La otra pandemia

Caos, confusión, incredulidad. Esto ha generado la pandemia del Covid-19 a los países en gran parte del mundo, que sorprendidos y superados no encuentran la forma de superarla de la mejor manera. Los reclamos y exigencias son permanentes. Los gobiernos debaten la intensidad y duración de las medidas de prevención, así como las acciones inmediatas para paliar el impacto económico. La eficacia y oportunidad de las medidas planteadas e implementadas son consideradas a ojos de una buena parte de sus gobernados como tardías e insuficientes. Hay reclamos de que la información ha sido errónea y escasa, lo que ha ocasionado un aumento de contagios y decesos causados por la enfermedad. Esto pasa en México, España, Italia, Estados Unidos, etc.

El vacío informativo es enorme. ¿Qué tan cercanos a la realidad son los reportes de personas contagiadas por el virus? ¿Se deben usar mascarillas todo el tiempo? ¿Sí o no? Son preguntas en las cuales la comunidad científica no se pone totalmente de acuerdo. Esta falta de consenso abre las puertas para que los gobernantes actúen de acuerdo a sus filias y fobias. Saludar de mano o beso se convierte en una creencia, en un acto de fé.

Boris Johnson decía que no iba a dejar de saludar y terminó contagiado por el virus. Trump pasa de señalar que el COVID-19 está controlado a decir que se esperan entre 100 y 250 mil muertes ocasionadas por el virus que tenían controlado. Bolsonaro decía el COVID-19 era una exageración, que era una gripita antes de señalar que estamos ante el mayor desafío de su generación. Aquí nos dicen que nos resguardemos en casa porque podría ser la última oportunidad para contener el virus, al tiempo que el presidente viaja a supervisar una obra en construcción en un punto perdido de la sierra en Sinaloa.

Hemos visto recientemente cómo algunos políticos se han enfocado en criticar y menospreciar a las ciencias y los científicos. Cuando se anunciaba la pandemia se negaban a aceptarla. Ahora que estalló la mortal pandemia, esos mismos políticos se parapetan en esas ciencias y esos científicos para legitimar sus decisiones. Sin embargo, esa rectificación ha llegado muy tarde. Hoy impera el reino de las noticias pseudocientíficas, rumores, mitos, fantasías, temores que encuentran los mejores tiempos para circular. Esta es la otra pandemia, la del virus de la desinformación.

La desinformación que vemos circulando en las redes sociales y en medios de comunicación tradicionales con pocos escrúpulos para repetir notas sin verificar, o peor aún, que crean notas falsas, tiene como fin específico fortalecer a sus aliados y atacar a los adversarios. Es dar un marco que justifique la agresión al oponente, al adversario, ya sea al hacer campaña o al gobernar, como si se hiciera campaña. Las campañas de mentiras y difamaciones que encontraban en las contiendas electorales, su único escenario, han trascendido y ahora han convertido a los gobiernos y a sus opositores en pugilistas que combaten permanentemente entre ataques y defensas.

Vemos en nuestra realidad cómo se inundan las redes de desinformación. Si algún cuestionamiento incomoda o disgusta la defensa es gritar son “fake news”, si cuestionan con cifras y hechos la inmediata respuesta es “yo tengo otros datos”. Si la realidad no se adapta a lo que quiere el gobernante, cambiemos la narrativa. Entramos en un mundo nuevo donde lo que importa es modificar las palabras y a partir de ahí, generar la sensación de que la realidad es distinta, o como dirían en el entorno de Trump, es un hecho alternativo. Una metamorfosis conceptual confirmando lo que dice Yuval Noah Harari en su obra 21 lecciones para el siglo XXI, “la verdad y el poder pueden viajar juntos sólo durante un trecho. Más tarde o más temprano seguirán sendas separadas”.

Estamos en la era donde la mentira y la manipulación está presente por doquier. No hay alimentos mágicos que hagan perder peso a la gente, ni cremas antiarrugas que logren hacer que las personas se vean 10 años más jóvenes, pero a juzgar por el consumo de dichos productos pareciera que es todo lo contrario. Hoy todas estas mentiras mercantiles inundan las bandejas de entrada y bombardean constantemente a las personas con base en sus gustos nada ocultos para la web, como lo explica perfectamente Seth Stephens-Davidowitz en su libro Todo el mundo miente.

La política es el escenario ideal para la propagación de mentiras. La propaganda nazi y estalinista lo sabían perfectamente. Al engaño hoy le llamamos de manera eufemística como postverdad. Si bien en el fondo es lo mismo, lo que ha cambiado es el componente de distribución del mensaje. Ahora la mentira se dice sin rubor alguno y es reproducida por un aparato en redes social creado expresamente para eso, para replicar los mensajes.

En estos días HBO estrenó un documental llamado Postverdad: desinformación y el costo de las fake news, donde nos muestra como una serie de mentiras se reprodujeron con tal éxito que la gente llegó a creerlas. Por ejemplo, algunas personas daban por cierto que Hillary Clinton dirigía una secta que robaba niños, mentira difundida para restarle votos en las elecciones de hace 4 años. Desalentador resulta el documental al señalar que los demócratas aprendieron la lección y vía redes sociales lograron ganar una apretada elección extraordinaria para un senador con la misma receta, inventar noticias.

México no está exento de la pandemia de la postverdad. De manera frecuente somos testigos de cómo en las redes se reproducen mensajes falsos: supuestos secuestros de menores, avisos de que habrá balaceras, etc. O yendo más atrás en el tiempo, recuerdo esas viejas historias de que los comunistas quemaban curas y se comían a los niños (es real, más de una vez lo he escuchado). Un ejemplo más reciente es que en estos días circulaba el tráiler de la película Contagio, acompañado de un texto que indicaba que se había cancelado la exhibición de la película porque los Estados Unidos ya sabían lo que iba a pasar. Una descarada mentira porque el estreno de la película sí ocurrió, en 2011. Y así todos los días se llenan las redes sociales de mentiras tras mentiras que son divulgadas de manera organizada por grupos creados específicamente para dichas tareas y en las que mucha gente cae en el engaño.

La pandemia de la postverdad está en las redes, lo mismo vemos fotos sin contexto para acusar a alguien de tener vínculos criminales, que documentos totalmente falsos haciéndolos pasar por verdaderos. No por nada se dice que una nota que se reproduce mucho se convierte en viral. Lo alarmante es que unos cuantos crean el mensaje y una parte de la sociedad sea quien lo reproduce, ya sea por el odio o el apoyo a uno u otro político. Las voces críticas son alabadas o criticadas de acuerdo con lo que señalan. El analista que hoy critica al gobierno es aplaudido por los mismos que mañana le acusarán de vendido si defiende alguna política pública y viceversa. Pareciera que vivimos en el mundo de los extremos.

No todo está perdido. Existe una amplia franja de ciudadanos que desconfían de los mensajes, que los cuestionan, que rechazan las mentiras evidentes. El problema es que son una minoría lo ciudadanos que se toman su tiempo para verificar lo que se publica, que comparan con fuentes más confiables, que consideran las orientaciones políticas de las fuentes para no dejarse atrapar por los adjetivos sino para evaluar los hechos, que sacan sus conclusiones de la manera más objetiva posible.

Lo anterior debería ser el objetivo de toda sociedad, poder discernir entre toda la información lo que es real, lo que es un hecho de lo que es mentira. Pero suena demasiado optimista, hasta ingenuo. Quizá San Agustín tenía razón cuando en su obra cumbre La ciudad de Dios señalaba que “cuando el hombre vive conforme a sí mismo, sin duda vive según la mentira”.

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