Hacia un nuevo contrato
Tabula Rasa
(LeMexico) – La base de un contrato es el acuerdo entre las dos partes. Algunos de ellos son por una única ocasión, como los de compra-venta; mientras que otros son sujetos de revisión periódica, como los colectivos de trabajo; unos más son actualizados después de que algunas circunstancias cambian, como la puesta al día de los tratados de libre comercio; y por supuesto están los que se firman, en teoría, para toda la vida, como los matrimoniales.
En la necesidad de entender el surgimiento de las sociedades, en el siglo XVII nacía una corriente filosófica denominada contractualismo, que como señala Nicola Mateucci en el Diccionario de Política, “comprende todas aquellas teorías que ven el origen de la sociedad y el fundamento del poder político en un contrato, es decir en un acuerdo tácito o expreso entre varios individuos, acuerdo que significaría el fin de un estado de naturaleza y el inicio del Estado social y político”. Es decir, nuestras sociedades y los gobiernos emanados de éllas son producto del acuerdo voluntario entre pares, entre la población. Se trataba de un pacto implícito para vivir en comunidad.
Para ejemplificar lo anterior, retomaremos solamente a dos de los más reconocidos exponentes del contractualismo, y de toda la historia de la filosofía. En orden cronológico, empezamos con El Leviatán de Thomas Hobbes (a quien John Rawles, el gran filósofo del siglo XX, consideraba como la obra más grande escrita en lengua inglesa) donde señala que “la condición del hombre es una condición de guerra de todos contra todos, en la cual cada uno está gobernado por su propia razón,”, por lo tanto “la ley primera y fundamental de naturaleza, a saber: buscar la paz y seguirla. La segunda, la suma del derecho de naturaleza, es decir: defendernos a nosotros mismos, por todos los medios posibles”. Por lo tanto, en su estado natural, el ser humano tiende a la guerra contra los demás, y aunque debe buscar la paz, si no lo logra, tiene todo el derecho para defenderse.
Para superar esta situación no queda más que “si los demás consienten también, y mientras se considere necesario para la paz y defensa de sí mismo, a renunciar este derecho a todas las cosas y a satisfacerse con la misma libertad, frente a los demás hombres, que les sea concedida a los demás con respecto a él mismo”. El ser humano debe renunciar a sus libertades de forma colectiva para poder vivir en paz.
Jean Jacques Rousseau en El Contrato Social (la obra más grande escrita en lengua francesa para John Rawls) decía que “los hombres llegados al punto en que los obstáculos que impiden su conservación en el estado natural superan las fuerzas que cada individuo puede emplear para mantenerse en él. Entonces este estado primitivo no puede subsistir, y el género humano perecería si no cambiaba su manera de ser”. Es decir, llega un momento en que el ser humano es incapaz de sobrevivir sin el auxilio de sus semejantes.
Por tal motivo era necesario un contrato social en el que “cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro considerado como parte indivisible del todo”. Rousseau también partía del hecho de que vivir en sociedad exigía ceder libertades personales de forma voluntaria.
Tenemos entonces que el origen del contrato social era el consenso de que para poder sobrevir ante fuerzas superiores, para defenderse de la violencia y la posesión de los bienes personales, pero sobre todo, porque fundamentaba la necesidad del Estado, que en todo momento debe de ser el garante de la paz y la seguridad de los ciudadanos.
A partir de esos años, se ha modificado mucho el mundo y el Estado fue atendiendo mayores demandas sociales de infraestructura para las crecientes ciudades, educación para los jóvenes, pensiones para el retiro de los mayores y salud para toda la población. Dejó atrás el papel de ser un simple espectador en lo económico para convertirse en factor determinante para alcanzar un mayor desarrollo económico, lo cual estaba en relación directa con las mayores presiones de gasto consecuencia de atender las crecientes demandas sociales. Cambió la sociedad y cambió el Estado.
El mayor problema es que de una u otra forma, se fue diluyendo el consenso en torno a la legitimidad del Estado. Jon Elster ya preguntaba a principios de la década de los 90 en El cemento de la sociedad “¿qué es lo que mantiene unidas a las sociedades y les impide desintegrarse en el caos y en la guerra?” Aunque la respuesta, se adentraba en cuestiones de la acción colectiva, convenios y normas sociales, lo cierto es que la pregunta es más difícil de responder porque cada día se siente a las sociedades más dispersas.
En los tiempos actuales, en lo que predomina es un sentimiento de que la sociedad está polarizada, pareciera dificil encontrar un punto medio entre liberales, neoliberales, conservadores y socialistas, sin que el Estado atine a convertirse en un árbitro imparcial. Por donde miremos, econtraremos una sociedad enfrentada. Muchas hablan de reconciliación y de vuelta a los valores que prevalecieron por década en los países, sin embargo todos esos esfuerzos serán infructuosos si no entendemos que los entornos que nos definían hace 20-30 años han cambiado.
El mundo donde el hombre era el único proveedor de la familia; las mujeres cuidaban de los niños y de las personas mayores; los ricos contribuían a mitigar la pobreza con filantropía; y donde había una inevitabilidad de las clases sociales (al estilo de las novelas de E.M. Foster), no existe más. La tecnología, las comunicaciones, las condiciones medioambientales, la incorporación de las mujeres al mercado laboral, el reconocimiento de los derechos de las minorías, la presión de los movimientos migratorios, son algunos de los elementos que debemos considerar.
Por todo lo anterior Minouche Shafik, en Lo que nos debemos unos a otros, plantea que ante la nueva realidad, debemos abordar la cuestión de un nuevo contrato social. Hablar de un nuevo contrato significa referirse a “la colaboración entre individuos, empresas, sociedad civil y Estado para contribuir entre todos a un sistema en el que se procuran una serie de prestaciones colectivas”, dice Shafik, por lo cual “la sociedad es quien debe decidir el objetivo del contrato social y para ello se deben tener en cuenta muchos y muy variados indicadores, que van desde la renta y bienestar subjetivos hasta los que miden los niveles de capacidades oportunidades y libertad”. En otros términos, un nuevo contrato social no solo es para pasar del estado natural al social, ni solo para evitar la guerra y preservar la seguridad de personas y bienes.
Con la situación de encono social, debemos darnos a la tarea de encontrar aquello que nos aglutine como sociedad, por supuesto entendiendo que se han ahondado diferencias de clase, religión, raza, y pese a los obstáculos y visiones al parecer irreconciliables, es impostergable encontrar los puntos de coincidencia. Como dice Shafik “los contratos sociales son intrínsecamente políticos. Son reflejo de la historia, los valores y las circunstancias de un país”, y por lo tanto, hay que organizarnos en torno a los retos que tenemos como sociedad, y sin duda siguen siendo la salud, educación, seguridad y pensiones. No habrá país próspero si no se atienden los cuatro temas que afectarán el futuro.
La responsabilidad es personal, colectiva e institucional. Se requiere que la gente cuide de su salud de forma preventiva para evitar los gastos por enfermedades crónicas, que asistan a la escuela y posteriores capacitaciones profesionales para tener mejores salarios; que laboren en el sector formal para pagar impuestos que financien sus pensiones y los gastos inherentes de seguridad. Pero también que el Estado proporcione servicios de salud y educación universal, que impulse los incentivos para que la población y genere las condiciones para el crecimiento económico.
Puede sonar como algo utópico para nuestra época querer regresar a la convivencia perdida, a ese tejido social que alguna vez nos unió. Ahora es tiempo, como dice Michael Ignatieff en su libro Las Virtudes Cotidianas: El Orden Moral en un Mundo Dividido, en el que debemos entender que las sociedades funcionaban en una supuesta igualdad (racial, religiosa, etc) y que ahora debemos encontrar las pautas de entendimiento en la diversidad de identidades e intereses, que existen en las sociedades en forma de virtud cotidiana.
Hobbes y Rousseau señalaban las bases del entendimiento social de su época. Con el desafío medioambiental, la creciente desigualdad, la multiplicidad de razas y credos viviendo en una misma ciudad o barrio, no es descabellado hablar de un nuevo contrato, donde el papel de la política es fundamental porque como señala Ignatieff, “cabe plantearse las siguientes preguntas: qué necesitan estas virtudes para prosperar, qué condiciones institucionales promueven estas virtudes y en qué circunstancias políticas se marchita”.