Miedo, esperanza y frustración

(LeMexico) – Cuando surgió la pandemia y el mundo empezó a ver las dramáticas escenas que nos llegaban de Italia en primera instancia, de gente en los pasillos de los hospitales, el miedo se apoderó de buena parte de la humanidad, primero esperando que fuera una enfermedad pasajera que se fuera tan rápido como llegó. Cuando vimos que esto no pasaría la incertidumbre creció y nos pusimos en manos de la ciencia con la esperanza de que encontraran una vacuna o una cura para el COVID-19.

Considerando que el proceso normal para la creación, prueba, aprobación y distribución de nuevas vacunas era de unos 10-15 años, de forma meteórica se acortaron los tiempos. Dadas las circunstancias, los países con mayores recursos económicos y con mayor capacidad en instalaciones y desarrollo científico, destinaron una cantidad nunca vista de recursos financieros, materiales y humanos para que en conjunto con la industria farmacéutica se abocaran a encontrar una nueva vacuna. 

Después de más de 200 proyectos distintos se empezaron a aprobar diferentes vacunas. En agosto, Rusia anunció que ya tenía una vacuna lista, mientras que en diciembre se aprobó en Estados Unidos el uso de otra vacuna. A la fecha, hay en el mundo 10 vacunas aprobadas y muchas más podrán aprobarse en el corto plazo. Estas son las buenas noticias, pero hay que considerar que hay muchos otros aspectos antes de que toda la población mundial sea vacunada.

Se requirió mucha inversión para que los laboratorios desarrollaran la vacuna. Ahora se necesita, además de dinero, las instalaciones necesarias para su producción. Como ya vimos en el caso de la vacuna de Pfizer, en enero se tuvo que reducir la entrega de la vacuna para reacondicionar sus plantas de producción.

Ante una demanda de miles de millones de dosis, la oferta se ve claramente rebasada y eso crea desequilibrios porque no todos van a poder acceder al producto. También, hay que considerar que el costo-beneficio de modificar una línea de producción para un producto único, o que su demanda bajará considerablemente en los próximos años hará que se tomen decisiones en torno a entregar menos productos o a modificar su producción y trasladar los costos a los consumidores. En este caso, a los países.

Otro problema que ha salido a la luz pública es que si bien ya existe la vacuna, en algunos casos ésta requiere de un costo adicional ocasionado por los requisitos para su traslado y conservación, como es el hecho de necesitar una alta refrigeración. Y si el país o región no cuenta con esa infraestructura, tendrá que destinar recursos para la adaptación de las instalaciones prevalecientes o renunciar a esa vacuna en específico. En todos los casos, también hay que considerar las cadenas de distribución al interior de los países y la logística operativa para su aplicación.

Supongamos que todo lo anterior es superado y lo que sigue es aplicar las vacunas. ¿quiénes deben ser los primeros? El consenso general es que los trabajadores del sector salud, a los que llamamos con ese leguaje militarista como de primera línea. Luego vienen diferentes enfoques: a los adultos mayores, a policías y soldados, a las personas más vulnerables por sus condiciones físicas, a los que trabajan en sectores esenciales, a los políticos, a los deportistas, etc. Es decir, se tiene que definir con cuál sector social empezar en el entendido de que no todos podrán ser vacunados al mismo tiempo. 

Si trasladamos a nivel global el dilema de a quién vacunar primero, la decisión debería tomarse en torno a los aspectos de contagios y mortandad. De esta forma, y de acuerdo con el reporte diario de la Johns Hopkins University, podríamos optar por los países con mayor número de contagios. Del total de 113 millones de personas contagiadas, se tendría que empezar por los tres primeros países con mayor número de casos, los cuales son al 26 de febrero: Estados Unidos con 28.4 millones de contagios, India con 11.8 millones y Brasil con 10.3 millones de personas contagiadas,

Otro enfoque podría ser considerando el número global de personas fallecidas. En este caso, de los 2.5 millones de fallecidos por la enfermedad, se debería empezar por Estados Unidos, que acumula la mayor cantidad de muertes con 509 mil registradas, seguido por los 251 mil decesos en Brasil y los 183 mil fallecimientos en México. De optar por este caso, se privilegiaría enfocarse en el problema de la mortandad ocasionada por la enfermedad y reducir esos índices.

Ahora bien, en cualquier caso se requiere tener la vacuna. Para acceder a la vacuna hay básicamente tres caminos. Uno es que un país tenga la vacuna después de invertir en su investigación, creación y producción, para lo cual es necesario tener los elementos humanos, financieros y la infraestructura científica lo bastante desarrollada como para obtenerla en el corto tiempo. Este camino lo siguieron solo un puñado de países.

El segundo camino es simplemente negociar y comprar las vacunas con algún laboratorio. Este fue un camino para los países de ingresos medios, en el cual tuvieron que arriesgarse y negociar acuerdos de pre compra con uno o varios proveedores.

Un tercer camino es el que transitan los países de ingresos bajos que están a la espera de donaciones o dependen de que la ONU a través del mecanismo Covax, les haga llegar las vacunas a sus países.

Lo anterior explica el hecho de que, de acuerdo con el Global Health Innovation Center de la Universidad de Duke, algunos países tienen vacunas aseguradas en cantidades mayores a las de su población, por el hecho de que negociaron con diferentes laboratorios a fin de no depender de uno solo. Así, Canadá tiene aseguradas dosis para 5 veces su población actual, el Reino Unido para 3.6 veces y Estados Unidos tiene comprometidas dosis para vacunar al doble de su población. En América Latina, quienes más dosis tienen aseguradas son Chile con 2.4 y Perú con 1.1 veces el tamaño de su población.

Por otra parte, el tener aseguradas las dosis no significa que las vayan a recibir en este momento o que las estén aplicando en porcentajes proporcionales a las compras. A la fecha vemos que de las 227 millones de dosis aplicadas en el mundo, en Estados Unidos se han vacunado a 70 millones de personas, en China 40 millones y en el Reino Unido a 19 millones.

El caso de Rusia también es de destacar porque a pesar de tener aprobada una vacuna y de andarla prometiendo por todo el mundo, al ver que solo han vacunado en ese país a 3.9 millones de habitantes queda la duda se si se deben a una producción muy lenta o la falta de capacidades institucionales para aplicarla.

Pero si los números anteriores los convertimos en porcentajes de población vacunadas, tenemos que Israel encabeza la lista de porcentaje de habitantes vacunados por país con un sorprendente y envidiable 91%, seguido por los Emiratos Árabes Unidos con el 59%, el Reino Unido con el 28% y Estados Unidos con el 20%. Resalta el hecho de que Canadá, pese a ser el país con mayor porcentaje de vacunas aseguradas con respecto a su población, sólo ha vacunado a poco menos del 5%.

Ahora bien, si vemos no de forma individual a los países, sino a los grandes bloques regionales, veremos diferencias mucho más marcadas. Mientras que América del Norte (sin incluir a México) es la parte del mundo que más población ha vacunado al llegar a los 11.3%, seguida por la Unión europea con un 6.8%, tenemos que América Latina ha vacunado al 2.5%, Asia (excluyendo a China y Rusia) al 1.69% y África al 0.2% del total de la población.

Las diferencias en las regiones son notables. De ahí que existan muchas voces que señalan la inequitativa distribución de las vacunas amenace con reproducir las desigualdades del mundo y condenen a las regiones más pobres a continuar sin salir de esa situación.

Aunque resulta pertinente y justo el reclamo para exigir una distribución de vacunas más equitativa, en términos de pragmatismo político resulta no tan fácil de aplicar. Supongamos que un país invirtió 500 millones de dólares para el desarrollo de la vacuna, esperando que de lograrse, poder tener acceso privilegiado a la misma. Supongamos que el gobierno de ese mismo país de manera generosa y solidaria decide que en vez de vacunar a sus habitantes, decide donar esas vacunas a los países de África. La presión pública sería tal que quizá hasta obligarían a renunciar a ese gobierno. 

Otro aspecto no menos importante es la capacidad para vacunar. Desde 1974 la Organización Mundial de la Salud inició un esfuerzo por erradicar seis enfermedades, entre ellas el sarampión, a través de la vacunación de los niños. Para finales de 2019, el Reporte Cobertura Vacunal 2019 señala que un 85% de niños habían recibido una primera dosis y un 71% habían recibido una segunda dosis. En 2019, 19.7 millones de niños no recibieron sus vacunas contra la difteria, tétanos y tos ferina, siendo que el 60% de ese incumplimiento se ubicó en 10 países, entre ellos Brasil y México. De entrada, esto puede bajar un poco la expectativa sobre una aplicación universal de la vacuna anti COVID-19.

El tiempo pasa y somos testigos de que la esperanza que nació con los anuncios de la aprobación de las diferentes vacunas se está convirtiendo en enojo y frustración al ver que, si bien les va, las vacunas llegan a cuentagotas. Ya sea porque los gobiernos no tuvieron ni el dinero, ni la visión para anticiparse, ni la pericia diplomática y comercial. Lo cierto es que la mayor parte de los países han visto pocas o ninguna vacuna y llegará el momento en que empiecen a responsabilizar a sus gobiernos.

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