La voz del tropiezo

La crisis no se avecina, ya tiene rato entre nosotros. Simplemente no habíamos querido verla. Ahí está, agarrada como dirían los clásicos nacionales de triste memoria, agarrada con alfileres. Hoy esos alfileres se los han quitado, nuevamente. Claro, siempre se podrá decir que la crisis nos llegó de fuera en forma de pandemia aunada a una despiadada lucha por la supremacía del mercado del petróleo. Se podrá argüir que México sufre las consecuencias de lo que pasa en el mundo, lo cual es parcialmente cierto. Pero, las medidas que se han tomado en la presente administración están lejos de ser las más eficientes.

Aristóteles señalaba en La Política que el hombre de Estado debe tener la virtud y la habilidad para gobernar. La virtud para contener sus pasiones y la habilidad de gobernar para el bien común. El presidente presume de tener las virtudes, algo que sólo él sabrá la verdad, pero su habilidad para gobernar es mucho más que cuestionable.

En estos tiempos en que la información acerca de que se deben tomar medidas sanitarias de manera eficiente y a tiempo, existen dudas sobre la oportunidad del proceder y la habilidad para gobernar del presidente. Es un tema ampliamente discutido, sobre todo porque nos vemos en el espejo del mundo y lo que están haciendo tanto los países europeos, como los de nuestro subcontinente latinoamericano.

Quizá la explicación del lento proceder público para ordenar acciones colectivas para prevenir la inevitable pandemia sea algo más que esa confianza en la fortaleza de los mexicanos para salir adelante (más allá de la protección de estampitas religiosas), como si nosotros fuéramos de una estirpe distinta (como si los alemanes, italianos, japoneses, chinos, argentinos o chilenos nunca hubieran sufrido tragedias y destrucciones nacionales), sino en atrasar lo más posible las restricciones públicas que inevitablemente afectarán, aún más, a la economía.

En materia económica el presidente constantemente señala su aversión a las políticas neoliberales, pero también su obsesión por mantener finanzas públicas sanas sin devaluaciones y sin inflación (reglas neoliberales, por cierto), porque sabe, porque así le ha tocado vivirlo, los efectos que tienen en la sociedad cuando la economía nacional cae. Quizá sea la esperanza de que, al aplazar la entrada en vigor de medidas sociales y laborales más restrictivas por la cuestión del coronavirus, la crisis económica no sea tan severa. Sus discursos en días previos invitando a la gente a salir y consumir van en ese sentido.

Por más que diga que contamos con la fortaleza económica para aguantar una crisis, lo cierto es que no. Veamos. El PIB histórico cayó en 1982-1983 como producto de la debacle del gobierno de López Portillo, en 1986 por el temblor de ese año y en 1995 por el error de diciembre. Estas caídas fueron atribuibles a las malas políticas nacionales. A partir de la entrada de México al TLC, las caídas serían consecuencia de factores externos, como las repercusiones por el ataque a las torres gemelas en 2001 y por la crisis de los mercados financieros (y la influenza) de 2009. A partir del segundo trimestre de 2019, el INEGI reporta que el PIB cayó nuevamente de forma anualizada, aunque a un mínimo de 0.1%. Es decir, se detuvo el crecimiento sin que hubiera causas externas, alguna catástrofe natural ni fin de sexenio, y apenas nos estaban llegando noticias de un nuevo virus en China, algo muy lejano en ese entonces.

En virtud de que la economía se estancó, ya tuvimos números negativos en lo macroeconómico. De acuerdo con el portal Estadísticas Oportunas de Finanzas Públicas de la Secretaría de Hacienda (http://presto.hacienda.gob.mx/EstoporLayout/estadisticas.jsp) los ingresos del gobierno en 2019 fueron superiores con respecto a 2018 en un 5%, lo que no suena nada mal, pero si vemos la diferencia porcentual entre lo estimado en la Ley de Ingresos y lo que realmente se recaudó, resulta que el saldo es negativo en un 8%, lo que representa 430 mil millones de pesos, algo así como los ingresos estimados por concepto de PEMEX. De ese tamaño el boquete.

Pero optimistas que son nuestros diputados, el cálculo de ingresos que hicieron para 2020 fue superior al cálculo de 2019. Digámoslo con números, suponiendo que en el mejor de los casos la recaudación federal fuera del mismo monto que 2019. De entrada, la diferencia es un déficit de más de 723 mil millones de pesos, lo que equivale al 78% de la recaudación del IVA. Supongo que, al hacer el cálculo de los ingresos, el gobierno y los diputados esperaban algún tipo de milagro. Por ejemplo, el precio del petróleo, que hoy ronda los 15 dólares por barril, lo calcularon en 49 dólares por barril, y estimaban, en los Criterios Generales de Política Económica, que un dólar adicional en el precio del petróleo sería equivalente al 0.05% del PIB.

Adelantándose a las medidas del gobierno, varias empresas e instituciones educativas pusieron en marcha el home office (nuevo motivo para la polarización en redes) y la educación de forma virtual. Pero hay negocios que por sus actividades (restaurantes, comercios, etc) o por su tamaño (fábricas, talleres, etc) no será posible aplicar tal medida. Cerrarán por falta de clientes o por obligación. Las grandes empresas, con un poco de solidaridad, podrían pagar los salarios de manera puntual. Los pequeños y medianos negocios, con un mucho de sacrifico, podrían apoyar en alguna medida a sus trabajadores. Y los trabajadores que se queden sin trabajo o con ingresos insuficientes tendrán que sobrevivir como puedan, al igual que toda la gente que trabaja en la economía informal.

Irónico es que ahora pensemos que el mejor escenario es el nulo crecimiento. Pero, si la tendencia no se revierte, el PIB va a ser negativo con respecto a 2019, lo que repercutirá en que habrá menos ingresos para las empresas y las personas, y por lo tanto ocasionará que haya menos ingresos por concepto de impuesto sobre la renta. Con menos ingresos, la gente tiende de manera racional a consumir menos, lo que impacta directamente en la recaudación del IVA. Si no hay ingresos y las empresas cierran o despiden parte del personal, tampoco habrá cuotas para el IMSS. Sin acceso al IMSS y con un Insabi que todavía no termina por funcionar, mucha gente terminará más vulnerable a la pandemia de lo que está hoy.

Sin ingresos tributarios y con la caída de los precios internacionales del petróleo, el gobierno tendría que tener imaginación para reactivar la economía y salvar las finanzas públicas. Ya que se ha señalado que no se van a suspender o condonar el cobro de impuestos, aumentaría argumentando que eso es neoliberal y que no habrá otro Fobaproa, con la diferencia que ahora no sería rescatar a los bancos sino a todos los sectores económicos. Se sigue diciendo que se debe rescatar primero a los pobres, posponiendo la ayuda a quienes no son pobres, pero con finanzas personales precarias, lo que me lleva a recordar lo que señala Daniel Kahneman, psicólogo y primer no economista en ganar el premio Nobel de Economía, de que “una limitación general de la mente humana es su insuficiente capacidad para reconocer estados pasados del conocimiento o creencias que han pasado”. Pareciera como si el inconsciente viviera en el México de Pedro Infante de Nosotros los pobres, ustedes los ricos.

El gobierno, ahora mismo, debería estar discutiendo y proponiendo al presidente una serie de opciones de rescate. Las más recientes noticias nos dicen que Estados Unidos activará 2 billones de dólares en ayudas a empresas y ciudadanos, Francia activará 45 mil millones de euros, Alemania 822 mil millones de euros, Chile destinará 11,750 millones de dólares. Y en México el presidente señala que: no se van a apoyar a las empresas para enfocarse en lo pobres; se adelantarán 4 meses de las pensiones de adultos mayores; y se otorgarán 1 millón de créditos a pagar en 3 años (al 6.5% anual cuando en EU la tasa de interés es 0) por un equivalente a mil millones de dólares. Las comparaciones saltan por sí solas.

Si no se piensa apoyar del lado de los ingresos tributarios, entonces la opción sería repartir dinero a apoyos específicos, con el pequeño problema que desde principios de año quedamos a deber. Se podría optar por el lado de recortar gastos (poco probable porque ya lo hicieron con la supuesta austeridad del año pasado); reorientar el gasto de los programas federal y reducirlo a los que más recursos se le destinan (impensable a los subsidios creados este sexenio) y suspender aquellas obras no prioritarias o de largo plazo (Tren Maya y la Refinería no están a discusión). Las otras opciones las ha cancelado, por el momento, el presidente no va a subir impuestos ni pedir créditos internos o externos. La tercera opción, atracción de inversión extranjera directa, entre la cancelación del aeropuerto y ahora la cancelación de la cervecería que se estaba construyendo en Mexicali, podemos desecharla como opción. Podrían incluso copiar algunos programas y toda la serie de candados que se proponen en Estados Unidos. El gobierno puede, fácilmente, en estos momentos, tomar recursos de un lado para destinarlos como apoyos de emergencia, pero al final del año seguirá faltando dinero ¿de dónde saldrán los recursos? Ciertamente no de esos mágicos 400 mil millones de pesos que supongo estaban bajo el colchón.

Aquí es cuando cobra mayor relevancia la necesidad de contar con un líder con habilidad para gobernar en tiempos difíciles. Existe la metáfora en la filosofía política donde se señala que gobernar es tan fácil como lo podría ser capitanear un barco en aguas tranquilas, lo que no cualquiera puede hacer es conducir una nave en medio de una tormenta. Los tiempos se han adelantado. El reloj sexenal que tan dura castiga a los presidentes después de 6 años de gobierno se ha vuelto a adelantar. Como decía López Portillo en sus memorias al hablar de su imagen pública al final del sexenio: ya no soy la voz de la esperanza sino la del tropiezo.

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