La práctica del transfuguismo

(LeMexico) – El transfuguismo está esencialmente relacionado con la «desvinculación partidista» de los actores políticos. Gianfranco Pasquino ha recuperado los términos «escindidos» o «renegados» para referirse a quienes han experimentado, en algún momento o de manera recurrente, esta forma de comportamiento político. ¿Cómo se define este concepto y qué motivaciones alientan su decisión?

El transfuguismo es una actitud o práctica política que apunta al cambio o traslado de un partido a otro, de una ideología a otra, en términos de rompimiento de relación y huida. Es una decisión premeditada que involucra un ejercicio de cálculo político, o bien, una elección individual con profunda carga emocional.

Infiere una conducta que se opone a la lealtad partidista o fidelidad organizativa, aunque en su connotación más positiva, discutible para algunos, significa un paso de «conversión». Puede entrañar vulnerabilidad en la «firmeza ideológica» o «debilidad de convicciones» respecto a la organización política de retirada; puede implicar, también, «exceso de pragmatismo» o, más todavía, «anteposición de intereses personales» o «preferencias egoístas».

Generalmente, los defensores del transfuguismo o sus practicantes suelen atribuirlo al hecho de que la «pureza doctrinaria» del partido fue deconstruida o destruida, resultado de su agotamiento o del control político asumido por un grupo. Esto, por supuesto, es inversamente proporcional a la ética o a las expectativas de quienes optaron por la deserción.

Concentrando sus observaciones al ámbito parlamentario, Mershon y Shvetsova han asociado el transfuguismo con la determinación de «abandonar» la bancada legislativa sin renunciar al escaño (por lo que el cambio está ligado al propósito de no «dejar de ganar»). En la perspectiva de algunos autores latinoamericanos (Perícola, Linares o Morán-Torres), el transfuguismo constituye una «falsa representación política» o una de sus «distorsiones», al grado de conllevar un acto de «deslealtad democrática».

De acuerdo con la evidencia, la causa más común que detona el transfuguismo es la cancelación de espacios, oportunidades o acceso a candidaturas. La segunda tiene que ver con lo políticamente rentable que supone migrar hacia una alternativa potencial y sucedánea. La tercera acontece en la esfera legislativa, cuando por razones de conciencia o desacuerdo político los representantes políticos cambian de grupo parlamentario o abrazan la bandera «independiente». Una última, pero no concluyente lista de causales, es cuando un actor significativo decide deslindarse de su partido por los costos que pudiera revelar un asunto de naturaleza mediática o coyuntural.

Como sea, en cualquiera de sus modalidades, estas razones parecen restringirse al hecho de que los intereses de los actores políticos entraron en contraposición con sus beneficios o ponderaciones presentes y futuras. Visto así, las motivaciones del transfuguismo tenderían a reducirse a una cuestión de incentivos (materiales y personales) y preferencias (visiones e ideologías).

Albert O. Hirschman postuló que la «salida» (antónimo de lealtad) estaba reducida a cuestiones de tipo económico y que los agentes (en este caso políticos) optaban por abandonar la organización, cambiar de proveedor o vender las acciones cuando se suscitaban discrepancias. Suscribió, asimismo, que la salida era «la opción más individualista y economicista» debido a que el escape tenía el propósito de desplazarse y emprender. De ahí que el transfuguismo no pueda entenderse sin la conexión directa entre una opción de salida y otra de entrada (mediata o inmediata).

A nuestro juicio, el transfuguismo depende del sistema de castigos y recompensas que predomina en el entorno político. En algunos países, abandonar un partido con la consiguiente inclusión en otro está reglamentado, controlado o hasta penalizado. En otros, no hay ningún tipo de regulación. Con independencia de la esfera legal, dicho «sistema» es también estimulado por la cultura política subsistente en lo relativo a lealtad y disciplina partidista.

En el caso mexicano, la experiencia muestra que el transfuguismo es una acción recompensada más que castigada. Esto puede explicarse tanto por la ausencia de normatividad punitiva (salvo acuerdos y resoluciones) como porque un amplio sector del electorado tiende a valorar positiva y justificablemente los argumentos que los sujetos políticos esgrimen para escindirse de su partido (aun cuando en la fuerza política que abandonaron hayan militado durante décadas) e integrarse en otra formación (aun cuando la «nueva casa», por su signo y ubicación ideológica, diste significativamente respecto de la anterior).

Pensamos que es en estos terrenos donde pudieran hallarse luces sobre por qué, en el escenario mexicano, a políticos de relevancia les preceda su paso por dos, tres, cuatro o hasta cinco partidos a lo largo de su carrera pública y no sean castigados, sino recompensados.

Es probable que un tratamiento más adecuado sobre el transfuguismo (ya sea en su vertiente electoral o parlamentaria) requiera considerar el fenómeno contra fáctico: ¿Qué explica que una minoría o mayoría de actores políticos, premiados o no, en circunstancias adversas o favorables, con acceso a oportunidades o sin ellas, persista en la misma organización política? En esta interrogante podremos construir, seguramente, respuestas más sólidas acerca de las motivaciones adoptadas por tránsfugas, convertidos o renegados.

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