La alegría latinoamericana

¿Cómo nos miramos los latinoamericanos? Sin duda la respuesta es que nos vemos como gente trabajadora, leal, pero sobre todo alegre y dispuesta a hacer fiesta por cualquier motivo.

Lo mismo festejamos porque en una elección ganó un candidato muy popular, o por un aniversario más de lo que sea. Otro motivo para sonreír y sentirnos alegres (o tristes) en nuestros países por algún evento deportivo. En las competencias locales (deportivas o electorales), donde unos ganan y otros pierden, la alegría se divide, pero cuando a competencia deportiva es a nivel internacional, la alegría es generalizada.

Podemos señalar que el día que la selección de basquetbol de Argentina derrotó a Italia en los juegos olímpicos de Atenas 2004 y se llevó la medalla de oro, ocasionó que sin duda, la gente del país andino se sintiera más feliz que la italiana. O los interminables festejos cuando a principios de los 90 Ayrton Senna ganaba un campeonato de Fórmula 1 superando a Alain Prost, haciendo de Brasil un país momentáneamente más feliz que Francia. Y ni hablar de los grandes festejos que se dan cada 4 años con motivo de los mundiales de futbol: Argentina, Brasil, Colombia, Chile. Costa Rica, Perú, México, Paraguay, Uruguay, han sido, por momentos, más felices que Alemania, Australia, Croacia, España, Francia, Inglaterra, Italia o Suiza en un determinado momento de 2010, 2014, 2018.

Así de trivial puede ser la felicidad. Las personas en lo particular pueden ser felices de otras múltiples formas: escuchar música: jazz, opera, rock, reguetón; ir al cine a ver la última de los Avengers o Parásitos (según los gustos de cada quien); ver los programas favoritos en televisión, salir a caminar, a correr, ir al gimnasio, o quedarse en casa leyendo alguna novela, alguna revista; salir (o realizarlo por internet) a comprar unos tenis, una vestido, un juguete, un nuevo gadget, un libro; viajar por el mundo y visitar los barrios de Buenos Aires, las playas de Río de Janeiro, los puerto de Cartagena o la Habana, la colonial Antigua en Guatemala o Guanajuato en México. Comer lo mismo en un restaurante de alta cocina en Lima o la Ciudad de México, que unas arepas en las calles de Medellín. La alegría o felicidad, de acuerdo como la han abordado diversos filósofos y estudios, es una carta abierta de opciones. Como señala ese imperdible filósofo francés Guilles Lipovetsky en La felicidad paradójica: “la felicidad se identifica con la satisfacción del máximo de necesidades y la renovación sin fin de objetos y diversiones”. Es decir, en nuestra sociedad del hiperconsumo, la felicidad va identificada a objetos y experiencias.

Pese a lo disímil que puede ser la felicidad y a la enorme paradoja que señala Pascal Bruckner en su obra La euforia perpetua, donde apunta que tal pareciera que se considera un crimen de nuestros tiempos el no ser feliz, existen intentos por querer medir cuán felices pueden ser los habitantes de los países. Algo así como agregar un sentimiento más a los señalados por Dominique Moïsi en La geopolítica de las emociones, donde habla de miedo, humillación y esperanza en los países. Tan significativo es el tema que la ONU declaró que a partir de 2013 se celebre el Día Mundial de la Felicidad.

Un interesante ejercicio a nivel mundial lo presenta el Estudio Global de Felicidad por parte de la empresa Ipso Global Advisor, quienes realizaron una serie de encuestas a 28 países para determinar el grado de felicidad en 2019. Esta encuesta tenía como pregunta principal, “Tomando todas las cosas juntas, ¿diría que está: muy feliz, bastante feliz, no muy feliz, nada feliz?”. Por la cortedad de la muestra, solo se encuestaron a 6 países latinoamericanos, el primero de los cuales aparece en el lugar 14 que es Brasil donde se reporta al 61% de la gente feliz. Le siguen en orden y en porcentaje México con 59%, Perú y Colombia con 58%, Chile con 50% y en el último lugar de los 28 países aparece Argentina con el 34%. Resultados contrastantes con la encuesta global de la empresa Gallup, quien en su índice global de felicidad 2017 señala que Colombia, México y Argentina pertenecen al grupo de los 10 países más felices, mientras que Brasil se ubica en los 10 países más infelices. Es decir, en dos mediciones diferentes Argentina y Brasil pasan de los más felices a los menos felices.

Tenemos otro ejemplo con el Índice del Planeta Feliz (Happy Planet Index), que es desarrollado por una organización llamada New Economics Foundation. El índice mezcla datos duros y encuestas de opinión, de tal forma que la fórmula emplea la suma de tres valores: la expectativa de vida (elaborado con datos de la ONU), el bienestar (se construye a través de encuestas realizadas en cada país para saber cuán satisfechos se sienten con su vida), desigualdad de resultados (confeccionado con la suma de desigualdades al interior del país). Para obtener el resultado final, las anteriores variables se dividen entre la huella ecológica (el impacto del medio ambiente en el país).

En el reporte de 2016 que abarcó a 140 países, el resultado es que el paraíso de la felicidad se encuentra en América Latina al tener los primero tres lugares: Costa Rica, México y Colombia, mientras que los últimos lugares del continente lo tuvieron Honduras ubicado en el 65, Paraguay en 91 y Bolivia en 92. No deja de llamar la atención que mientras Dinamarca aparece en el 32, Venezuela aparece en el lugar 29.

Otro índice que mide la felicidad es el que desarrolla la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU en coordinación con algunas universidades (Oxford, Columbia, Columbia Británica) y otras organizaciones. El denominado Reporte Mundial de la Felicidad (World Happiness Report) evalúa a 156 países y 173 ciudades. Las variables que se utilizan en este reporte también son una combinación de datos duros con percepciones: el PIB per cápita y la expectativa de vida saludable como parte de los datos; más, soporte social (acerca de si en caso de algún problema, se tienen familiares o amigos que pudieran brindar ayuda), libertad de tomar decisiones, generosidad (sobre si se hacen donaciones a caridad), y percepción de corrupción.

En este ejercicio los 5 países Latinoamericanos mejor ubicados son Costa Rica en el número 12, México en el 23, Chile en el 26, Guatemala en el 27 y Panamá en el 31, mientras que los países del continente que se encuentran en el otro extremo son Honduras en el lugar 56, Bolivia en el 61, Paraguay en el 63, Perú en el 65 y Venezuela en el 108.

 Como señalamos al principio de este artículo, la felicidad la vivimos en lo personal o de forma colectiva como en las actividades deportivas. De ahí a pensar que el Estado te pueda proporcionar algún tipo de felicidad, es más complicado. Por ejemplo, siguiendo la ruta futbolera, ningún país va a ser campeón del mundo por decreto presidencial (queda la duda de lo sucedido en Argentina 1978), ni tampoco el Estado proveerá a la sociedad los objetos que desean en lo individual. No obstante lo anterior, se sigue pensando que el Estado debe proveer algo cercano a la felicidad, como lo muestra el caso de Venezuela donde existe un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo.

El famoso psicólogo Steven Pinker nos señala en su reciente obra En defensa de la ilustración que “nos sentimos más felices, en general, cuando estamos sanos, cómodos, abastecidos, socialmente conectados, sexualmente activos y amados”, y por lo tanto “una y otra vez vemos que las razones del bienestar incluyen buenas redes de apoyo social, confianza social, gobiernos honestos, entornos seguros y vidas saludables”. Tenemos entonces que si la felicidad proviene del bienestar, y éste lo brinda el Estado a través de sus instituciones y sus políticas, entonces podemos tener mediciones basadas más en datos que en percepciones. En otras palabras, se le arrebata el tema de la felicidad a los poetas, cineastas y músicos para pasárselo a los economistas, politólogos y sociólogos.

Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publica un Informe sobre Desarrollo Humano, donde a partir de diversas variables como salud, educación, ingreso, desigualdad y género, mide a los países con criterios distintos al simple crecimiento económico, o sea, utilizan otras métricas diferentes al PIB. En su “Informe sobre Desarrollo Humano 2019. Más allá del ingreso, más allá de los promedios, más allá del presente: Desigualdades del desarrollo humano en el siglo XXI”, sin abordar el tema de la felicidad de los ciudadanos, y separados en desarrollo humano muy alto, alto, medio y bajo, tenemos que solo 3 países de América Latina se ubican en el nivel de muy alto desarrollo humano, Chile en el lugar 42, Argentina se ubica en el sitio 48 y Uruguay en el 57; mientras que en desarrollo humano bajo solo se encuentra Haití en la posición 169. En promedio, América Latina y el Caribe se presentan como la segunda región del mundo con más desarrollo humano, solo por detrás de la región de Europa y Asia Central.

Dentro de los esfuerzos internacionales que buscan encontrar una forma de medir la felicidad, encontramos al Latinbarómetro que se enfoca a medir aspectos relativos con la democracia y algunas otras cuestiones, entre ellas la satisfacción con la vida.  Como señala el reporte de 2018, la región de América Latina es una de las más felices del mundo, al responder el 73% sentirse satisfechos con la vida. Los porcentajes más altos los tienen Costa Rica y Colombia con 86% y Guatemala y República Dominicana con 85%. El país con el menor porcentaje de satisfacción con la vida es Bolivia con 59%.

Podemos decir que en términos generales, el estado de ánimo del latinoamericano es bueno, tendiente siempre hacia la felicidad. Hasta Venezuela, con todo y sus penurias, llegan a considerarse a sí mismos más felices que la gente de Dinamraca. Si las constantes económicas y sociales, tan dolorosamente presentes en la vida diaria, no impactan en la gente cuando se le pregunta si es feliz. La satisfacción con la vida en América Latina tuvo sus peores épocas entre 1997 y 2001 cuando era del 41%, pero a partir de ahí se ha movido entre el 66% y el 77%.

Con todo y las grandes desigualdades económicas y sociales que se tienen, el latinoamericano no deja de mover los cuerpos a los ritmos de la batucada, la salsa, el ballenato o la cumbia, Sin embargo, como el resto del mundo, no se puede cuantificar todavía el impacto que tendrá la pandemia que estamos viviendo. En América Latina, lastimosamente, a lo largo de los siglos hemos aprendido a vivir entre una y otra crisis económica que destruye patrimonios y aumenta la pobreza.

Como señala la ONU en su reciente Informe del COVID-19 en América Latina y el Caribe, se está generando en todos los países de la región y, al mismo tiempo, la peor crisis sanitaria, económica, social y humanitaria en un siglo. ¿Qué tan felices seremos si la pandemia ocasionaría (según una proyección moderada del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington) en un escenario moderado cerca de 450 mil muertes en octubre? ¿Qué tanto se mantendrá el buen humor si la pobreza aumentaría de acuerdo a la CEPAL a 16 millones de personas, o de acuerdo a los cálculos de la ONU podrían subir entre 45 y hasta 230 millones de personas en situación de pobreza? ¿Podremos los latinoamericanos seguir, después de la crisis múltiple que tenemos, seguir siendo alegres y felices y, al compás de Joaquín Sabina y Pablo Milanés, cantar “y cada fin de semana, tirando la casa por la ventana”?

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