México: ¿Menos racista que Estados Unidos?

Lo que pasa en Estados Unidos no sorprende a nadie. Un presidente irresponsable que rescata el lema de Nixon de la ley y el orden, contrario a las propuestas progresistas de los años 60s, dispuesto a todo para ganar la reelección bajo la bandera de la mano dura, frente a un conflicto que refleja los problemas de discriminación racial que siguen sin resolverse, el derrumbe del proyecto de construir un estado de bienestar con impacto en la población de menores ingresos y el fracaso de los proyectos por combatir el racismo en las policías de ese país, propiciaron niveles de protesta social no vistos en más de 50 años.

Dos tuis que circularon en las redes ilustran las causas profundas del conflicto. Uno de Gabriel Zucman, @gabriel_zucman, que señala que mientras en 1980 Estados Unidos gastaba más o menos un punto del PIB tanto en policía, como en programas de combate a la pobreza, en la década pasada, el primer rubro alcanzó más de dos puntos del PIB, mientras que al segundo solo se le destinó alrededor de 0.7%. El otro, del economista Mario Campa, @mario_campa, que publica una gráfica en la que muestra que en la Ciudad de Nueva York, como resultado de la crisis de COVID, por cada 100 mil personas de origen afroamericano 1500 adquirieron la enfermedad y 600 murieron, mientras que para el caso de los blancos 900 de cada 100 mil se enfermaron y 300 murieron.

Es claro que las condiciones de vida, de trabajo y el limitado acceso a la salud de la población afroamericana, se reflejó en las precarias condiciones para hacer frente a la enfermedad y eso muestra lo estructural del conflicto. La desigualdad se ha incrementado de manera brutal en los Estados Unidos, Angus Deaton documentó cómo la esperanza de vida de los estadounidenses disminuyó entre el 2015 y el 2017. Los perdedores han sido los blancos de los estados rurales, pero mucho más los afroamericanos de las ciudades. Una familia blanca, en promedio, tiene una riqueza 13 veces mayor que una afroamericana.

Keith Payne, profesor de psicología de la Universidad de Carolina del Sur, escribió The Broken Leadder, un influyente libro sobre los efectos de la desigualdad en la sociedad y la vida de las personas. Payne cita estudios que muestran, entre otras cosas, cómo los jurados norteamericanos tienden a dictar penas mayores, por delitos similares, a medida que una persona tiene un color de piel más negra, incluso para los casos de pena de muerte. El 10% de los hombres estadounidenses de color han estado en la cárcel.

Eso puede explicar por qué George Floyd fue asesinado por un policía de Minneapolis, a pesar de que el gobierno de esa ciudad desarrollaba un programa para combatir los abusos policiales, pero que mantuvo en servicio a un oficial con antecedentes de arbitrariedades. En Minneapolis, a pesar de las reformas, el 60% de los actos en los que la policía utiliza fuerza física se realizan contra afroamericanos, los cuales constituyen solamente el 20% de la población.

Es decir, Estados Unidos cada vez gasta más en policías, que no son capaces de respetar los derechos de las personas, particularmente de las minorías raciales, y a la par, asigna mucho menos recursos a proyectos sociales que ayuden a integrar y mejorar la calidad de vida de esas comunidades. Un dato importante que arroja Payne es la evidencia de que el racismo es mucho menor en Estados con menor desigualdad en términos de ingreso.

En México, la escalera está aún más rota que en los Estados Unidos, ya que aquí, el racismo se invisibiliza y, por lo tanto, en ocasiones incluso es socialmente aceptado. El hecho de pertenecer a una etnia, hablar una lengua originaria o tener rasgos indígenas es una desventaja social y económica casi insuperable en nuestro país. Eso se refleja también en abusos policiales y falta de acceso a la justicia. Un caso emblemático de abuso policial por esta causa es el de Jacinta Francisco Marcial. ¿Cuántos casos de detenciones arbitrarias y sentencias injustas o excesivas tenemos en el país contra personas con rasgos indígenas?, seguramente las cifras son abrumadoras y ni siquiera se le da la relevancia necesaria al tema. En este contexto de desigualdad extrema, las becas, los programas de empleo a jóvenes, las transferencias a personas con discapacidad y los préstamos a micronegocios parecen ser una alternativa para contrarrestar los efectos nocivos de las desigualdades, sin dejar de lado que se requieren políticas, mecanismos y medidas efectivas para combatir el racismo, aunado a un proceso urgente de concientización colectiva.  

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