La desigualdad, el verdadero problema

(LeMexico) – Sergio Sarmiento es, desde hace varias décadas, un articulista indispensable para el debate nacional y uno de los principales polemistas de nuestra vida pública. Eso se agradece en una vida pública, la mexicana, donde las ideas se discuten muy poco.

Recientemente, en un programa de radio, Sarmiento afirmó que el problema de una sociedad no era la desigualdad, sino la pobreza, que en realidad no vale la pena preocuparse por la desigualdad, ya que si lo hacemos es solamente por envidia. Pienso que Sarmiento no afirma eso por polemizar sino porque siempre lo ha pensado y ha sido un argumento de los economistas liberales, dominante por varias décadas.

Progresa-Oportunidades fue la quintaesencia del programa diseñado para ayudar solamente a los más pobres. En teoría solo a ellos era necesario apoyar para que pudieran acceder a los servicios educativos, a los de salud y a los mercados laborales. El resultado fue efectivamente, mayor atención escolar, especialmente de niñas en secundaria, cierta mejora en nutrición, en indicadores muy básicos de salud y una estabilización de los porcentajes de personas en situación de pobreza.

Sin embargo, prácticamente ninguno de los beneficiarios de Progresa dejaron la pobreza. Tampoco cambiaron de estrato social o de decil de ingreso la enorme mayoría de las personas en los niveles medios de ingreso. En realidad existen una multitud de factores que hacen casi imposible moverse de estrato social, también de la pobreza, justo porque la desigualdad es inmensa.

La narrativa dominante hoy en día es la de Pikkety o la de Stigltz, basada en evidencia muy robusta que muestra que la desigualdad en el mundo desarrollado se ha incrementado desde los años 80s, a raíz del debilitamiento de las instituciones públicas, especialmente las del estado de bienestar y las reducciones fiscales.

Especialmente en Estados Unidos, en donde la probabilidad de tener acceso a la educación universitaria de una persona es casi idéntica al decil de ingreso de sus padres. Eso creó las condiciones para que se generara una corriente política que puso, o pone, en riesgo a las instituciones democráticas de ese país.

La mayor desigualdad no creó mayor riqueza, es decir, el periodo neoliberal no tuvo más crecimiento que el de la post guerra. La desigualdad es definitivamente mala para la economía, pero también para todo lo demás.

Keith Payne, profesor psicología de la Universidad de Carolina del Norte, recoge en “The Broken Ladder” una buena cantidad de evidencia para ligar desigualdad a los principales problemas sociales, inseguridad, inestabilidad política. Su argumento es que en la medida en que las personas perciben que su ingreso, es mucho menor que el resto queno participan en lo público y está en contra de lo que perciben como el sistema.

Recientemente, Daniel Markovits, profesor de derecho de la Universidad de Yale, escribió La Trampa de la Meritocracia, en donde argumenta que el tipo de instituciones como en la que el trabaja sirven para perpetuar una elite que impide la movilidad social del resto.

El hecho de que el señor Slim pueda pagar con sus ganancias de un año el sueldo de tres millones de trabajadores mexicanos que ganan un salario mínimo y que, si se suman las ganancias de otros tres millonarios mexicanos, el número llegaría a cuatro millones es un problema en todos los sentidos. Esos niveles de acumulación generan serias distorsiones en la economía, hacen prácticamente imposible la competencia y la innovación, reducen las posibilidades de fiscalización y cancelan la movilidad social.

Lo interesante es que los argumentos de Sarmiento generaron gran polémica hoy, cuando no eran controversiales en sus artículos de hace una década. Eso es una buena noticia, ahora nos queda claro que la desigualdad es el problema de nuestra sociedades.

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