Crónicas deportivas: México y sus derrotas

Tabula Rasa

LeMexico – Alguna vez, Gary Lineker, el delantero inglés campeón goleador en México 86, definió al futbol como un deporte donde jugaban 11 contra 11 y al final ganaba Alemania (¡ah qué tiempos aquellos!, pensarán los alemanes. Hoy, podemos parafrasear y decir que el futbol es un juego donde se enfrentan 11 contra 11 y al final queda eliminado México.

En lo personal, mis primeros recuerdos de la selección no son viendo jugar al equipo, sino leyendo las historias de los mundiales. Ahí aprendí que México disputó contra Francia el primer partido en la historia de los mundiales en 1930. El resultado, 4-1 a favor de los franceses. El siguiente momento histórico positivo fue cuando México ganó el primer punto al empatar con Gales con gol de último minuto en el mundial de Suecia en 1958.

Tras cinco participaciones en mundiales, es hasta Chile 1962 cuando finalmente se consiguió la primera victoria ante la entonces Checoslovaquia, que por cierto terminó siendo la subcampeona del mundo (hay que aclarar que, para el momento en que se disputó el partido, Checoslovaquia ya había calificado para la siguiente ronda y en nada afectaba el resultado). Sin embargo, la historia que más llamó mi atención fue la del partido que se tuvo ante España.

El partido iba empatado a cero cuando a un minuto del final se marcó un tiro de esquina a favor de México. El mal cobro por parte de Alfredo del Águila lo aprovechó Paco Gento, quien tras tomar el balón en los linderos de su área, recorrió todo el campo hasta la línea final del lado opuesto, mandando un centro que fue rematado a gol por Peiró. Las crónicas (y las repeticiones en Youtube) destacan la narración de Fernando Marcos (legendario locutor y comentarista que deberían de conocer las nuevas generaciones de aficionados y jugadores y que merece más que un homenaje), lamentando que éramos víctimas de alguna especie de maldición gitana al tiempo que se ve al portero mexicano Antonio, “la Tota”, Carbajal, revolcarse de dolor por la derrota. La culpa era del destino o de la mala suerte, no de la incapacidad de los jugadores que no supieron ni mandar un buen tiro de esquina ni de marcar adecuadamente.

Otra narración famosa del propio Fernando Marcos vendría cuatro años después, cuando en el México vs Francia exclamaba el inolvidable: “¡Borja, no falles, no falles!”, cuando Enrique Borja abanicó su primer remate, pero le quedó el rebote para volver a tirar a gol. De ese tamaño era la desconfianza (“el perro” Bermúdez invocaría el “no la falles Chicha” en el gol ante Francia del “Chicharito” Hernández en el mundial de Sudáfrica 2010).

Para el mundial México 70, el equipo nacional estaba organizado alrededor de un solo hombre, Onofre, un portentoso mediocampista que era el “escultor de la ilusión porque permitió creer que, al fin, una selección nacional contaba con el astro estelar siempre ansiado, con estatura de protagonista” como señala el periodista deportivo Ignacio Maltus en la introducción del libro Un crack mexicano, Alberto Onofre. Como todo buen drama shakespeariano, la tragedia se hace presente de forma inesperada. La maldición llegó a tres días de iniciar el mundial, en prácticamente la última jugada del último entrenamiento, cuando, en un choque accidental, Onofre sufre fractura de tibia y peroné.

La historia arrumba en el ostracismo a Onofre y la selección iniciaría la era de los “ratoncitos verdes”. Este apodo se lo puso en los años 60 el periodista deportivo Manuel Seyde, porque señalaba que los seleccionados jugaban siempre con miedo, escondiéndose unos detrás de otros y corriendo de forma desorganizada. Lo que vendría después le daría la razón.

Después de que México cae eliminado ante Italia por 4-1 en el mundial del 70, en un lapso de 20 años, la selección nacional solo calificó a un mundial, en dos fue eliminada, de otro lo descalificaron (por los famosos cachirules en 1990) y participó en los dos donde fue local. Para la eliminatoria hacia el mundial de Alemania 74, la selección cae eliminada ante la potencia futbolística de Haití (se justificaba diciendo que el equipo fue víctima de vudú), mientras que para España 1982, fue eliminada por las potencias de Honduras y el Salvador (en esta selección por lo menos tenían a Jorge “el mágico” González, un jugador extraordinario e ídolo de Maradona, según lo expresara el propio Diego). Los “ratoncitos verdes” en todo su esplendor.

Sin duda, para mi generación el peor momento futbolístico fue el mundial de Argentina 78. Con un entusiasmo que rayaba en lo infantil, pensábamos que se le empataría al campeón Alemania y se le ganaría fácilmente a Túnez y a Polonia (tercer lugar en el mundial anterior). Aunque era el primer mundial que veía a conciencia, ya con conocer lo narrado anteriormente debí de haber intuido que en cuestión de futbol nacional, algo andaba mal. Y así fue, iniciamos perdiendo con Túnez 3-1 y terminamos como la peor selección de todas. Por alguna razón, mi mente no guarda las escenas del partido, solamente la tremenda decepción que me ha vuelto inmune a todas las eliminaciones posteriores.

Afortunadamente para el fútbol mexicano, después de ser último lugar del mundial, cualquier cosa es buena. En México 86, se llega al famoso quinto partido, pero le anulan un gol al “Abuelito” Cruz de forma inexplicable, le dan calambres a Hugo Sánchez (algo hay de cierto en la maldición gitana) y quedamos eliminados en penaltis ante Alemania. Sin embargo, la era de los “ratoncitos verdes” termina hasta 1993, cuando se participa en la Copa América en Ecuador y la selección pierde la final ante la Argentina de Batistuta.

A partir de 1994, la selección pasará de forma constante de la fase de grupos (algo que solo Brasil también logró) pero quedará eliminada en el siguiente partido. Dice Luciano Wernickew en sus Historias insólitas de la selección mexicana que cuando hablamos del futbol y la selección, si utilizamos la conjunción pero: “la real academia española deberá incorporar para esta palabra una nueva aceptación: `conjunción adversativa adherida a la historia de la selección mexicana´”. Desde entonces siempre hay un pero.

Regresamos al mundial de Estados Unidos en 1994, y en la fase de octavos jugamos mejor, pero nuevamente quedamos eliminados en los malditos penaltis (Luis García se hace expulsar de forma inocente en el partido definitorio y el entrenador Mejía Barón se guarda los cambios). En Francia 98, íbamos ganando, pero Luis Hernández falla una clara de gol y Alemania mete las únicas dos llegadas que tuvieron. En Corea-Japón 2002, teníamos todo para llegar a semifinales, pero el entrenador Aguirre no sabe reaccionar cuando Estados Unidos anota el primer gol y se pone a hacer cambios a lo loco, sin olvidar que Rafa Márquez se hace expulsar. En Alemania 2006, empezamos ganando contra Argentina, pero Maxi Rodríguez hizo el gol de su vida. En Sudáfrica 2010, el partido iba parejo, pero en claro fuera de lugar (no había VAR), nos marca Argentina el primer gol (¡ah!, sin olvidar que Aguirre era otra vez el entrenador nacional y metió al Bofo Bautista, quien terminó corriendo menos que el portero Óscar Pérez). En Brasil 2014, otra vez íbamos ganando, pero el clavadazo del holandés Robben, que “no era penal”, lo cambió todo. En Rusia 2018, pasamos a octavos, pero nos tocó Brasil. Y para Catar 2022, en el último partido podíamos calificar, pero nos faltó un gol.

Ante la derrota siempre surgen emociones: el sentimiento de vivir una tragedia griega donde el destino es causa de las derrotas y no a los errores propios (hasta parecen políticos en Twitter). El eterno pesimismo con el clásico “ya sabía que iban a perder”. La frustración que acompaña al “ya merito”. El orgullo de perder de forma heroica, señalando una actualización de las palabras del General Pedro María Anaya al caer ante el ejército estadounidense en la defensa de Churubusco durante del siglo XIX: “si hubiera parque no estarían aquí”. Ahora decimos: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. O la esperanza que acompaña al célebre échaleganismo, que acompaña al grito de “¡sí se puede!”.

Al final, es lo mismo, donde la historia se repite una y otra vez. Calificamos a los mundiales, algunas veces de forma cómoda y en otras de verdadero panzazo (así como en nuestra educación). Luego, durante la competencia, pasamos de la etapa de grupos para ser eliminados en el siguiente juego. Juan Villoro, en Breve historia del ya merito, rescata otra frase atribuida a Fernando Marcos, la cual viene a ser la pregunta que cada cuatro años nos hacemos “¿por qué nos ocurre esto siempre a nosotros?”.

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