Los alcances de la participación

Tabula Rasa

(LeMexico) – Alrededor de la consulta para la revocación, lo único claro que tenemos es el ruido que levanta. Ya sea a favor o en contra, lo cierto es que la claridad ha brillado por su ausencia. No sabemos bien en qué consiste ni cuál es el beneficio, pero eso sí, ha servido para profundizar filias y fobias. Curiosamente, la discusión en los últimos días no ha sido sobre el rumbo que deba tener el voto, sino sobre la pertinencia de la participación.

Después de democracia, el concepto más utilizado, y sobre todo en los últimos años, es el de participación, aunque quizá no se ha entendido del todo en qué consiste. Tal confusión hay en torno a la participación que hay quienes incluso la consideran equivalente a democracia. Democracia no es igual a participación, aunque, eso sí, la democracia requiere de la participación.

El Diccionario de la Real Academia Española define a participar (verbo del cual se deriva la participación) como “tomar parte de algo”. Mauricio Merino, en La participación ciudadana en la democracia, señala que “la participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera exclusiva, privada, para sí mismo”.

“La participación suele ligarse, por el contrario, con propósitos transparentes –públicos en el sentido más amplio del término– y casi siempre favorables para quienes están dispuestos a ofrecer algo de sí mismos en busca de propósitos colectivos. La participación es, en ese sentido, un término grato”.

Quizá en esta benevolencia del término es que se usa tanto y de manera indiscriminada.

Ahora bien, el siguiente paso es hablar del surgimiento de la participación, que fue, como era de esperarse, donde nació la cultura occidental en el siglo V antes de la era común, en Atenas. La democracia como institución requería de la asistencia de todos los ciudadanos en las asambleas públicas, es decir: de la participación. Cabe recordar que la polis ateniense en sus momentos de mayor esplendor llegaó a unos 300-400 mil habitantes, de los cuales hay que descontar a quienes no eran considerados ciudadanos en esa época: los niños, los esclavos y las mujeres. Como rasgo positivo es que los hombres considerados ciudadanos podían participar en condiciones de libertad e igualdad durante las asambleas.

Hay un tema que no es menor y debemos tener presente. La participación en sus orígenes griegos era directa, básicamente porque el número de asistentes a las asambleas públicas era poco numeroso, lo que permitía el debate y la discusión directa. Con el crecimiento de ciudades y Estados, la participación dejó de ser directa para volverse representativa.

“Puesto que en un estado libre todo hombre considerado como poseedor de un alma libre debe gobernarse por sí mismo, sería preciso que el pueblo en cuerpo desempeñara el poder legislativo. Pero como esto es imposible en los grandes estados, y como está sujeto a mil inconvenientes en los pequeños, el pueblo debía realizar por medio de sus representantes lo que no puede hacer por sí mismo”.

Montesquieu en Del espíritu de las leyes, su obra cumbre

Y así, la participación en la cuestión pública se fue dejando a terceros, a quienes la sociedad consideraba como sus representantes, mismos que con el tiempo terminarían agrupándose por afinidades en lo que conocemos como partidos políticos.

Sin embargo, cuando la democracia regresa como el régimen político predominante, el debate se centra en la participación. Esto es, según Robert Dahl, cuando teorizaba acerca de la democracia allá en los años 70 con La poliarquía. Participación y oposición, donde especificaba que para poder entender hasta dónde llega la democratización de un régimen, el punto central es la participación “en un plano de mayor o menor igualdad, en el control y discusión de la política del gobierno. Participar, es decir, tener voz en el debate público”. Hasta aquí, la participación se enfocaba en poder votar y ser votado en elecciones libres y periódicas enmarcadas en una serie de libertades e instituciones que sean propicias para la democracia.

Años y años de luchas políticas por el mundo (en algunos lugares más y en otros menos) se dieron para que las sociedades tengan condiciones más o menos equitativas para poder emitir su voto, pero resulta que, paradójicamente, no salen a votar todos. ¿Qué es lo que hace que la gente participe o no en la elección? En algunos países, la participación no es opcional, sino que es obligatoria por ley (y ni así se alcanza el 100%), pero en la mayoría no lo es, así que la participación siempre es muy variable.

En este punto tenemos que hablar de lo que se le conoce como incentivos selectivos. Jon Elster, en El cemento de la sociedad, nos dice que “atendiendo a supuestos razonables, la racionalidad egoísta aconseja la abstención, por lo menos si faltan los incentivos selectivos”. Es decir, de manera racional (algo al parecer lógico, pero que en realidad no lo es) la gente decide no participar porque tienen una fiesta, se sienten enfermos, prefieren salir de viaje, quedarse a ver el futbol, les da flojera, sienten que su voto en nada cambiará los resultados, ningún candidato les es atrayente, no hay diferencias entre los candidatos, no sienten identificación por los partidos, están decepcionados de la política. Lo sorprende no es la abstención, sino el que la gente salga a votar.

Se han hecho toda clase de propuestas para que la gente salga a votar (legales o ilegales como la entrega de dinero o la promesa de algún beneficio futuro o pérdida de uno presente) pero sin llegar a la fórmula que estimule una mayor participación. Lo que más lleva a la gente a participar es uno, la importancia de lo que está en juego. Si lo consideran importante, participarán, de lo contrario, ignorarán el proceso. El segundo y más permanente es una cultura cívica y valores sociales extendidos que posee la ciudadanía, que le compromete a participar. Porque en eso sí hay un mayor acuerdo, a mayor participación, mayor legitimidad del régimen y del gobierno o legislador en turno.

Las figuras legales de participación pueden ser la elección de titulares del ejecutivo, legisladores, así como las consultas populares, referendums o revocaciones de mandato. Sin embargo, el alcance de la participación debe ir más allá de la jornada electoral y debe extenderse a mantenerse informado, participar en campañas y movilizaciones, ser miembro de alguna organización, financiar movimientos y causas, expresar la opinión a las autoridades sobre las políticas públicas, analizar y debatir con amigos, vecinos, familia. Es decir, participar en el sentido de la Atenas clásica: el deber de ser parte de las deliberaciones sobre los asuntos públicos cotidianos.

Las elecciones son consideradas por muchos como el momento cumbre de la participación. Es el momento estelar para ejercer por los derechos ciudadanos y para optar por una u otra propuesta de gobierno. Sin embargo, como lo señala Gianfranco Pasquino en Participación política, grupos y movimientos:

“La participación electoral no es más que una de las modalidades de participación política y quizás ni siquiera la más importante, aunque probablemente la más difundida y la más universal”. 

Reducir la participación a los pocos minutos que lleva emitir el voto es una equivocación.

*Esta columna regresará después de semana santa…

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