La pelota no se mancha II

(LeMexico) – Es triste reconocerlo, pero la pelota la manchamos los aficionados. Si bien no es algo generalizado, mucha responsabilidad la tenemos quienes estamos en la tribuna o tras la pantalla televisiva por la forma en que entendemos el deporte. Esta manera de equiparar a los equipos con algo casi sagrado nos ha llevado en no pocas ocasiones a actitudes agresivas.

Si entre un grupo de amigos hay ocasiones que las burlas rebasan el límite de la tolerancia, o bien, se considera a cada burla o comentario en contra como una agresión personal, no extraña lo que sucede en los estadios donde se ven a los que portan una playera del equipo contrario como si fueran enemigos.

Decía Carl Schmitt en su libro El concepto de lo político, que:

“El sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de unión o separación… El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo… Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo”.

Esta categoría con la que Schmitt medía a la política, la podemos trasladar al futbol y sus expresiones de agresión o violencia (conceptos que no son lo mismo, pero para efectos de este artículo los referiremos como equivalentes).

El lugar más frecuente para la violencia es en los estadios, donde lo más común es que se agreda verbalmente a los jugadores contrarios, o a los del propio equipo si creemos que “no están sudando la camiseta”, y eso por no hablar de la cantidad de groserías y mentadas de madre que reciben los árbitros. Lo mismo lo hacen hombres que mujeres, adultos de la tercera edad que niños.

No es de extrañar que de repente la agresión verbal se convierta en física. Es como si no bastara festejar el triunfo propio, sino que es necesario humillar al otro, al aficionado del equipo contrario, cuyo único pecado es irle a un equipo diferente. Por donde se le vea, la presencia de la violencia es el triunfo de lo irracional.

En este entorno, ¿cómo inculcarle valores de convivencia a los niños y niñas si alguno de los padres se la pasa ofendiendo a 11 tipos que andan en shorts corriendo tras de una pelota? ¿Cómo crear una sociedad tolerante si el ejemplo que tienen los menores en los estadios son adultos burlándose de los rivales? Para mayor alarma, basta darse una vuelta por algunos partidos de ligas amateurs, e incluso de niños, para escuchar la cantidad de insultos entre los grupos.

La violencia en un estadio de futbol se puede dar en México, pero lo mismo puede ocurrir, y así ha sucedido, en Italia, España, Inglaterra o Argentina. Es decir, no tiene fronteras, aunque cada una tiene sus propias variantes. Aquí luchamos por erradicar el grito homofóbico, mientras que en Europa, que ha logrado controlar la violencia al interior de los estadios, el combate es contra las expresiones racistas en contra de jugadores de raza negra, que en el fondo es el mismo asunto, denigrar e insultar al otro, al que es diferente.

Resulta altamente intrigante ver que un simple partido de futbol convierte a personas que en su vida diaria son normales, si es que la normalidad realmente existe, convertirse en unos energúmenos en un estadio. ¿Qué puede haber dentro de estas personas para que se dé esa transformación? Por si fuera poco, esta mutación la tienen personas de todas las clases sociales y lo mismo da si cuentan con estudios universitarios a que si no tienen estudios.

En algunos casos, la agresión tiene que ver con las identidades. Por ejemplo, una identidad socioeconómica. Los seguidores de Boca Juniors en Argentina se autodefinen como barrio, mientras que los de River Plate son los millonarios. Esta misma clasificación entre pobre-rico ha sido la base histórica de muchas disputas. Los millonetas del América contra el equipo de puros mexicanos (como si fuera un antónimo) del Guadalajara, los ricos del Real Madrid contra los obreros del Atlético de Madrid. La agresión con origen en un elemento extrafutbol.

Pero estas identidades a lo Pedro Infante de Nosotros lo pobres y Ustedes los ricos no son las únicas, también se han dado por cuestiones religiosas. En Escocia la religión es razón de la violencia en los encuentros entre el Rangers, protestante, y el Celtic, católico. En España la política también juega entre el Real Madrid, de obvias inclinaciones a favor de a realeza, en contra de la republicana Barcelona. O territorial, como en Italia entre el norte y el sur.

La pregunta es si esas añejas identidades siguen vigentes en la actualidad y si explican los niveles de violencia. Para Jacinto Luis González-Oya, en el artículo Aproximación a la violencia en el fútbol, y en el arbitraje son dos los modelos teóricos desde la psicología “que ofrecerían una explicación plausible a este fenómeno: a) la agresión como respuesta a la frustración, la cual se fundamenta en la teoría instintiva freudiana y, b) la teoría social del aprendizaje, que sostiene que la agresión es fruto de la relación entre reforzamiento e inhibición social”.

Es decir, estaríamos ante algo que no se va a poder controlar en el corto plazo, si lo que domina la vida diaria es la frustración en cualquiera de sus facetas: personal, familiar, social o económica. O el que la violencia es un ciclo que reproduce a sí misma y, por lo tanto, es circular e inacabable.

Para Mario Ortega Olivares, en otro artículo, Fútbol, barras y violencia, el asunto de la violencia tiene más connotaciones socioeconómicas ligadas al sentimiento de vivir en lo que Gilles Lipovetsky ha llamado La era del vacío. En este sentido, se entiende que “las gradas son una arena dramática que simboliza la sociedad del desencanto, donde la violencia es resultado de la indiferencia ante lo real y el vacío de una cultura, que pregona el individualismo y el placer egoísta de vivir el presente con intensidad. Hoy la juventud no tiene nada que esperar ni valores que merezcan ser apoyados, vuelca sus voluntades y anhelos en el fútbol para compensar su frustración, las barras son una forma distorsionada de resistencia al vaciamiento neoliberal”.

Esta especie de síndrome de El club de la pelea (como la película de David Fincher) es el resultado de tener juventudes necesitadas de un sentido de pertenencia y con grandes carencias económicas, afectivas y sociales.

En este mismo orden de ideas,Tarcyanie Cajueiro Santos, en El lado ‘duro’ de la cultura ‘cool’: hinchas y violencia en el fútbol:

“Considerando que la violencia es un acto social y uno de los vectores de fondo que hacen posible la unión y acción grupal entre aficionados y no simplemente alguna reacción irracional y desorganizada de las masas. Esa violencia sería un producto de la indiferencia hacia lo real y el vacío de sentido, en una sociedad estimulada por modelos individualistas y hedonistas que invitan a vivir intensamente el presente, aplicando medios extremos para lograr fines insignificantes”.

Para la autora, la violencia es un punto de comunión entre los excluidos.

Por su parte, Rodrigo Soto Lagos, en el artículo ¿Agresión o violencias en el futbol profesional? Análisis y perspectiva de la seguridad a partir de la psicología social, propone que la violencia se tiene que estudiar desde una visión construccionista:

“Los actos agresivos o violentos se producen dentro de colectividades…(donde) existen diferentes agentes sociales, actuando en algunos de los hechos violentos…(donde influyen) los intereses que existan, sean estos económicos, políticos o ideológicos… (por lo que hay) que deconstruir la violencia”.

Es decir, no se puede explicar la violencia como un hecho único o con solo una causa.

Como podemos en las dos entregas, el tema de la violencia alrededor del futbol es más complejo de lo que puede parecer a primera vista, pero cada vez que vemos escenas como las sucedidas en el estadio del Querétaro, asustan y preocupan al resto de la sociedad. Sin embargo, no solo se trata de quienes se golpean en las tribunas (o fuera del estadio) sino del papel que juegan el resto de los actores en el futbol (jugadores, directivos, aficionados y autoridades) porque también tienen un impacto directo y, por lo abordado en esta breve reflexión, igualmente los entornos socioeconómicos influyen de forma directa.


¡Cuánta razón tenía el gran Diego al decir que la pelota no se mancha (ya abordaremos las bondades del futbol en otra ocasión)!, y, por lo tanto, es solo un pretexto para desatar otras pasiones. Vale la pena rescatar lo señalado por Jean Paul Sartre en el prefacio de Los Condenados de la Tierra de Franz Fanon (libro donde se aborda la colonización de Argelia) al decir que “esa furia contenida, al no estallar, gira en redondo y daña a los propios oprimidos. Para liberarse de ella, acaban por matarse entre sí: las tribus luchan unas contra otras al no poder enfrentarse al enemigo verdadero”. La pelota no se mancha

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