Aniversario luctuoso de Gabriel García Márquez

Hoy hace seis años perdimos a uno de los mejores escritores de Latinoamérica, Gabriel García Márquez (1927-2014). Creador de Macondo en esa apología de la vida del caribe que representaron los Buendía, los Iguarán e incluso los Márquez. Gabo, como lo llamaban sus amigos, dejó la carrera de Derecho para dedicarse al periodismo en los años de su juventud en Bogotá 1948. Detalles botánicos y bestiarios rotaron su obra, recordamos zancudos, astromelias, alcaravanes, gallinazos, campanadas de iglesias, almendros de hojas podridas, entre otros como parte importante de su universo narrativo.

Tenía 87 años cuando partió y con males que lo aquejaban desde 1999, ya había superado algunos padecimientos. El cáncer linfático finalmente lo venció el 17 de abril de 2014.

Algunos de los libros más reconocidos de nuestro autor fueron indudablemente Cien años de soledad (1967), cuya aparición lo colocó en los reflectores internacionales de inmediato; Crónica de una muerte anunciada (1981), un acercamiento entre los géneros periodístico y novelístico como resultado de una ardua experimentación; Extraños peregrinos: doce cuentos (1992), un conjunto de piezas narrativas breves de gran maestría literaria; por último, Los funerales de la mamá grande (1961), estos cuentos son piezas escritas en México que ayudaron a construir el ambiente propicio de Macondo para la obra maestra Cien años de soledad. He aquí una pequeña muestra:

“Cuando el pirata Francis Drake asaltó Riohacha, en el siglos XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último, liquidó el negocio y llevó la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas”, de Cien años de soledad (1969).

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