formativas adecuadas que exigen los nuevos tiempos.
Sin duda, Defensa de la modernidad es un alegato mucho más amplio de lo aquí expuesto. Las grandes preocupaciones intelectuales de Touraine se presentan a lo largo de su postrera obra, trabajo, momentos sociales y el sujeto. Por eso debemos estar agradecidos de que a sus 95 años, nos siguiera compartiendo sus reflexiones para tratar de entender y mejorar a nuestro mundo:
“La sociología de los actores que he defendido toda mi vida, contra la sociología de los sistemas, nunca ha pretendido enfrentar al individuo solitario contra una sociedad burocratizada, robotizada o totalitaria, sino enfrentar a la libertad, a la igualdad y a la dignidad de los sujetos personales contra los grupos de interés, de beneficio y de poder”.