La desigualdad en México: los ingresos

Tabula Rasa

(LeMexico) – Por muchos años, el tema que se consideraba como de mayor trascendencia era abatir la pobreza porque se relacionaba con hambre, miseria, explotación. Los novelistas y los cineastas reflejaban esta situación: Los Miserábles de Victor Hugo en Francia, Oliver Twist de Charles Dickens en Inglaterra, Las uvas de la ira de John Steibeck en Estados Unidos y la película de Luis Buñuel Los olvidados

Cuando 193 países miembros de Naciones Unidas adoptaron en 2015 el documento titulado Transformar Nuestro Mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (Agenda 2030) se sumaron al consenso sobre la necesidad de eliminar la pobreza en el mundo al colocar como objetivo número uno el “Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”, y también agregaron en la conocida Agenda 2030 como su objetivo diez, la “Reducción de las desigualdades en y entre los países”. La evolución de la economía ha ido incorporando cada vez más el tema de la desigualdad más allá de las discusiones académicas.

La desigualdad es un concepto muy amplio que pueden referirse a cuestiones sociales, políticas, culturales y por supuesto, económicas. La forma en que se expresa de manera más recurrente es la desigualdad de oportunidades. Esto es que, si bien las personas cuentan con igualdad en cuanto a sus derechos, en el momento mismo en el que influyen otras circunstancias o factores externas, aparece la desigualdad. 

Pongamos el ejemplo que nos presenta el filósofo Michael J. Sandel en La tiranía del mérito. ¿qué ha sido del bien común? donde habla de que el sistema en los Estados Unidos ha desarrollado preferencias por los egresados de las universidades más prestigiosas de ese país y del mundo (Harvard, Yale, USC, etc.), por lo que los mejores puestos con lo mejores salarios son para los egresados de esas universidades. Sin embargo, el acceso es desigual. 

Por ejemplo, quienes cuentan con dinero tienen acceso a tutorías personalizadas, cursos extracurriculares, y muchas otras actividades académicas y no académicas que permiten a esos estudiantes estar mejor preparados para un examen de admisión. Por si lo anterior no fuera suficiente, también tiene mucho peso las relaciones personales, sociales y políticas para superar barreras de admisión. También, en el límite de la legalidad, existe la compra simulada del acceso mediante donativos millonarios de padres justo antes de que sus hijos presentaran exámenes. O mediante fraude como el que se destapó en 2019 por un escándalo por compra de pruebas de admisión, y otras trampas (hay un documental sobre este caso en Netflix llamado Operación Varsity Blues: Fraude universitario en EEUU). 

Antonhy B. Atkinson en su libro Desigualdad. ¿Qué podemos hacer? nos dice que se debe poner énfasis en la desigualdad de resultados porque “la desigualdad de resultado en la generación actual es la fuente de la ventaja injusta recibida por la próxima generación”. Por ejemplo, una persona de clase económica baja que asistió a una escuela pública aplica para un trabajo y saca calificaciones similares que una persona de clase económica alta que estudió en Harvard. Se contratan a ambos, pero se le ofrece un salario mayor al egresado de Harvard.

El resultado a la larga va ampliando la brecha de la desigualdad y nos lleva al siguiente escenario, la desigualdad del ingreso y de la riqueza dentro de un sistema de “capitalismo meritocrático liberal” como le llama otro estudioso de la desigualdad, Branko Milanovic en su reciente libro Capitalismo, nada más. el futuro del sistema que domina el mundo.

Si bien no son conceptos equivalentes, por cuestiones de simplificación del presente trabajo consideraremos por ingreso a la renta, ganancias o salarios (después del pago de impuestos) percibidos durante un año. A mediados del siglo pasado, Simon Kuznets publicó el ensayo Crecimiento económico y desigualdad de los ingresos, donde establecía que en una primera fase de la expansión del capitalismo se iba a dar una tendencia al alza del crecimiento económico con una marcada disminución en la distribución del ingreso, pero que a la larga, se darían las condiciones para que el crecimiento fuera más igualitario. Desde esta perspectiva, lo que luego se le conocería como una especie de teoría del goteo, donde si la parte más alta de la pirámide aumenta sus ganancias, necesariamente aumenta la ganancia de los de abajo. El anterior planteamiento postulado para el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial fue retomado como la base del neoliberalismo de los 90.

Para medir que tanto esta teoría se acerca a la realidad, la herramienta más común a nivel mundial es el denominado Ìndice de Gini, el cual se compone de los ingresos acumulados y la población de un país en un año determinado, donde cero significa una igualdad absoluta y uno la desigualdad absoluta. El índice divide en diez conjuntos del mismo tamaño a la población (deciles) de los que ganan menos a los que ganan más. En una igualdad absoluta, el decil más bajo recibe los mismos ingresos que el decil más alto, mientras que en una desigualdad absoluta, el decil más alto recibe todos los ingresos. 

A nivel global, de acuerdo con datos del Banco Mundial, en 2018 países como Noruega o los Países Bajos tienen un índice Gini de 0.28 en promedio, mientras que Angola, Brasil y Colombia tienen poco mas de 0.50. México tiene 0.45 que es un nivel alto de desigualdad. En estos mismos datos, se reporta que de acuerdo al índice de Gini, la desigualdad en México ha venido disminuyendo de los 0.54 que tenía en 1989 a los 0.45 de 2018. Podríamos decir que a falta de datos previos a 1989, por lo menos durante los últimos 30 años la desigualdad ha descendido a nivel nacional.

De acuerdo con Gerardo Esquivel en su trabajo Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, la disminución de la desigualdad en el índice Gini puede deberse a tres factores: “a las remesas que reciben los hogares mexicanos de bajos ingresos (principalmente en zonas rurales); a la mejor focalización de algunos programas sociales (en particular Prospera, antes Progresa u Oportunidades); y a una menor desigualdad en los ingresos salariales”.

En este sentido, las remesas no obedecen a ninguna política surgida desde el Estado, sino más bien al esfuerzo de quienes se van a trabajar a Estados Unidos para enviar dinero a sus familias en México. El segundo factor obedece a la calidad de las políticas públicas que optaban por una entrega de subsidios de manera dirigida a cambio de algo. Así por ejemplo se entregaban becas escolares a cambio de asistencia de los niños a la escuela.

Para medir el desempeño de los ingresos en México la herramienta más común es la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), donde el Inegi levanta una encuesta para ubicar la distribución de los ingresos. En el levantamiento más reciente de 2018, la encuesta arrojó que los ingresos en promedio de los hogares al trimestre son de 53,012 pesos. 

En virtud de que las encuestas no presentan un panorama exacto porque los más ricos tienden a no participar en estos ejercicios o a no reportar con veracidad por temor a alguna acción fiscal. En este sentido, la CEPAL publicó en 2015 un estudio de Miguel del Castillo Negrete llamado La magnitud de la desigualdad en el ingreso y la riqueza en México. Una propuesta de calculo, donde señala que si se ajustan los datos con la información del Sistema Nacional de Cuentas Nacionales, el Índice de Gini subiría a 0.68.

Si separamos el total de los ingresos en los diez deciles, vemos que al decil más bajo, el que se encuentra en la base, recibe ingresos equivalentes al 1.8% del total nacional, mientras que el decil más alto, el de los más ricos, recibe ingreso del 33.6%. Si sumamos los primeros 6 deciles, o por ponerlo en otros términos, de los sectores más pobres, juntos alcanzan el 27.6%, si también sumamos los otros 3 deciles, los que podemos equiparar con la clase media, les corresponde el 37.1%. Puestos así podemos decir que sumando los ingresos del 60% de la población más pobre los toca un tercio de los ingresos nacionales; otro tercio de los ingresos nacionales se lo llevan el 30% de la población, el de las clases medias; y 10% de la población, los más ricos, obtienen la otra tercera parte de los ingresos nacionales. 

Si al decil más alto, el de los más ricos, lo dividiéramos a su vez en 10 partes, veríamos una mayor concentración de los recursos. Joseph Stiglitz analiza en su libro El precio de la desigualdad algo que tomaron como lema durante el movimiento de Occupy Wall Street al llamarse “somos el 99%”, refiriéndose al hecho de que si bien el decil más alto se ha vuelto más rico, el 10% del decil más alto, es decir, el equivalente al 1% de toda la población de un país (en el caso de Stiglitz al analizar a los Estados Unidos), recibe el equivalente al 25% de los ingresos nacionales. Castillo Negrete señala que en 2012 “el ingreso promedio ajustado por persona del 1% de los hogares más ricos fue 729 veces mayor al ingreso promedio por persona de un hogar ubicado en el 10% más pobre”, lo que nos pone en una situación similar a la que se vivía en la Nueva España a principios del siglo XIX.

La desigualdad tiene más facetas que analizaremos la siguiente semana. Por lo pronto, retomaremos lo que dice Stigliz: “una cosa sería que los ricos se estuvieran haciendo más ricos y a los de en medio y los de abajo les fuera mejor, sobre todo si los esfuerzos de los de arriba fueran cruciales para el éxito de los demás. En ese caso podríamos celebrar los éxitos de los de arriba, y estarles agradecidos por su contribución. Pero eso no es lo que está sucediendo”. Si la desigualdad de ingresos es grande, ya veremos que la desigualdad de la riqueza es aún mayor.

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