El 10 de mayo: la exigencia a ser “buena madre”

El pasado domingo se celebró el día de las madres. ¿Sabían ustedes que el origen de esta festividad tiene raíces eminentemente anti feministas?

Los estudios sociológicos ofrecen dos categorías útiles, relacionadas a las funciones que tienen las instituciones. Se dice de manera declarada que sirven para una cosa, pero de manera latente, sirven para otra muy distinta. De este modo, el día de las madres se instituyó haciéndonos creer que era una manera de rendir tributo a las mujeres cuya circunstancias las hizo madres y que definitivamente cumplían el perfil de abnegadas, sumisas, incansables, amorosas, aquellas que lo daban todo sin esperar nada a cambio.  No obstante, la función latente, la real, era otra muy distinta.

Amor Gutiérrez, en su texto El 10 de Mayo “Día de la Madre” en México o de Cómo Imponer un Modelo de Maternidad (1917), analiza diversos estudios que permiten identificar el contexto social y los factores que influyeron para que, en 1922, Rafael Alducin, entonces director del periódico Excélsior, propusiera e invitara a importantes personajes de la vida política y religiosa —entre quienes se encontraban José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública y el entonces arzobispo primado de México— a instaurar el 10 de mayo como “Día de las Madres”.

Por supuesto que la Iglesia se sumó inmediatamente a la iniciativa, que venía a fortalecer la línea editorial de la prensa católica ocupada en difundir noticias y recomendaciones de temas relacionados con la crianza, lactancia y educación de los hijos; en suma, orientada a consolidar el constructo social del estereotipo de la “buena madre” y, por ende, el de la “buena mujer” tan relacionada con el mandato social de la maternidad.

¿Qué fue el detonador para que Alducin hiciera esa propuesta?  Que en aquellos años, las mujeres empezaban a darse cuenta que su destino no necesariamente era ser madres y que su cuerpo era suyo. Dos eventos importantes estaban teniendo lugar en aquellos años según explica Gutiérrez: Margaret Sanger, una enfermera norteamericana fundadora de la primera Clínica de control natal en Brooklyn, E.U.A. se dedicó a informar a las mujeres sobre el uso de métodos anticonceptivos a través de folletos que se intitulaban La limitación de la familia o La brújula del hogar. Dicha actividad le costó ir varias veces a la cárcel.  Por otra parte, en 1917 se había realizado el primer congreso feminista de México, con el aval del entonces gobernador Salvador Alvarado. Cuando, años más tarde, Felipe Carrillo Puerto fue gobernador de aquel estado (1922-1924), tanto las feministas como él recibieron con buenos ojos los folletos de Sanger.

Marta Lamas (1995) explica cómo la estrategia comercial que enarbolaba y premiaba la figura de la “madrecita santa”, constituyó un durísimo golpe a las propuestas feministas. De 1922 a 1968 Excélsior organizó festivales populares el 10 de mayo en donde invitaban a artistas populares que influían en la población mexicana. ¿Se imaginan a Agustín Lara diciendo “Todos llevamos un altar para nuestra madre, iluminado con la llama votiva del amor y la admiración”?

En aquellos años diversas marcas ofrecían premios —obvio, electrodomésticos— a las mujeres que tuvieran más hijos. En promedio, cada mujer tenía siete hijos y con estos, siete devotos más a la iglesia católica.

Como afirma la propia Lamas, detrás del estereotipo de la buena madre, se escondían diversas realidades: mujeres agotadas, hartas, golpeadoras, ambivalentes, culposas, inseguras, competitivas o deprimidas. Mujeres obligadas a volcarse a la atención de las(os) hijas(os) y renunciar a sus propios sueños y proyectos de vida (que lamentablemente, muchas veces se limitaban a mantener una relación marital con quien les proveyera un sustento material).

Si bien esta historia es del siglo pasado, lo grave es que en el ámbito jurídico hay jueces que sigan exigiendo a las mujeres la materialización del estereotipo de la “buena madre” y son capaces hasta de sancionarles, como quedó de manifiesto con la sentencia dictada en 2009 por el entonces juez del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Andrés Manuel Linares Carranza, quien en un asunto de orden familiar, le quitó la custodia a una mujer de origen español por no haber cumplido con su “rol tradicional de madre”. Entre los argumentos que utilizó para sustentar su resolución es que “ella es atea”, que “los niños se crían mejor con sus padres que son varones” y que de joven había hecho “topless” en playas españolas, como probó su ex pareja a través de fotografías. El juez, además de quitarle la custodia, se atrevió a enviar a la mujer a terapia psicológica para que pudiera “aceptar los roles tradicionales de género” y de este modo, aprender a ofrecer a su hijo cariño conforme a las costumbres mexicanas. La mujer pasó años sin poder ver a su hijo.

Con esta resolución, el juez ganó en 2016 el Premio Garrote Público otorgado por la organización internacional Women´s Link Worldwide, por haber dictado una de las sentencias más machistas y discriminatorias por carecer de perspectiva de género y a pesar de eso, semanas después lo promovieron a Magistrado del mismo tribunal. ¡Vaya mensaje!

En tiempos del COVID-19, las mujeres que son madres están rebasadas de trabajo y existe el riesgo de que, cuando llegue el momento de reincorporarnos al espacio público, ellas se vean obligadas a sacrificar sus empleos y, por tanto, su desarrollo profesional para quedarse con las(os) hijas(os). Por fortuna cada vez más mujeres, trabajan por maternidades deseadas y, en su caso, no patriarcales.

Dra Iris Rocío Santillán Ramírez

Abogada y Criminóloga feminista. Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma Metropolitana, Master en Sistemas Penales y Problemas Sociales por la Universidad de Barcelona, así como Maestra en Criminología y Doctora en Ciencias Jurídico Penales y Política Criminal por el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Después de desempeñarse durante varios años en el ámbito de la procuración de justicia, en los últimos 19 años se ha dedicado a la docencia y a la investigación en materia de violencia en contra de las mujeres. Ha dictado conferencias en diversos foros del país y del extranjero y publicado artículos especializados en editoriales de España, Brasil, Argentina y México. Autora de los libros: “Violación y culpa” y “Matar para vivir. Análisis jurídico penal y criminológico con perspectiva de género de casos de mujeres homicidas”, ambos de la editorial Ubijus. Ha trabajado activamente en la capacitación y formación de personal ministerial y judicial en materia de género y derechos humanos de las mujeres. En 2016 recibió la Medalla Omecíhuatl que otorga el gobierno de la Ciudad de México por sus contribuciones en materia de derechos humanos. Actualmente es profesora-investigadora Titular “C” por oposición en la UAM-Azcapotzalco. Investigadora Nacional. Miembro de Número de la Academia Mexicana de Criminología. Forma parte del grupo de trabajo para la activación de la alerta de violencia de género en la Ciudad de México.
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