¿Elecciones o concurso de popularidad?

(LeMexico) – Hace unas semanas circulaba en redes una imagen que mostraba los rostros famosos que  incursionan o incursionarán en las elecciones políticas en México. Después me encontré con un meme que  decía lo siguiente: “La gente famosa no sabe de política. No voten por ellos” y eso me llevó  a preguntarme varias cosas: ¿Quién hace política? ¿Ser famoso te faculta para hacer política  o ser político te vuelve famoso? ¿Realmente la política es tan ajena a nosotros? 

En la sociedad de consumo y la tecnología del Siglo XXI los famosos representan una nueva clase de monarquía, de ídolos superiores ajenos a nuestro entorno. Ya en 2013 el antropólogo  social Jamie Tehrani escribía un artículo para la BBC en el que se planteaba la siguiente  pregunta: ¿Por qué nos interesan tanto las celebridades?

Y la respuesta a esto es el prestigio,  asociamos a estas personas con nuestro más profundo deseo de éxito y de riqueza sin importar realmente por qué son famosas. Nuestras aspiraciones encuentran confort en seguir los pasos de estas personas, esperando que algún día la suerte nos sonría y al mismo tiempo las  engrandecemos como si habláramos de ídolos o Dioses que aunque terrenales, ajenos a nuestro entorno.

Todo esto lleva a estas personas a desarrollarse en diferentes aspectos de la  actividad humana, como la política. Pero ¿es suficiente ser famoso para ser buen político?  

Ya Platón en “La República” nos hablaba sobre la importancia del rey-filósofo. Es decir, el  punto central en la formación de un rey tenía que ver con su capacidad para pensar e involucrarse con la filosofía para adquirir cualidades y habilidades que lo hicieran un  gobernante idóneo.

Posteriormente, Erasmo de Rotterdam en “La Educación del Príncipe” retoma el tema de la educación de los gobernantes como el eje central del Gobierno. En aquel  entonces la democracia no se había consolidado como la mejor forma de Gobierno y los ciudadanos no eran capaces de elegir a sus gobernantes. Por tanto, sólo quedaba saber educarlos.

Los gobernantes, en este caso los Príncipes, por tradición son vanidosos, superficiales y hacen uso de su poder únicamente por ambición. Gobiernan para ellos mismos, no para el pueblo. Es ahí donde radica el problema de la herencia de los tronos, son niños consentidos que jamás recibieron la educación necesaria para gobernar, pero sí para ser los  hombres más viriles, más talentosos, más fuertes, los mejores guerreros y los más ricos.

Es  justamente la ambición y la vanidad su problema principal, ningún gobernante “elegido por Dios” es preparado para entender a la gente para la cual gobernará. Sino que permanece  rodeado de vanaglorias y adulaciones vacuas de personas que únicamente buscan obtener el  favor del gobernante en turno o en el caso de los más jóvenes, del próximo gobernante.

Existe  una antiquísima tradición política que descansa sobre las bases del egoísmo, el favoritismo y  la corrupción, las oportunidades de aquellos que pueden obtenerlas por medios materiales o  por medio de la influencia y el poder que puedan ostentar para seguir alimentando esa  vanidad desmedida.  

“Habrá quizás uno que reconozca que la peste de la política es otorgar cargos públicos no  a los que, siendo prudentes, experimentados e íntegros, podrían servir mejor al interés de  todos, sino a los que están dispuestos a pujar más para comprarlos”.

Erasmo de Rotterdam 

Y así volvemos a la era moderna, donde somos capaces de elegir a nuestros gobernantes,  pero ya no nos interesa su educación. Votamos por el candidato más guapo, el más chistoso, el más ocurrente, la más irreverente, todo esto independientemente de su formación. Es por eso por lo que la esfera de la política nos es tan ajena, no es más que un concurso de  popularidad para ver quien es más famoso y quien alcanzará nuevas metas dentro de su fama.  

Hoy en México los políticos y las celebridades no son diferentes unos de otros. Tenemos  políticos TikTokers y futbolistas alcaldes. Los políticos se han convertido en un producto que encarna los deseos aspiracionales del mexicano en cuestión de prestigio, pero que no ofrecen  nada en cuestión ideológica. Ya no votamos más por un proyecto de nación a largo plazo, si  no por el que sea más famoso al momento de las campañas pensando “estaría chistoso que  ganara este o aquel” 

Esto me lleva a preguntarme si es solamente la educación del gobernante la que debe importarnos o es necesario priorizar también la educación de los ciudadanos. Ellos gobiernan, pero nosotros elegimos. Creo que la responsabilidad es 50/50. Al parecer no estamos preparados para tomar tan grandes decisiones y los candidatos no están preparados para  dirigirnos cuando los elegimos. 

En la actualidad, es más importante ganar elecciones que gobernar propiamente. Todos piensan en el día que habrá que ir a las urnas pero nadie piensa en qué va a pasar después de que elijamos al candidato que llegó ahí por ser el más popular. 

Por allá del año 2000, cuando México empezaba en este camino de la alternancia, María de  las Heras escribió el libro “Uso y abuso de las encuestas” en el que además de desarrollar su  teoría Inercial y consecuencial de los votantes. Hacía hincapié en el abuso de las encuestas  electorales como el faro que guiaría todas las decisiones políticas de los partidos con el  objetivo de ganar la siguiente elección.

Desde entonces, la política empezó a manejarse más como una cuestión de mercado que como un asunto ideológico. Por tanto, los políticos  comenzaron a ser aquellos que vendieran más votos, los que lograran que los votantes  consumieran más un partido que otro.  

En la teoría de la elección pública se define al votante como un ignorante racional. E  beneficio de una elección es intrascendente para él, pues realmente un solo voto no define una elección. Por eso, hoy en día, para muchos electores su voto es moneda de cambio con un valor realmente bajo.

Las personas no piensan más en el valor de sus decisiones, actúan  dejándose llevar por pulsiones y sentimientos fugaces, la mercadotecnia. Los famosos que aspiran a cargos públicos tienen el objetivo de darles sensaciones de bienestar, deseos y  aspiraciones de grandeza. Pero la política debe llegar a sus mentes además de sus  sentimientos, debe despertar en las personas inquietudes de participación, de bienestar social  y de mejora.

Hay que dejar de apuntar hacia la vanidad y empezar a hacerlo hacia las mentes y entonces, tal vez la política dejará de ser un concurso de popularidad y podamos entender que nos pertenece y pertenecemos a ella más de lo que creemos. 

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