Lecciones desde Colombia

Tabula Rasa

(LeMexico) – El domingo pasado se llevó a cabo una eleccion presidencial más en Colombia. Afortunadamente para los colombianos, las elecciones han sido una constante en su historia, con todo y sus altibajos.

La etapa más reciente inicia a partir de reforma la Constitución en 1991 con el consenso de todas las fuerzas políticas. Cabe señalar que aquí participaron los grupos de guerrilleros que firmaron el primer acuerdo de paz, entre ellos el M-19, y se da tras varios años en que algunos candidatos fueron asesinados en campaña, más la inestabilidad provocada por los cárteles del narcotráfico, grupos guerrilleros y las secuelas de la crisis económica de los 80.

La nueva ley electoral establece que el presidente durará en su cargo cuatro años y será electo por la mitad más uno de los votos. En caso de no darse lo anterior, los dos candidatos con mayores votos participarían en una segunda vuelta donde será electo quien obtenga más votos. Como hemos visto en otras ocasiones, el presidente en funciones promueve una reforma que permita la reelección inmediata y, casualmente, ese presidente es reelecto, cosa que sucedió en 2004.

Así, desde 1994 a la fecha, las elecciones presidenciales (coincidentes con el año en que se celebra el mundial de futbol, un dato meramente anecdótico que no sirve para nada) se han ido a una segunda vuelta en seis de ocho ocasiones. Sólo Álvaro Uribe, en 2002 con el 54% y 2006 con el 62.5%, logra ganar en la primera vuelta. La participación electoral se ha dado entre el 33% en 1994 al 62% de 1998 (la elección de 2022 es la segunda más alta con el 58%). Otro dato a considerar es que mucho se habla de una votación histórica en favor de Petro por el número de votos obtenidos, lo cual es cierto, pero hay que matizarlo por el hecho de que es un padrón más grande, porque porcentualmente el 50.4%, con el que obtiene la presidencia es el segundo porcentaje más bajo desde 1994.

Para las elecciones de este año, después de la primera ronda electoral donde quedó fuera el candidato apoyado por los partidos tradicionales, se mantuvieron dos candidatos antistablishment: del lado izquierdista, Gustavo Petro, y de la derecha, Rodolfo Hernández. Al primero lo ubicaban de manera despectiva como el “exguerrillero”, como si eso hubiera sido ayer y no hace 30 años cuando fue parte del M-19, tiempo en el cual ha sido representante popular, senador, gobernador de Bogotá y candidato a la presidencia del país en dos ocasiones. Hernández fue la gran sorpresa, porque sin hacer una campaña tradicional de actos públicos, solo basándose en Tik-tok, logró posicionarse como el segundo candidato más votado.

Los planteamientos de Hérnandez, pudieran sonarle familiar a mucha gente. La principal promesa de campaña era acabar con “la robadera“, a través de cumplir cuatro principios: “No robar, no mentir, no traicionar y cero impunidad“. Al principio encabezó los primeros sondeos, pero tomó dos decisiones fatales. En contra de toda tradición democrática, se negó a presentarse a un debate prefiriendo mantener la campaña virtual. En segundo, en plena campaña decidió irse a Miami, aduciendo amenazas a su vida, y luego se le ve alegre de fiesta en un yate con empresarios, modelos, etc. Es como si escribiera un manual de “cómo ser un cretino y perder una campaña”. Lo increíble es que a pesar de lo anterior, el 47% votó por él. Por su parte, Petro se dedicó a recorrer el país e ir haciendo acuerdos políticos.

Petro ganó, pero será un presidente sin respaldo de una bancada mayoritaria en el Congreso, como tampoco lo tienen Pedro Castillo en Perú, ni Guillermo Lasso en Ecuador. Lo anterior le significará un reto mayor el tratar de imponer la agenda y algunas de sus medidas más arriesgadas como el hecho de pretender hacer una reforma fiscal que le cobre más impuestos a las 4 mil familias más ricas y a la vez, entregarle subsidios a los más pobres. O la dar cumplimiento total a los acuerdos de paz con al guerrilla de 2016, los cuales han sido implementados a medias y Petro ha prometido remediar dicha situación. Por cierto, si uno ve el mapa electoral del plebiscito sobre dichos acuerdos en 2016 con la elección de 2022, verá que son muy similares, donde quienes ahora apoyaron a Petro votaron en su momento por el sí a los acuerdos.

Las condiciones del país estaban dadas para la llegada de un gobierno de izquierda. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), Colombia recauda el 18.7% del PIB, mientras que el promedio en América Latina es del 21.9% y el de la OCDE es del 33.5%. El informe Panorama Social de América Latina 2020 de la Cepal señala que Colombia fue el segundo país con mayor crecimiento de la pobreza (8%) y el primero en crecimiento de pobreza extrema (6%).

Por eso no es de extrañar que votaran mayoritariamente por alguien a quien sienten externo y capaz de drenar el pantano (por usar la expresión de Trump de reformar el Congreso de su país). Los sectores más pobres, los jóvenes, los desencantados con años de políticos “tradicionales”. Una generación que por primera vez no siente que la guerra sea el principal problema sino las cuestiones sociales.

Hasta el momento, el ahora presidente electo Petro ofrece algunas referencias en torno hacia donde dirigirá sus acciones. Ya hablamos de una reforma fiscal, pero también ha mencionado que irá por una reforma energética que irá transitando de las energías fósiles a las renovables, con un claro discurso a favor de las cuestiones ambientales. Ha expresado su apoyo el tema de acceso de las mujeres al aborto, garantizar los derechos a la diversidad de orientación sexual y cambiar la política de prohibicionista de las drogas.

Para esto, mucho ayuda que su vicepresidenta, Francia Márquez, sea activista social, ambientalista y feminista, además de ser la primer mujer de raza negra en ocupar el cargo. Además del complicado escenario político, Petro y Márquez deben enfrentar el profundo racismo (basta ver algunos comentarios en redes sociales) de alguna parte de la sociedad colombiana.

Los primeros discursos de Petro han ido del “Llegó el gobierno de la esperanza” (otro Déjà vu) al «Vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia. No porque lo adoremos, sino porque tenemos que superar el feudalismo en Colombia, la nueva esclavitud, superar mentalidades atávicas, ligada al mundo de siervos, de esclavos». Hasta llegar a una propuesta que busca superar el grado de división entre los colombianos al poner sobre la mesa una propuesta para alcanzar un Gran Acuerdo Nacional donde participen todas las fuerzas políticas y se logre el consenso general que no pocos han equiparado con los Pactos de la Moncloa.

El triunfo de Petro ha despertado la sensación de que América Latina ha girado a la izquierda en una nueva ola rosa similar a la que se vivió a principios del siglo XXI. Dicen Massimo de Giuseppe y Gianni la Bella, en Historia Contemporánea de América Latina que “este periodo se caracterizó por presentar dos corrientes distintas: una con impronta nacional popular, a su manera neopopulista, radical, alérgica a las liturgia de la democracia liberal, neo comunitaria, anti capitalista y anti estadounidense… En cambio, la otra corriente se acercaba más a las visiones de una izquierda reformista, anti revolucionaria, pragmática y pluralista, intencionada conjugar crecimiento económico con equidad social”. Como se puede deducir, la primera identificada con Hugo Chávez y Evo Morales y la segunda con Michelle Bachelet y Lula da Silva.

Los resultados de esa primera ola rosa saltan a la vista cuando examinamos que, salvo quienes hicieron del poder una posesión personal, en los demás países experimentaron cambios, temporales si se quiere, pero cambios al fin y al cabo, hacia la derecha. La interrogante es que si la izquierda no logró tener los resultados suficientes como para mantenerse en el poder, con un entorno regional de un desempleo con mínimos históricos y con crecimiento entre el 5% y el 9% anual y una disminución de la tasa de pobreza extrema de 43.9% a 28.2%, ¿qué nos hace pensar que ahora, en condiciones del deterioro económico por la pandemia, lo harán mejor? Tal vez sea la ilusión de que aprendieron la lección.

Algunos han querido comparar tempranamente a Petro con López Obrador, con Boric o con Maduro (a quien, por cierto, lo considera como un dictador). Evidentemente no lo sabremos hasta que empiece a ejercer el poder. Pero como dice Ivan Briscoe en el artículo “Gustavo Petro’s Big Win”, publicado en Foreigner Affairs, “Pero a medida que se asiente el polvo después de esta batalla entre populistas, solo el tiempo dirá si Petro es realmente capaz de curar las profundas divisiones sociales del país, o si sucumbirá a la demagogia populista que ha afectado a gran parte de la región”.

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