Murió el poeta y cronista José Francisco Conde Ortega

En octubre del año 2000 aún teníamos la resaca de la fiesta que fue la transición de poder, había caído el PRI y ganó Vicente Fox, todo sería cambio democrático. En Estados Unidos George Bush derrota a Al Gore en una reñida contienda.

En ese año conocí por primera vez a Francisco Conde Ortega en una presentación. Lo recuerdo como un hombre regordete con un bigote prominente y una voz estruendosa y veloz. Moreno y bajito, tenía en su voz un trueno, el poder natural de la palabra.

Mis primeras lecturas fueron acerca de su trabajo como cronista, aquel libro de Daga Editores, La esquina de los hombres solos (1998). Un tomo de unas cien páginas que relataba las hazañas de un grupo de amigos de la colonia Bondojito; las incursiones en la vida, en el amor y la pandilla. Después de leerlo, descubrí mi natural inclinación a relatar desde el barrio y el estilo citadino. Ahora que tengo la oportunidad de escribir acerca de un maestro y amigo, lo hago. Hace tiempo, el periodista Eduardo Olivares me pidió que escribiera algo sobre la muerte de Eusebio Ruvalcaba, no pude. Quizá por pudor.

En el caso del maestro Conde Ortega, tuve varias coincidencias que me hicieron apreciarlo. En el año 1999 fue uno de los jurados que me otorgó un premio de poesía de la UNAM. No nos conocíamos, pero yo sabía que él tenía una reputación muy buena en el ámbito de la poesía.

Yo había leído unos fascículos de poesía que publicó la revista “Casa del tiempo” llamada Margen de poesía, en esa colección tuve la fortuna de leer por primera vez la poesía del maestro Conde Ortega en La sed del marinero que regresa (1988). Luego de ello, lo encontré en varias ocasiones caminando por el palacio de Bellas artes, lo saludaba con alegría y siempre me decía ve a verme a la UAM-A. Él iba a presentar mi libro de poemas en Nezahualcóyotl, nunca pude confirmarlo. Tuve la noción de arrepentimiento sin saber qué sucedería con él.

La última vez que nos encontramos fue en la presentación de su libro compilatorio Espina del tiempo (2013), publicado por el Fondo Editorial de Estado de México (FOEM) el cual compré y tengo firmado con la irreconocible letra del maestro: Para Tonatiuh por la amistad, febrero 2014. Con esas últimas palabras me quedo, por supuesto, leídas por su estruendosa voz. Gracias, maestro.

Cronista, ensayista y poeta poblano José Francisco Conde Ortega (1951-2020), apasionado estudioso de la lengua española, murió la noche del domingo 1 de noviembre. Se dedicó a dar clases por más de 35 años.

La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través de la Coordinación Nacional de Literatura, lamentaron el sensible deceso del escritor nacido en Atlixco, Puebla, el 25 de octubre de 1951.

Cronista, ensayista y poeta, estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, Conde Ortega fue profesor de la UAM Azcapotzalco, colaborador de “Casa del Tiempo“, “El Nacional“, “Quimera“, “Revista Mexicana de Cultura“, “Revista Universidad de México” y “Sábado“. Fue autor de casi 20 libros entre los que destacan “Vocación del silencio“, “Canto del guerrero” y “José Joaquín Arcadio Pagaza y el siglo XIX mexicano“.

No hay mejor homenaje que una breve muestra de su trabajo:

LA SED DEL MARINERO QUE REGRESA

EN TU FRENTE DESCANSAN LOS INSOMNIOS,
en tu voz conocemos las palomas
y el rumor contenido de las calles.
Nace quieta la lluvia del otoño,
silenciosa en la noche más entera.
Caminas entre gente y amapolas,
de tus párpados nacen los milagros
como olas satisfechas de la espera
en las torpes arenas de la ausencia.
Deshaces a la noche cuando emerges
del acuerdo pactado -la vigilia-
y el calor de las calles y las hojas
-en blanco casi siempre y casi todas-
regresan a nosotros cada tarde
que inventamos a fuerza de nombrarla.
Quizás te pida un poco de silencio;
acaso, amada, tu nocturno pecho
o el fresco pan de trigo de tus labios;
aquellos odres nuevos de tus ojos;
cualquier razón de la melancolía.
Tal vez la música que desconozco,
los cantos de otros pájaros sin nombre:
la sed del marinero que regresa.

José Francisco Conde Ortega †

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