Lo héroes juegan futbol

Tabula Rasa

Como aficionado al futbol, es prácticamente imposible no referirse al tema que se convirtió en la nota más trascendente de la semana, la muerte de Diego Armando Maradona. La prematura y largamente anunciada muerte del jugador argentino ha causado un gran impacto que trasciende al mundo del futbol. Lo mismo Alberto Fernández, el presidente de Argentina, ofrece, para un último homenaje la residencia oficial del gobierno, la Casa Rosada, que Emmanuel Macron, el presidente de Francia, le dedica una sentida carta de despedida. Hasta el videojuego FIFA 21 ya presenta un homenaje a Maradona.

Como todo deporte, existe un debate permanente por señalar al mejor de todos los tiempos. Debate por demás estéril porque no hay forma de comparar tiempos y estilos. Si nos basamos en una metodología que compare goles, campeonatos locales, internacionales y a nivel selección, sin duda el premio se lo llevaría Pelé. Pero el futbol es más que números, habla de sensaciones, de emociones y la esperanza semanal de ganar. Jorge Valdano, el llamado filósofo del futbol, ha señalado que debemos dividir a los jugadores entre las categorías de malos, regulares, buenos, muy, muy buenos y los que comen en mesa aparte. En esta última categoría caben 5 por el momento, Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff, Maradona y Lionel Messi. 

Pero de todos ellos el caso de Maradona es distinto, representa al mismo tiempo el sueño y la imaginación del futbol, como los miedos y pesadillas de la decadencia en la que puede caer el ser humano. La atención que gozan y el dinero que ganan los jugadores de manera tan fácil y agradable (¡qué mejor manera de ganarse la vida que jugando al futbol!), junto con la poca preparación emocional, hace que no pocos pierdan el norte de su vida y caigan en las adicciones. Los casos de George Best, Paul Gascoine, Garrincha e incluso en México, Manuel Manzo o Pablo Larios, son historias de infiernos personales similares a los de Maradona.

Su muerte fue consecuencia de la acumulación de toda esa vida de excesos que le acompañó, y que generó un morbo en torno a su persona, a sus adicciones, a su sobrepeso, a sus comportamientos erráticos, e incluso a la cantidad de memes y bromas que se generaron en torno a sus problemas y su muerte, con un macabro, insolente y dudoso sentido del humor. Maradona dejó de ser noticia por sus habilidades en el campo para ser el foco de la atención por sus debilidades en el mundo real. 

Como suele suceder, habrá quien considere que los homenajes a una persona llena de defectos son excesivos y que sus éxitos deportivos no deben ser mayores a sus errores personales. Quizá tengan razón, pero lo cierto es que esto no es nuevo. Tenemos el caso del filósofo Jean Jaques Rousseau, quien fue un gigante escribiendo acerca de moral y el comportamiento social pero que, nos dice Paul Johnson en Intelectuales, se nos olvida que Voltaire, otro gran filósofo francés, lo acusó de abandonar a sus 5 hijos, de ser sifílico y asesino. Virtudes públicas, vicios privados reza el refrán.

Diego fue el último de los clásicos y el primero de los modernos. La pelota dormía en su pie izquierdo (nunca necesitó usar el pie derecho) y el reloj se detenía mientras encontraba el pase imposible o la gambeta inverosímil, pero al mismo tiempo, aceleraba como si fuera a perder el camión escolar, como lo vemos en los partidos de hoy. Fue el último clásico en vivir un futbol romántico y el primer moderno en ser víctima de la hipercomercialización (concepto que me robo de Lipovetsky) del deporte. 

Antes de que a los equipos de futbol llegaran los fisoterapeutas, nutriólogos y psicólogos, Maradona desayunaba coca cola antes del partido del siglo contra Inglaterra. Y cuando jugó en Barcelona, se cambiaron los horarios de entrenamiento a las tardes porque le costaba levantarse en las mañanas. Por desgracia, también fue víctima del vicio de moda, del boom de la cocaína. El héroe homérico cayendo en el canto de las sirenas.

De alguna forma, la importancia de Maradona vino de sus logros deportivos que llenaron de orgullo a los desposeídos, a los olvidados. Ver a Diego jugar los domingos se convirtió en un ritual. Luis Villarejo nos recuerda en su libro Capitanes, que para César Luis Menottí, otro filósofo del futbol, los domingos eran una bendición porque era el día en que jugaba Maradona. Si el corazón del futbol está en la barriada, en los campos llenos de polvo o lodo, Maradona es su representante. Con sus pies se levantaron dos pueblos en dos contenientes: argentinos y napolitanos. 

El mundial de España 1982 esperaba con ansía el despertar de un nuevo ídolo, pero el destino quiso que ese año los honores se los llevaran Platiní, Zico y Rossi. El entonces joven Maradona con 21 años juega su primer mundial justo cuando se da la rendición argentina en la guerra de las Malvinas que libraron con Inglaterra, hecho que sin duda afecta el ánimo del equipo albiceleste.

Lo que se vivía en Argentina previo al mundial de México 1986, tampoco presagiaba nada bueno. Pero como lo señala el propio Maradona en México 86, así ganamos la copa. Mi mundial, mi verdad.vTodo estaba en contra, hasta el presidente Alfonsín criticaba a la selección, pero una vez concentrados en las instalaciones del club América (¿acaso una premonición?), se enfocaron en el objetivo de ganar la copa del mundo. 

Ante los ingleses, el pueblo argentino sentía que se jugaba algo más que un partido de futbol, era el orgullo mismo lo que estaba en juego. Los burgueses e invasores contra los proletariados y explotados. Argentina había perdido la guerra, pero salió del autoritarismo militar. La incipiente democracia necesitaba algo que los cohesionara y eso lo trajo Diego con su exhibición ante Inglaterra. Primero con su tramposo comportamiento de jugador llanero que él mismo llamó la mano de dios y luego con esos 11 segundos donde realizó la jugada soñada por todo futbolista, meter un gol fintando rivales desde medio campo. Maradona entró al partido como un gran jugador, salió como un héroe y al ganar el campeonato del mundo se convirtió en la gran leyenda

Para un pueblo pobre que sufría una inflación descontrolada (385% un año antes) y una crisis política permanente, que un chaparrito (1.62 m.) salido de las zonas más pobres de Buenos Aires le ganara a los orgullosos y ricos ingleses y alemanes, les cambió la vida, les trajo una alegría perpetua.

Del otro lado del océano el pueblo napolitano compartía con los argentinos un sentimiento similar. Se sentían desplazados y discriminados. Nápoles y el sur de Italia eran los pobres, mientras que las ciudades ricas estaban en el centro y norte del país. Tras su infructuoso paso por el Barcelona, Maradona decide irse a jugar al Nápoles, un equipo que nunca había ganado la liga. De la mano del Diego (¿o debo decir, del pie izquierdo?) ganaron 2 campeonatos. Nuevamente, los goles, pases y jugadas de Maradona lo trasladaban a la cima del futbol. Nuevamente el mérito es más grande porque no tuvo a un Garrincha, un Puskas, un Neeskens o un Iniesta jugando a su lado. Ganó ante los poderosos Juventus de Platini y Laudrup y el Milán de Gullit y Van Basten, rodeado de jugadores de regulares a buenos, pero nada del otro mundo, 

El escritor Roberto Calasso señala en Las bodas de Cadmo y Harmonía que esa noche fue la última vez que los dioses del Olimpo se sentaron a la mesa con los hombres, pero si nos atenemos a lo que dice Vladimir Dimitrejevic, en La vida es un balón redondo, regresaron a festejar el campeonato del Nápoles en “el desfile triunfal donde los hombres se juntaron con los dioses”. Menos mitológico, Juan Villoro en Dios es redondo, apunta que Maradona, “el de pies pequeños”, se convirtió en el Espartaco que se levantó contra la Roma Imperial.

Era tal su poder que logró que un país se enfrentara entre sí, cuando en el mundial del 90, previo al partido Italia vs Argentina a jugarse en el estadio del Nápoles, Maradona reclamó que solo hasta ese día voltearon a ver y pedir apoyo el resto del país. Argentina ganó y a Maradona nunca se le perdonó la osadía de hacer públicas las contradicciones italianas. Menos de un año después, empezó la caída del ídolo, no por una conjura sino por la exhibición de sus propias debilidades.

Maradona le hablaba al obrero, al pobre, al desposeído, al excluido. No hay discusión en el hecho de que ningún futbolista, vaya, a ningún deportista se le han perdonado tanto sus excesos. A ninguno se le ha nombrado dios en vida ni se le ha hecho una religión en torno a una frase suya “la pelota no se mancha”. Amado como futbolista, odiado como persona e idolatrado por millones.

Dice Carlos García Gual en su espléndido La muerte de los héroes: “la gloria de sus hazañas, tras su muerte, los reaviva en el imaginario popular; su fama es, en definitiva, lo que afirma la condición heroica, como una extraña victoria sobre su condición mortal”. La vida y muerte de Maradona bien podrían ser un capítulo más de los héroes griegos y donde se narre que también los héroes juegan futbol. Pelé, en su mensaje de condolencia tras la muerte de Maradona. escribió que “Un día, espero que podamos jugar juntos a la pelota en el cielo”. Yo no sé si eso sea posible, pero sin duda, no me lo quiero perder.

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