La sociedad de mercado

Tabula Rasa

(LeMexico) – Por años, las sociedades contemporáneas han navegado en aguas donde, para muchos, existe un enemigo común que ha ido mutando de nombre: dinero, capitalismo, o como recientemente se le llama, neoliberalismo. Y todo porque a estos enemigos se les identifica como los causantes de la pobreza, de la desintegración social, de la pérdida de valores, de la ruina de las personas, entre otros efectos.

Claro que las críticas no surgen de la nada. El dinero ha llegado aparejado con la codicia. El capitalismo ha hecho a unos cuantos millonarios y a muchos los mantiene viviendo al día, y de manera más reciente, con el neoliberalismo, se han exacerbado las desigualdades.

Quien mejor lo define no es un economista sino Gordon Gekko. El personaje interpretado por Michael Douglas en la película que retrataba este lado oscuro del dinero en los años 80, Wall Street (titulada en México como El poder y la avaricia), cuando señala que “la codicia es buena”. Para recalcar el tema, en la segunda parte de la película, realizada en 2010, el personaje, que había pasado los años anteriores en la cárcel, al regresar al mundo de las finanzas, señala que “antes decía que la codicia era buena, pero ahora veo que es legal”.

Si bien la teoría económica clásica nos habla de que, en condiciones ideales, los mercados suelen ser la mejor forma para asignar bienes, lo cierto es que nunca, o casi nunca, existen dichas condiciones. Normalmente, la falta de información incide en nuestras decisiones. O como lo señalan George A.Akerlof y Robert J. Shiller en La economía de la manipulación. Cómo caemos como incautos en las trampas del mercado, el mercado ha creado las condiciones para hacernos creer que somos nosotros quienes tomamos las decisiones a la hora de comprar algún bien o servicio. Sin embargo, en el fondo, lo que ha logrado es que, mediante el engaño y la manipulación en la información y publicidad, terminemos adquiriendo algo que no necesitábamos, que en realidad no queríamos o que no es lo que nos prometieron.

Hace cinco siglos, Platón hablaba de que una persona virtuosa es aquella que domina sus pasiones. Bueno, después de tanto tiempo, el planteamiento platónico sigue siendo una utopía. Dan Ariely, en Las trampas del deseo. Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error, nos dice que buena parte de las malas decisiones que tomamos en materia económica no se les puede atribuir más que a nosotros mismos. Tomamos decisiones de forma relativa.

Puede que a una persona no le guste (ni le entienda) al futbol americano, pero bien podría comprar boletos para ir a un Super Bowl. También, se llega a dar el caso de que esa persona tiene un teléfono celular funcional, pero si en su entorno todos se empiezan a comprar el iPhone 14 Pro, estaría dispuesta a gastarse 26 mil pesos en comprarlo a plazos, aun cuando su salario sea de 10 mil pesos mensuales. No necesita ese teléfono, pero le han implantado la idea de que debe tenerlo.

Por una u otra razón, ya sea que el mercado nos ha manipulado o que no hayamos podido controlar nuestros impulsos irracionales. Lo cierto es que hemos dejado que sea el dinero el que tome las decisiones en todos los campos. El filósofo político, Michael Sandel en Lo que el dinero no puede comprar, pone el dedo en la llaga al afirmar que “vivimos en una época en que casi todo puede comprarse o venderse. A lo largo de las últimas tres décadas, los mercados han llegado a gobernar nuestras vidas como nunca antes lo habían hecho. Y esta situación no es algo que hayamos elegido deliberadamente. Es algo que casi se nos ha echado encima”.

El dinero, el capital o el neoliberalismo no son los villanos de nuestra era. El “Thanos” contemporáneo es sin duda el mercado, es decir, ese espacio imaginario donde existe la oferta y demanda de bienes y servicios. Si bien, el mercado ha acompañado a la historia de la humanidad, en estos últimos años estamos viendo una invasión a esferas de la vida donde no tenía acceso de entrada. Estamos prácticamente en una sociedad de mercado. Veamos algunos casos.

Hacer filas parece de lo más natural. De hecho, pocas cosas son tan democráticas e igualitarias que formarse para entrar a algún evento o adquirir algún producto. Sin embargo esta actividad tan cotidiana se ha venido modificando con el paso del tiempo porque nadie quiere hacer filas y el espíritu del mercado ha ido modificando los tradicionales comportamientos.

Hace algunos años, antes de la llegada de empresas como Ticketmaster, la venta de boletos para las corridas en la plaza México era exclusivamente en taquillas. Cuando se llegaba a presentar algún cartel atractivo, como para la corrida de inauguración o de aniversario, era tanta la demanda que había que llegar horas antes de que abrieran las taquillas, para formarse y poder alcanzar boleto. Para aquellos que no se levantaban temprano había dos opciones, la reventa o pagarle a una persona que se había formado desde muy temprano y vendía “el lugar” en la fila.

Mientras que comprar en reventa, además de que el costo podría dispararse al doble o triple de lo original, tenía un componente ético-legal por estar catalogada como un delito, comprar el lugar en la fila no acarreaba los negativos de la reventa y simplemente se consideraba como un costo adicional al boleto, igualito a lo que hoy se paga a las cadenas de venta de boletos, donde se compra en línea y se asume el costo de comprar desde la comodidad del internet.

Con el tiempo, no solo se institucionalizó la reventa en sitios de internet, sino que también las empresas han entendido que si la gente paga un costo adicional para conseguir boletos, también podría pagar para no formarse dentro o durante los espectáculos. Así, los parques de diversiones Disney o Six Flags, venden “fast line”, “flash pass”, “lighting lines” o “Genie+” para que quienes pueden y tienen el dinero suficiente, paguen por tener accesos exclusivos, zonas VIP, etc. Los estadios venden zonas “hospitality” o “Premiun” (el nombre es lo de menos), y dentro de las ciudades se puede circular por vías rápidas exclusivas, pagando un peaje.

Se podrá argumentar que no hay nada de malo en que quienes tengan los recursos puedan pagar más por ciertos beneficios. Sin embargo, queda una sensación de que algo no va bien cuando quienes están hasta el frente en un concierto, porque pudieron pagar un boleto más caro, no se sepan ninguna canción, mientras que los auténticos fans, esos que no solo se saben las canciones, sino la vida entera de los artistas, que hace algunos años acampaban a la entrada de los estadios para poder ser los primeros en entrar y estar en primera fila, ven con decepción y preocupación que han sido excluidos en nombre del mercado.

Pero no solo es pagar para tener privilegios de acceso, es que esta forma de conducirse por la vida está invadiendo otras esferas. Ya se dieron casos en Estados Unidos de gente con dinero que paga, de manera disfrazada, mediante donativos o aportaciones voluntarias, a las universidades de élite para garantizar la inscripción de sus hijos y evitar que sean rechazados porque otros aspirantes tuvieron mayores méritos académicos.

Las líneas no están del todo claras, pero el incentivo económico está por todas partes: se premian con regalos y vacaciones a los hijos si sacan mejores calificaciones, se dona sangre a cambio de dinero, se alquilan vientres para embarazos. En todo el mundo existe el compromiso de tener anualmente un determinado porcentaje de contaminación, y lo que han hecho los países ricos es pagar, para que quienes disminuyan la emisión de contaminantes sean los que no tienen dinero.

¿Qué sigue? Los artistas ya venden las fotos con los fans, los estadios deportivos han sustituido sus nombres históricos por marcas comerciales y hasta las cárceles ya son particulares; se compran y venden votos, conciencias y compañía. Dice Sandel que “el cambio más funesto que se produjo durante las últimas tres décadas no fue por un aumento de la codicia. Fue la expansión de los mercados hacia esferas de la vida a la que no pertenecen” Durante algún tiempo, un comercial decía que hay cosas en la vida que no tienen precio, y que para todo lo demás existen las tarjetas de crédito, así que debemos preguntarnos: ¿se puede poner todo en venta?, ¿queremos una economía de mercado o una sociedad de mercado?.

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