Repensar el Anarquismo

(LeMexico) – Este artículo empata dos visiones para abordar el análisis del anarquismo: una progresista y otra moderada.

El primer punto de coincidencia es que esta doctrina, que se remonta al pensamiento político francés, representa un referente ideológico cuyo propósito es noble, aunque utópico. El segundo es que un concepto como éste, resultado de un amplio desarrollo teórico, ha evolucionado a lo largo del tiempo, dificultando cada vez más una definición precisa y acabada. El tercero es que su postulación se aprecia vigente para confrontar las decisiones irracionales o asumidas grupalmente por las estructuras de poder. El cuarto, y último, como veremos en estas líneas, es que el anarquismo no es en sí ausencia de gobierno, sino defensora de un tipo de «orden» que termina por diluir su presunta naturaleza «contradictoria».

El anarquismo tiene una connotación negativa e inclusive indeseable. Se le ha asociado, por decir lo menos, con la subversión del statu quo y la rebelión contra los poderes instituidos. Dada su supuesta inaplicabilidad, suele relacionársele con un activismo sinsentido, bajo la lógica de que las sociedades no deben ni pueden subsistir sin alguna forma de orden y, por consiguiente, de autoridad.

Creemos que esta percepción es consecuencia de la subinformación que propagan algunos medios de comunicación y, otro tanto más, a que el anarquismo suele tener eco y resonancia durante las protestas antisistema.

No ha faltado quienes sostienen que la validez del anarquismo responde a la reproducción de las condiciones sociales y políticas del siglo XIX. O quienes consideran que representa una paradoja al pretender alcanzar, de manera simultánea, «libertad personal» e «igualdad social».

Nosotros cuestionamos que el anarquismo tenga fundamentos contradictorios. De hecho, aunque con mayor éxito, estos son fines postulados también por el ideal democrático, al que se suma, procedimentalmente, la difícil fórmula de pluralismo y gobernabilidad. A nuestro juicio, la diferencia estriba en que la democracia es un orden representativo, mientas que el anarquismo constituye un orden autoimpuesto de manera individual.

Esto puede comprenderse mejor si se retoma la definición precursora de Proudhon:

«El anarquismo es la teoría social que descansa en la idea de que los seres humanos pueden gobernarse a sí mismos en plena libertad, sin el nexo coercitivo entre mandar y obedecer, sin acudir a ningún poder exterior».

Albertani ha agregado a ello que la anarquía implicaría un «orden superior, fundado no en la coerción sino en la armonía y el amor». Esto es, en lo que cada quien descubre frente a sus desacuerdos con el sistema y los paradigmas dominantes.

Si bien el anarquismo está más enfocado a los valores y principios que las personas han elegido seguir (existentes o propios), mantiene su vigor en el terreno político. Por ejemplo, contra los regímenes autoritarios que amenazan las libertades individuales alcanzadas en decenios de lucha; oponiéndose a los esquemas que acrecientan la desigualdad o, bien, disintiendo del sistema que pondera económicamente. Por ejemplo, algunas actividades como los espectáculos por sobre las relacionadas con la salud, la cultura o la educación. Por citar uno más, destacan los desacuerdos contra la explotación excesiva o el daño a los recursos naturales por parte de industrias y gobiernos.

Lo interesante es que aun cuando pudiera haber un amplio consenso sobre acciones anarquistas contra decisiones que desafían un orden armonioso, ¿por qué aceptamos este orden de cosas? La respuesta más plausible, entre otras, parece encontrarse en lo que Hume denunció en su teoría de las pasiones: el ser humano actuará en contra de sus propios intereses, lo cual nos llevará a otro campo de deliberación: el ser humano suele ser más irracional de lo que aparenta, dejándose guiar por sus emociones y motivaciones, afectándose y afectando a otros.

El anarquismo es una extraordinaria plataforma sobre la cual cuestionar las decisiones de poder que se imponen autoritaria, irracional y pasionalmente. En el fondo, todos tenemos algo de anarquistas, si personalmente disentimos de órdenes prestablecidos o que se quieren prestablecer. Y, en la medida que el anarquismo privilegia la conciencia individual, disiente también de la conciencia de clase, la política de masas o la identidad que proporciona, supuestamente, la pertenencia a una categoría grupal.

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