Democracia populista

Tabula Rasa

(LeMexico) – El populismo se ha vuelto democrático. No hay sociedad, ideología o país que no pueda tener un gobierno populista. Lo mismo se puede presentar en algún país occidental con una larga trayectoria democrática que en un país latinoamericano con sistemas democráticos endebles o en permanente construcción y consolidación.

Tradicionalmente, se consideraba que el populismo era propiedad exclusiva de las ideologías de izquierda, pero recientemente han perdido el monopolio y las ideologías de derecha se han apropiado de la lógica populista. También se suponía que el populismo solo podría arraigar en aquella sociedad con desarrollos económicos o sociales precarios. Sin embargo, el populismo ha aparecido con fuerza en sociedades económica y socialmente más desarrollados.

Es cierto, el populismo, como le sucede a tantos conceptos, ha tenido una larga e irregular trayectoria a lo largo de los años. Se ha advertido tanto de su presencia en diferentes etapas de la historia que al parecer está destinado a no irse nunca de nuestras sociedades. Al populismo se le ha temido, pero al mismo tiempo reconocido, no sin cierta resignación, por señalar los errores y carencias de los sistemas políticos prevalecientes.

El populismo parecía ser que solo podría florecer en sistemas de gobierno autoritarios, hegemónico o plenamente dictatoriales, pero lo observado recientemente nos ha abierto los ojos para entender que puede surgir en cualquier momento y bajo cualquier tipo de régimen de gobierno.

Por lo tanto, se ha vuelto el término de moda para describir la política contemporánea en el mundo no es la democracia, sino el populismo. La diferencia con el concepto de democracia es quizá que este último es el que más se ha estudiado, el que mayores desarrollos tiene, al que más esfuerzos conceptuales se le han dedicado en pos de una comprensión que nos sea útil para entender su funcionamiento, el que tiene tantos adjetivos (como lo recuerda Michelangelo Bovero en Los adjetivos de la Democracia) del que se han derivado toda una serie de sub conceptos.

Por ejemplo, es lugar común afirmar que los casos de populismo los encontramos en Silvio Berlusconi, Hugo Chávez, Marine Le Pen, Vladimir Putin, Donald Trump o Jair Bolsonaro, y que no pocos terminan convirtiéndose en fascismos. Al populismo lo encontramos en los mismos, en Brasil, Argentina y México, que en Estadios Unidos, Gran Bretaña, Italia, Rusia; lo mismo en los años 30 o 50 que en los 80 o 90 del pasado siglo, hasta llegar a los últimos 10 años.

Queremos tratar de entender el populismo a través de la personificación de sus líderes más conspicuos, o por alguna región del mundo en especial o por alguna época en específico, e incluso por políticas o acciones como el Brexit. Seguiremos sin poder comprender el concepto, de hecho, es más probable que menos lo entendamos.

También tiene su vertiente económica como apuntaron en un artículo llamado The Macroeconomics of Populism, Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards, donde consideraban que el populismo es algo que se puede reconocer a través de sus políticas macroeconómicas. En 1991 lo consideraban un concepto que aplica recurrentemente a América Latina y, que si bien reconoce que puede generar expectativas positivas soportadas por un crecimiento económico inicial, pasado ese impulso macroeconómico insostenible vuelven a aparecer la inflación, crisis y colapso de la economía.

Otra propuesta es la presentada por Daron Acemoglu, Georgy Egorov, Konstantin Sonin en el artículo A Political Theory of Populism, unos 20 años después del trabajo anteriormente señalado, donde definen que el populismo se refiere a las políticas que están a la izquierda del espectro económico (como los programas redistributivos), que discursivamente defienden los intereses de los pobres en contra de los ricos, pero que terminan por afectar tanto los intereses de las clases altas, como a los más pobres.

Los autores, enfocándose en las políticas latinoamericanas, proponen un modelo matemático para encontrar las constantes del por qué surgen o desaparecen las políticas económicas populistas, basando el modelo en variables como políticos honestos y corruptos (o proclives a serlo), elecciones, votantes, medios, lobbyng, izquierda, derecha, principalmente.

Al populismo no le encontramos coincidencias constantes. Lo que aplica a una época no es válido para otra. La identificación de variables en unos países no se encuentra en otras. Pocos conceptos tan elusivos como el populismo, pero al mismo tiempo, pocos conceptos tan amplios y fáciles de utilizar. ¿Acaso para aproximarnos al mundo del populismo tenemos que acercarnos olvidando la búsqueda de una faceta única y permanente en el tiempo y mejor enfocando en las diferentes dimensiones que lo conforman?

Si le preguntáramos a cualquier estudiante de ciencia política en el mundo que si consideraría como dos exponentes del populismo contemporáneo (y aquí ya empezamos con algunas adjetivaciones) a Donald Trump y a Nicolás Maduro, la probabilidad de que contestaran afirmativamente es muy alta. Pero si posteriormente les pidiéramos la definición de populismo que representan cada uno, puede ser que las respuestas no sean tan claras.

Personificar el populismo no conduce a entenderlo cuando se tiene la revolución bolivariana en Venezuela y el Let’s Make America Great Again. ¿Cómo conciliar un concepto tomando como base el presidente de un país autocrático que se asume como socialista y otro que es dentro de un sistema democrático, la cabeza visible del capitalismo?

Podemos arriesgar alguna respuesta que diga que las similitudes son que ambos presidentes se autoproclaman como los que llevarán a cabo el verdadero cambio a favor del pueblo, y que si no lo han logrado es porque fuerzas externas y enemigos internos se los han impedido. Sin embargo, es tan general la respuesta que las mismas razones las puede esgrimir cualquier presidente, de cualquier tipo de régimen y de cualquier época. Ejemplo de cómo dichos argumentos pueden ser utilizados en cualquier tiempo y espacio lo podemos encontrar en la novela histórico-militar de Santiago Posteguillo La Traición de Roma, donde el personaje principal, Escipión el Africano, culpa a sus enemigos en el Senado y a Cartago de impedirle gobernar por el bien de Roma. Hoy le echaría la culpa a los medios de comunicación.

Si alargamos el periodo para comparar, puede ser que nos confundamos aún más. Tomemos un país en específico, Italia. Para algunos autores, Benito Mussolini era líder de un movimiento populista que terminó por tener su propio nombre, el fascismo. Asimismo, Silvio Berlusconi es el populista de fin/principios de siglo. ¿Podemos encontrar coincidencias entre dos presidentes que, medio siglo de diferencia entre ambos, son considerados símbolos del populismo? Nos referimos a Juan Domingo Perón y Nestor Kishner en Argentina. La respuesta queda en el aire.

Por su parte, Nadia Urbinati en su libro Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma la democracia nos dice que la democracia populista es “el nombre de un nuevo modelo de gobierno representativo que se funda en dos fenómenos: una relación directa entre el líder y los miembros de la sociedad a los que consideran las personas correctas o buenas, y la autoridad superlativa de su público. Los populistas quieren sustituir la democracia partidista con democracia populista; cuando lo consiguen configuran su mandato mediante el uso incontrolado de los medios y los procedimientos de la democracia partidista. En específico, los populistas fomentan el despliegue permanente de la gente, el público, para apoyar al líder electo o modificar la constitución vigente para reducir las restricciones que tiene la mayoría para tomar decisiones”. Mientras que la democracia representativa se basa en la existencia de partidos políticos, la democracia populista se basa en el pueblo. Así, el demócrata busca ser electo, el populista busca ser aclamado.

La diferencia es notoria. Los partidos políticos son las partes del todo político, mientras que el pueblo (un concepto equiparable a nación o patria) aspira a la unanimidad. La democracia representativa le habla a la sociedad heterogénea; la democracia populista se dirige a un imaginario y homogéneo pueblo.

La democracia representativa tiene contrapesos y voces discordantes; la democracia populista detesta la crítica y las limitaciones a su poder. Mientras que la democracia partidista buscaba los mecanismos para incorporar a las minorías en la toma de decisiones, la democracia populista asume al pueblo como único representante y quien esté en contra es rechazado y combatido.

No debemos de perder de vista que la democracia contemporánea contiene dentro de sí los elementos necesarios para poder evitar la llegada de un gobierno populista y, al mismo tiempo, esos mecanismos le pueden abrir las puertas. Una paradoja y contradicción al mismo tiempo, la democracia que alienta la libertad puede ser víctima de su propia libertad.

La democracia, por su naturaleza, no impide la participación de ningún candidato y el populista lo ha aprovechado para colarse y tomar el poder. Lo peor de todo es que los populistas han existido siempre y ha sido el fracaso de las promesas de la democracia (justicia, igualdad, equidad), lo que les ha permitido el paso.

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