Diego… El Diego… Nuestro Diego

Nos acostumbramos tanto a tu presencia, que ahora, cuando ya no estás, se le olvidó al mundo cómo seguir sin ti. A muchos, antes y después, les pusimos la camiseta de 10 y la han defendido con honor. Pero a ti, te pusimos la más complicada: la de Dios. ¿Pero de dónde nació la motivación?

Maradona se dejó descubrir en 1976, decidió que era tiempo de que el mundo supiera quién era y debutó en Argentinos Juniors. En el 82 se dispuso a conquistar suelo europeo, y lo lograría con el Napoli italiano a partir de la mitad de esa década. Diez años más tarde, en el 86, se consagraría como el más grande. Eligió el suelo mexicano para levantar el trofeo más importante, para despejar cualquier duda de su inmenso talento y carácter, para convertirse en deidad, para simplemente ser “Diego”.

Enmudeció bocas, convenció miradas incrédulas, provocó millones de lagrimas e hizo cosas todavía más grandes e impensables en su profesión. El Diego, el 22 de junio de 1986, en los Cuartos de Final de la Copa del Mundo, contra Inglaterra, e involucrado desde siempre con causas sociales, “vengó” la injusta incursión inglesa en las Malvinas y le brindó una alegría al pueblo argentino de la única manera que sabía: anotando el gol más bello de la historia.

A partir de ese Mundial, y sin preguntarle, le pusimos la camiseta de leyenda, de deidad; nunca puso una excusa, se la midió, se la quedó, y el 10 se convirtió en “D10s”. Nosotros le inventamos esa posición, la aceptó, la jugó, y superó nuestra propia expectativa. Nunca antes a nadie se le había exigido tanto, y sin embargo cumplió.

Lo alabamos, lo juzgamos, incluso lo sentenciamos bajo ese título, y nunca se quejó. Nos presentó su versión de un Dios, uno muy humano, con errores, aciertos, de momentos soberbio, y en otros humilde, pero siempre recordando que no era perfecto y que lo más grande siempre fue el deporte que lo vió nacer.

Le vimos hacer lo impensable, lo imposible; levantó y lideró equipos que parecían perdidos. En el mismo Mundial 86, hizo jugar y conquistar la copa a una selección que nadie creía podía ser campeona. Regresó en el 90 para llevarlos nuevamente a una final, y en el 94, cuando todos lo creían derrotado, maravilló con su genio. Desafortunadamente, tuvo que ser vetado de esa Copa del Mundo por un problema de dopaje.

Pero aclaremos algo… Maradona, en su etapa tardía, no jugaba gracias a la droga, lo hacía a pesar de ella, tal como lo decía el gran Eduardo Galeano, y creo que podemos confiar en su juicio. Fácilmente podríamos sentarnos a discutir todo lo que hizo mal, sus problemas extra cancha, y pretender crucificarlo a causa de ello. Sin embargo, eso a nosotros no nos incumbe.

Él es mucho más grande, lo que cuenta es lo que quedó dentro de la cancha, y ahí, “El Diego” es inmortal e intachable. No deberíamos medirlo por lo que sea que él haya decidido hacer con su vida, más bien tendríamos que sentirnos agradecidos por lo que él hizo con la nuestra.

Pocos han abrazado la gloria como él, aguantado la crítica como él, regalado alegrías como él, y a pesar de eso, siempre reconoció que sin el deporte no hubiera sido nadie. “Yo cometí mis errores y pagué, pero la pelota no se mancha” diría alguna vez un emotivo y conmovido Diego, y tenía razón. Por eso, Diego Armando Maradona, el jugador, la leyenda, es intachable y eterno, como el fútbol mismo.

Hoy, el fútbol no paró, porque la mejor manera de conmemorarlo era seguir con lo que él más amaba: el deporte más bello y apasionante del mundo. Sin embargo, se sintió como que el mundo se detuvo. Hoy, el Diego nos cobró todo aquello que nos dió en la cancha, y a cambio se llevó un pedazo de nosotros con él… era lo mínimo que le debíamos.

Gracias eternas y hasta siempre, eterno Diego.

Back to top button