Por una Economía Cíclica (es decir con límites)

Hacia el final del año pude leer la Economía Dona, el libro de Kate Raworth, la profesora de Oxford, crítica de la manera en que se enseña economía en el mundo. El texto es impresionante por la claridad en la exposición de sus argumentos, pero también por la influencia que ha ganado en muchísimos ámbitos el marco explicativo de Raworth.

Tres ideas son centrales en la propuesta teórica, una es que la el uso de los recursos a disposición de la humanidad tiene un límite, por eso es una dona, con masa y tamaño fijo, porque la y las economías tienen un límite de recursos a disposición. Los límites son el deterioro de los recursos agrícolas e hídricos, el daño a la atmósfera, el calentamiento global, la contaminación del aire, acidificación de los océanos.  

Otra es que existen diferencias entre lo que cada persona obtiene, algunas incluso nada, están en la parte vacía, y otras logran grandes porciones de la parte substancial de la dona. La tercera es que la dona está compuesta de porciones de bienes y servicios que todos necesitamos, salud, trabajo, gobernabilidad, equidad, alimentación, vivienda, justicia, educación, etc. Es decir, no sólo maximizamos ingreso, sino básicamente acceso a un conjunto de factores que no ofrecen bienestar. De hecho, ese es el marco teórico de la agenda 20/30 de ONU Hábitat, que sirven de modelo para las políticas públicas de los gobiernos. 

El argumento central es que no podemos pensar que es posible crecer al infinito, porque se comienza a llegar al límite del tamaño de la dona. El crecimiento debe ser tal que esté diseñado para que las acciones de las empresas y de los gobiernos reduzcan los efectos de sus acciones sobre el medio ambiente. Eso implica que los productos estén diseñados para reciclarse, que las empresas efectivamente reduzcan la huella ambiental de sus operaciones, que las ciudades reduzcan a las emisiones, no generen residuos y colecten el agua y la energía que utilizan, administrar correctamente los espacios comunes como los bosques o los cuerpos de agua, y que, maximizar el crecimiento del PIB no sea la meta principal a alcanzar de una economía.

El otro es que la economía debe de ser diseñada para distribuir, no para generar más riqueza, eso puede ayudar, pero no es el objetivo. Todo eso se puede lograr con incentivos de mercado correctos, pero no solamente, el ser humano no es un “homo economics” como nos enseñaron en las escuelas de economía. La racionalidad es limitada y contextualizada, dependen de instituciones sociales a las cuales los humanos se adaptan. Por eso los mercados no se pueden analizar de manera aislada, están interconectados, y si bien son poderosos, pueden ser orientados a lograr los fines sociales.

Para eso se debe reconocer que el actuar de los gobiernos es fundamental, por lo que deben ser fuertes institucionalmente y rendir cuentas; el sistema financiero tiene que servir a la economía productiva y generar estabilidad; la propiedad comunal y las redes colaborativas pueden proporcionar servicios valiosos a la sociedad; el comercio necesita tener elementos de justicia; y los negocios no pueden tener como único objetivo generar ingreso, sino también servir a la sociedad.

Raworth es crítica de cómo la ciencia económica, en su afán de serlo, privilegió siempre la simplicidad y la parsimonia de los argumentos sobre la necesidad de entender la complejidad del fenómeno económico y cómo está insertado en la complexidad social. Eso fue aprovechado por la revolución de la Escuela Austriaca, la neoliberal, para impulsar una agenda que privilegiaba las explicaciones de mercado sobre cualquier otra.

Eso explica que la economía no pudo haber previsto hechos como la crisis de 2008 y mucho menos manejarlos de manera adecuada. Y también explica que, a pesar del desastre ambiental, seguimos pensando que la economía es un avión, que vuela en un cielo sin límites, por lo que tenemos que mantenerlo a vuelo, sin pensar que en realidad ya estamos rebasando los límites de ese horizonte. Estos son evidentes resultados del sistema económico actual, el cual, tiene que ser revalorado y adaptado a las necesidades del contexto en el que nos encontramos.  

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