La trampa en Ucrania: un año después

Tabula Rasa

(LeMexico) – Ya ha pasado un año desde que Rusia decidiera invadir Ucrania y hasta estos momentos, el final sigue siendo incierto. Vimos en febrero a Putin dar un discurso ante el Parlamento Ruso donde anunciaba la suspensión del tratado sobre armas estratégicas ofensivas con Estados Unidos y atribuía a Occidente de ser culpables de la guerra. Al mismo tiempo, Joe Biden realizaba una simbólica visita a Kiev y, desde Polonia, pronunció un discurso, señalando que “Ucrania nunca será una victoria para Rusia”. Nadie sale de esa trampa.

Más allá de las declaraciones, quedan los hechos de que tras la caída del bloque soviético y la desintegración de la URSS a principios de los 90, 14 de los antiguos países miembros y aliados soviéticos ubicados en Europa decidieron integrarse a la Unión Europea y/o a la Organización del Tratado Atlántico Norte. No buscaron aliarse con Rusia. A partir de la invasión a Ucrania, han expresado su deseo formal de integrarse a la OTAN, Finlandia y Suecia, al tiempo que Moldavia ha hecho públicos sus temores de que Rusia esté planeando una invasión a su país.

Evidentemente, lo que ha empujado a esos países al occidente del continente es el cómo fueron tratados mientras eran aliados de Rusia y, más recientemente, por el temor a una futura agresión. Rusia ya había dado muestras de que estaba dispuesta a utilizar su ejército para someter a los países vecinos a sus designios y “liberar” zonas prorrusas. La invasión a Chechenia en 1999, la llamada guerra de 5 días contra Georgia en el 2008 y por supuesto la invasión a Crimea en 2014 nos hablan de una política agresiva. Los tres ejemplos tienen algo en común: quien ordenó movilizar las tropas fue Vladimir Putin.

Rusia ha insistido una y otra vez que su seguridad territorial depende de que en sus fronteras no existan amenazas latentes y que si Ucrania se incorpora a la OTAN, de inmediato se formaría la amenaza. Sin embargo, hubo un momento en que la historia parecía tomar otro curso.

La OTAN surge en 1949 como una organización internacional integrada inicialmente por Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y 9 países europeos más con el objetivo de enfrentar de inmediato alguna eventual agresión de la URSS en Europa. Este mecanismo, (al que se le añadiría en 1955 Alemania) se diseñó para la Guerra Fría. Sin embargo, tras la disolución de la URSS, parecía que los días de la OTAN estaban contados, o que eventualmente se transformaría en otro organismo, pero 30 años después vuelve a cobrar relevancia.

Curiosamente, en 2015 el propio Putin le comentaba al director de cine Oliver Stone lo siguiente:

“Recuerdo la última visita oficial del presidente (Bill) Clinton aquí (en Moscú). Y le dije, medio en serio, medio en broma, ‘Rusia probablemente debería pensar en unirse a la OTAN’.”

Pero no era algo disparatado, incluso el historiador Timothy Sayle, en Enduring Alliance: A History of NATO and the Postwar Global Order, señala que por algunos años la posibilidad fue real.

En 1997, siendo Boris Yeltsin presidente de Rusia, se firmó el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad entre la Federación Rusa y la OTAN, donde se establecía que “Rusia y la OTAN trabajarán juntas para contribuir al establecimiento en Europa de una seguridad común y global, fundada en la adhesión a valores, compromisos y normas de comportamiento comunes en beneficio de todos los Estados”.

Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, se intensificaron las relaciones para enfrentar la amenaza del terrorismo internacional y se crea en 2002 el Consejo OTAN-Rusia para “trabajar como socios iguales en áreas de interés común”, particularmente en cuestiones de defensa.

Por esos años, el optimismo de un mundo sin guerra entre las potencias parecía viable. Por ejemplo, Stanley R. Sloan, del Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales de Estados Unidos, señalaba en el artículo Nato’s Future: Beyond Collective Defense que si se dejaban atrás los “miedos residuales sobre la dominación rusa ayudaría a crear una atmósfera más constructiva y cooperativa en Europa Central y Oriental. Tal orientación también ayudaría a mitigar las preocupaciones rusas de que la OTAN está trabajando en contra de los legítimos intereses de seguridad rusos”. Sin embargo, el ataque de Rusia a Georgia en 2008 termina por mandar a la congeladora cualquier clase de entendimiento.

Los países que pertenecieron al Pacto de Varsovia han buscado en la OTAN, la disuasión a un eventual ataque de Rusia, amparados en el artículo 5  que señala:

“Las Partes acuerdan que un ataque armado contra uno o más de ellos en Europa o América del Norte se considerará un ataque contra todos ellos y, en consecuencia, acuerdan que, si tal ataque armado ocurre, cada uno de ellos, en ejercicio del derecho individual o la legítima defensa colectiva reconocida por el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la Parte o Partes atacadas tomando de inmediato, individualmente y en concierto con las otras Partes, las acciones que considere necesarias, incluido el uso de armas fuerza, para restaurar y mantener la seguridad del área del Atlántico Norte.”

Lo que se conoce como defensa colectiva, nos otra cosa más que el compromiso de que ante un eventual ataque a uno de los países miembros de la OTAN, los demás actuarían en su defensa. Este mecanismo, que estaba diseñado para contener el avance de la influencia soviética y que parecía haber dejado de tener razón de ser con la caída de la URSS, ahora se ve como un seguro de vida para los países de Europa Oriental. Por cierto, la OTAN solamente ha apelado una vez a la defensa colectiva y fue en 2001 tras los ataques el 9/11. Por otra parte, para Rusia, todo lo anterior le significa una amenaza para su seguridad porque, han señalado, posibilita el despliegue de tropas en sus fronteras. Y de esta trampa no hemos podido salir.

Tucídides, considerado el padre de la historia, señalaba en Historia de la Guerra del Peloponeso que a la guerra se va “por la honra, por el temor, y por el provecho”. Y que en el caso de lo acontecido en la península helénica, allá por los años 430 antes de la era común, fue una guerra iniciada por Esparta que, temerosa del crecimiento de Atenas y para evitar que se siguiera fortaleciendo, tenía que tomar ventaja iniciando una guerra. Y justo esto es lo que Graham Allison planteaba en 2015 en el artículo (que luego se convirtió en un libro) The Thucydides Trap: Are the U.S. and China Headed for War? La trampa de Tucídides se presenta cuando el miedo de una potencia dominante ante el surgimiento de una potencia emergente los lleva a iniciar una guerra “preventiva”.

Otra implicación de la lectura de Tucídides es señalar que la guerra era inevitable, por lo que tarde que temprano, Atenas y Esparta entrarían en combate. Hoy sabemos que la guerra no es una inevitabilidad, como por ejemplo Estados Unidos y Gran Bretaña no entraron en conflicto a finales del siglo XIX, pese a que estaban dadas las condiciones para así sucediera: la potencia dominante contra la potencia emergente.

¿Podemos aplicar la paradoja de Tucídides a la actualidad? No necesariamente. Europa aliada con Estados Unidos no es un poder emergente, sino, en todo caso, es China, tal y como lo señala Allison. La inclusión de Ucrania como socio europeo con plenos derechos (y de Georgia), era todavía un escenario lejano hace un año, y la invasión, de forma paradójica, ha acelerado el proceso de inclusión e incluso llevó a los países escandinavos, que se habían mantenido alejados de una alianza militar, a solicitar su adhesión.

Me parece que en todo caso, aplica más lo que señalaba Donald Kagan en Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz, en el sentido de que Nikita Krushchev veía en John F Kennedy a un presidente joven e inexperto que sería incapaz de reaccionar en la crisis de los misiles en Cuba, cálculo que también pudo haber hecho Putin con el novel Zelensky.

Ucrania no representaba una amenaza real para Rusia, y ni siquiera estaba contemplada su inclusión a la OTAN, organismo que por su parte se había debilitado tras los años de Trump como presidente. El resto de Europa estaba un tanto desunido tras la pandemia, y Finlandia y Suecia no pensaban dejar atrás su neutralidad. Si se presentó la trampa de la guerra quizá fue porque, como dice  Barbara W. Tuchman en La marcha de la locura hablando de cómo se llegan a tomar decisiones absurdas, como cuando los troyanos aceptaran el sospechoso regalo del gigantesco del caballo de madera:

“La aparición de la insensatez es independiente de toda época o localidad; es intemporal, universal, aunque los hábitos y las creencias de un tiempo y un lugar particulares determinen las formas que adopte.”

Back to top button