Gorbachov: héroe y villano

Tabula Rasa

(LeMexico) – A los 91 años falleció Mijail Gorbachov, una de las grandes figuras del siglo XX. Los más jóvenes (en esta tremenda ironía de que en épocas donde todo tipo de información circula por las redes, pero donde lo predominante es el conocimiento de lo actual y se ignora el pasado) quizá estén escuchando por primera vez el nombre del último líder soviético, o las palabras glasnot, perestroika, y puede que hasta Unión Soviética o el acrónimo de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).

Para entender un poco el mundo de esa época, a principios de la década de los 80, la Guerra Fría entraba en un período de congelamiento, muy similar a lo vivido durante la crisis de los misiles. Los boicots de occidente a los juegos olímpicos de Moscú en 1980, y del frente oriental a Los Ángeles en 1984, eran el reflejo de esa lucha. La URSS era la segunda potencia militar con armamento nuclear que le permitía jugar al estira y afloja en la política de Destrucción Mutua Asegurada, que equilibraba a las potencias con el argumento de que una guerra nuclear terminaría por destruir a todos los involucrados.

Con esta lógica, la URSS dedicaba sus esfuerzos financieros a mantener la carrera armamentista, pero en el momento de mayor apogeo de esta carrera armamentista, el gigante soviético empezaba a perder fuerza. Cuando Gorbachov asumió en 1985 el cargo de Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (que era el máximo cargo en el país, equivalente a un presidente), la URSS era un país compuesto por 15 repúblicas distintas, que adermás tenía presencia militar o influencias políticas en países de América (Cuba y Nicaragua), Asia (Afganistán, Vietnam), África (Argelia y Angola). El sueño del comunismo estaba presente en muchas sociedades como una opción al capitalismo occidental, y, sobre todo, tenía un enorme poderío nuclear.

La URSS se había debilitado muy lentamente, especialmente en el ámbito de la economía, tal y como dice Tony Judt en Postguerra: una historia de Europa desde 1945, “a partir de 1973, las economías de Europa oriental se quedaron muy a la zaga, incluso respecto a los reducidos índices de crecimiento de Europa occidental”. Al final de la década no llegó el triunfo de la ideología occidental, sino la derrota de la economía oriental.

Erik Hobsbawn señala, en Historia del Siglo XX, que “dos condiciones permitieron que alguien como Gorbachov llegara al poder. En primer lugar, la creciente y cada vez más visible corrupción de la cúpula del Partido Comunista… En segundo lugar, los estratos ilustrados y técnicamente competentes, que eran los que mantenían la economía soviética en funcionamiento, eran conscientes de que sin cambios drásticos y fundamentales, el sistema se hundiría más pronto o más tarde, no solo por su propia ineficacia e inflexibilidad, sino porque sus debilidades se sumaban a las exigencias de su condición de superpotencia militar con economía en decadencia no podía soportar”. Dos condiciones que suelen ser muy frecuentes en la historia.

Nada presagiaba que el joven de 54 años (sus antecesores había arribado al cargo con más de 70 años), amparado en la política de la Perestroika (reestructuración política y económica) y la Glasnot (libertad de información), sería el último dirigente soviético. Para occidente se transformó en el héroe que estaba acabando con la guerra fría, que impulsaba el “Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio” para eliminar la amenaza de una guerra nuclear entre los Estados Unidos y la URSS (aunque sus razones tuvieran mucho de pragmatismo económico), y que impulsaba un espíritu de libertad que no se respiraba en generaciones. Hasta se le llamaba familiarmente como Gorby.

“Muchedumbres repletas de personas que sonreían sin parar. ¡La-li-ber-tad! Todos se llenaban los pulmones de ella. A los vendedores les arrancaban los periódicos de las manos. Eran tiempos de grandes anhelos: el paraíso estaba a la vuelta de la esquina. La democracia era un animal salvaje que nunca habíamos visto de cerca”.

La premio Nóbel de literatura Svetlana Aleksiévich en El fin del homo sovieticus. Era el momento de gloria del héroe soviético.

Sin embargo, dirían las abuelitas, la prisa no es buena consejera. Era tal la apuración por recomponer la economía y la política que todos los sistemas de control le fueron explotando en las manos a Gorbachov. Maquiavelo, en El príncipe, señala que “es doble la vergüenza de quien, nacido príncipe, pierde su Estado por su poca prudencia”, algo similar a lo que le pasó a Havel (otro héroe de la libertad que perdió un Estado). No se pueden destruir las instituciones vigentes sin antes consolidar las nuevas.

El bloque soviético se fracturó. Se permitieron los sindicatos en Polonia, el regreso de Vlacav Havel en la entonces Checoslovaquia, la rebelión en las repúblicas Bálticas y, sobre todo, con la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana en 1989, terminaron por ser el principio del fin. A la alegría de la libertad le sobrevino la angustia de que la economía había colapsado.

“Cuanto más se hablaba de libertad, cuanto más escribíamos la palabra, más rápido desaparecían de los escaparates de los comercios el queso y la carne, la sal y el azúcar. Hasta que quedaron vacíos. Era terrible. Se restituyeron los talones de racionamiento, como en tiempos de la guerra”.

Aleksiévich

Pero faltaba lo peor. Un golpe de Estado se puso en marcha en Moscú, mientras Gorbachov estaba de vacaciones, incomunicado en Crimea. Tal y como lo señala Serhii Plokhy en el fascinante El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética, la férrea oposición del entonces presidente de Rusia, Boris Yeltsin, detuvo el golpe en medio de una serie de confusiones y falta de comunicación, y que extrañamente no ha sido rescatado en alguna serie o película. Tras el fallido golpe, la suerte de Gorvachov y de la URSS estaba echada. 

Decía Margaret Thatcher en sus memorias Los años de Dowing Street, que “el señor Gorbachov fue comunista hasta el final”, refiriéndose a que nunca cortó de manera total sus relaciones con los antiguos miembros del partido comunista y que eso permitió el ascenso de Yeltsin, quien se presentara a elecciones como independiente. Sin embargo, volviendo a Plokhy, “la derrota en la carrera armamentista, el declive económico, el momento democratizador en la quiebra del ideal comunista contribuyeron a la implosión soviética, pero no determinaron, en cambio, la desintegración territorial, fenómeno que se explica por el carácter imperial, la compasión multiétnica y la estructura pseudofederal del Estado”. Para diciembre de 1991, Gorbachov había renunciado y las 15 repúblicas de la URSS se habían separado.

El héroe Gorbachov anticipó que la caída de a URSS era inminente, por lo que debía detener la militarización de su economía poniendo fín a la Guerra Fría. Ese héroe denunció la corrupción del pasado, condenó los excesos en contra de quienes pensaban distinto a la línea oficial, abrió la URSS al mundo y permitió que los aires de libertad invadieran al bloque soviético sin reprimir o contener a la fuerza a sus países integrantes. Todo un paladín de la libertad, de acuerdo con los códigos occidentales.

Por el contrario, el villano Gorbachov permitió que el término de la Guerra Fría se viera como un triunfo de occidente, permitió que el bloque oriental se disolviera sin obtener ningún beneficio, fue incapaz de mantener la unidad de la URSS y permitió que el orgullo imperial fuera humillado. El otrora líder comunista terminaría, lastimosamente para muchos, haciendo comerciales para Pizza Hutt o Louis Vuitton. Es más, ni siquiera recibió un funeral de Estado ni fue acompañado por líderes de occidente, y ni siquiera por Putin.

Como suele suceder con muchos personajes de la historia que influyeron y determinaron un cambio de rumbo, pero que no hay un veredicto sobre el balance final, así quedará Gorbachov entre el héroe y el villano. Así, regresando una vez más a Aleksiévich, mientras unos “nos reuníamos a menudo y nos contagiábamos unos a otros la ilusión de que pronto tendríamos un país nuevo y de que estábamos luchando para lograrlo” otros decían: “Odio a Gorbachov, porque me robó la Patria”.

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