El egoísmo natural del ser humano y su relación con la política

(LeMexico) – Es sabido que el Ser humano tiene, y me atrevería a decir “goza” de, cierto egoísmo natural, el cual le ayuda para sobrevivir, para alimentarse, para conseguir sustento, incluso para salvar su vida y en un ámbito más amplio, para proteger y proveer a su familia en diversos y amplios aspectos. En los animales también lo hay. Ese egoísmo instintivo, de igual forma, les permite sobrevivir. Aun así observamos en ellos amplios márgenes de empatía, solidaridad y protección, etc. con sus compañeros de especie.

Asimismo, hay gente que defiende a capa y espada “la ley del más fuerte”, eliminando en todo sentido cualquier sentimiento de empatía y dejando de lado de manera desentendida el pensar en los demás. En el peor de los escenarios justifican robos, saqueos, corrupción y demás actividades de abuso tanto legal como moral y humano o que violente incluso el respeto a la dignidad. Cabe aclarar que no concuerdo con este tipo de pensamiento, aun siendo consciente de nuestro egoísmo natural y de nuestra parte individual.

Los seres humanos tenemos razón e instinto, pero precisamente lo que nos hace humanos es el privilegio de que tenemos razón y por tanto esta debe estar al menos un poco por encima del instinto. Esto nos ha ayudado y nos ayuda a mejorar, a crecer y a desarrollarnos. Yéndonos a un plano más amplio, el hecho de tener razón es lo que nos recuerda que somos un proyecto de evolución, o más que de evolución, de progreso, y que nuestra existencia en el mundo va más allá de la existencia misma.

Cuando me argumentan diciendo que el idealismo es absurdo, que la utopía no tiene ni sentido perseguirla y justifican incluso abusos basados en el egoísmo, mi respuesta es que es precisamente eso lo que estamos llamados a superar como especie, poner los valores humanos por encima. Es decir, vencer excesos de egoísmo, compartir, querer el desarrollo en general de los demás, generar buenos sentimientos, tener hábitos sanos, ser más empáticos, etc.

Como ya mencioné, los seres humanos tenemos cierto egoísmo y eso implica que nos gusta la comodidad, nos importan mucho más que otros, nuestros seres queridos y cercanos, nos gusta sentirnos seguros económicamente: en un sentido más amplio y porque las épocas han cambiado vendría siendo similar a sentirnos seguros alimentariamente; nos gusta amar y sentirnos amados, nos gusta disfrutar de cierto nivel de vida, comer buenos alimentos, disfrutar de la recreación, tener posibilidad de movilidad y de estudio de acuerdo a nuestras aspiraciones, entre otras cosas.

En el pensamiento normalizado o en el más común, una vez que nosotros tenemos cubiertas estas necesidades, nos es de poco o nulo interés el saber si el otro ya las cubrió o si el semejante está falto de alguna, afligido por carencias, insatisfecho, dolido, violado en sus derechos mínimos, etc. Sin embargo, no aplica en todos los casos, hay personas que han logrado observar en ellos la felicidad y paz que provoca el ver o saber que otro consigue paz, desarrollo, crecimiento, bienestar o un logro o meta que deseaba. Sienten incluso gusto y alegría por ver alegría en el otro y considero que esto es el secreto o uno de los secretos del desarrollo y progreso de la humanidad y de toda la especie, el buscar el crecimiento no solo de uno sino el del otro también.

Me gustaría citar un breve fragmento de un discurso de Adela Cortina, realizado en el 2010 y titulado “Ética y responsabilidad social en un mundo globalizado” y dice así:

“Ciertamente, la marcha de la evolución no es la marcha del progreso, sino que la marcha del progreso la hemos de marcar los seres humanos. Si somos capaces de valorar cosas por sí mismas y si somos capaces de valorar seres por sí mismos, entonces hemos dado el paso de la evolución al auténtico progreso moral que, a mi juicio, es el que hay que macarle también a la evolución.”

Como quizá podemos imaginar, el sentido de nuestra razón aspira a poder valorar más allá de lo funcional que nos es alguien o lo que obtenemos de él. Quizá el motor humano que nos dará más plenitud es el desarrollo de los demás, el desarrollo general y de ahí emanará el bienestar. Quizá cualquier sistema político funcionaria bajo esta premisa. Desde mi perspectiva, esto aniquila envidias, eliminando así o disminuyendo posibilidades de actos de corrupción y de abuso, y de ahí considero que podría nacer la tan anhelada “buena política”.

El político, en teoría, es en mayor medida y en comparación con la media, propio de la empatía, razón que lo impulsa a tener vocación y pasión a dedicar su trabajo y esfuerzo mental y físico al desarrollo de proyectos, ideas y actividades que beneficien a la población en general o a sectores específicos de esta, aunque exista un costo de oportunidad, sin afectar demasiado a otros. En realidad, la mejora del bienestar de un sector o de una sola persona nos beneficia a todos de una manera más directa de lo que imaginamos, pero dejaré este punto para futuros artículos.

El político verdadero, en sentido estricto, sin entenderse estricto como forzado u obligatorio, sino más bien natural, disfruta de la amistad de las múltiples personalidades que coexisten en el mundo, disfruta de conciliar y conseguir paz para mantener un estado de calma en el entorno. El político no es un ser perfecto si no uno que ha desarrollado habilidades para conciliar intereses y establecer acuerdos que promueven y/o garantizan un estado de orden que permite la vida en paz para el desarrollo de las actividades de todos los ciudadanos y encuentra en la consecución de esta meta, un disfrute propio: vocación.

Sin embargo, antes de concluir, debe mencionarse que el político tiene la limitante de que jamás la paz dependerá sólo de él, sino también de la mejora de las intenciones y métodos de los ciudadanos en general, por lo que debe también buscar la influencia en pro de ideas nobles y sensatas.

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