Leer a los clásicos

Tabula Rasa

(LeMexico) – El mundo contemporáneo se define por el vértigo con el que se vive. Es demasiado lo que se publica y cambia tan rápido que lo que ayer era novedad, hoy se ha olvidado. Así entre los siempre dinámicos 280 caracteres de Twitter, las historias de Facebook, las fotos de Instagram, las mil y una series y películas en Netflix, Amazon, Disney, HBO, Apple, Paramount, Starplay, Mubi, o la plataforma que vaya surgiendo, aparentemente no queda tiempo para leer, y si lo hay es para abordar alguna novedad.

El problema con esto último es que, como Gabriel Zaid señalaba en su famoso texto Los demasiados libros, a finales del siglo XX se editaban en el mundo anualmente un millón de títulos, de los cuales la inmensa mayoría terminan arrinconados en el olvido. Con tanta oferta de libros, ¿por qué no ir a la segura y empezar leyendo a los clásicos?

Ante este vértigo, nada sonaría más anticlimático que sentarse a leer libros clásicos y menos si son de filosofía. Tal pareciera que la única forma para que la juventud (o una persona adulta) lean La Illiada sea porque se las dejaron como una obligación escolar. La curioso es que los autores y las obras clásicas no son para nada desconocidas entre la sociedad.

Las obras de Willian Shakespeare y Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes son ejemplo de autores u obras que son multicitadas, aunque, paradójicamente, como narra Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero, pertenezcan al sector de “Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieses A Leerlos De Veras”. La existencia de los clásicos no le es ajena a nuestra sociedad, lo que falta es leerlos, pero si no se acercan a los clásicos de la literatura, menos lo harán si se les plantea la opción de leer filosofía.

Es cierto que hay autores muy complejos y de lectura complicada tanto en la literatura como en la filosofía. James Joyce y G.W.F. Hegel son ejemplo de ello. Sin embargo, por alguna razón esos autores han trascendido a lo largo de los siglos y no es cosa menor.

Dice el siempre maravilloso Italo Calvino en otra obra Por qué leer los clásicos que entre las diferentes definiciones:

“Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Por decirlo en otras palabras, un clásico siempre será un descubrimiento y no pierde su actualidad.

Es una obviedad decir que los tiempos cambian y debemos tener presente los valores sociales, culturales y políticos de la época en que fueron escritos, pero, aún así, resulta asombrosa la forma en que narran una realidad de otros tiempos y su reflejo en lo que vivimos. Los autores clásicos se convierten en intérpretes de su época y son imprescindibles para entender el espíritu de esta y por haber establecido categorías generales de comprensión de la realidad. Más aún, son al mismo tiempo contemporáneos porque son releídos y reinterpretados por cada generación que busca en sus obras guías de entendimiento para su presente.

Si algún encanto tiene la filosofía entre la sociedad, prácticamente lo pierde si nos enfocamos en la filosofía política. Desde hace algunos años ya lo planteaban Leo Strauss y Joseph Cropey en Historia de la filosofía política.

“En la actualidad, la filosofía política se ha vuelto casi sinónimo de ideología, por no decir de mito…(y tampoco) es lo mismo que pensamiento político en general”.

Esta falta de acercamiento a la filosofía política se ha dado, entre otros motivos, por esa confusión de en qué consiste o cuál puede ser su utilidad.

La mejor manera de entender qué es la filosofía política y por qué la necesitamos, nos dice David Miller en Political Philosophy. A very short introduction, es observando los murales “Alegoría sobre el buen y mal gobierno” de Ambrogio Lorenzetti pintado en el siglo XIV. El mural se divide en dos: el mal gobierno donde reina un demonio con avaricia, crueldad y soberbia, gobernando un campo devastado y una ciudad ocupada por fuerzas militares; mientras que en la otra parte reina el buen gobierno con justicia, paz y prudencia, sobre una ciudad que se observa en paz y orden, con abundancia de recursos. Miller dice que tras observar estos murales “podemos definir la filosofía política como una investigación sobre la naturaleza, causas y efectos de un buen y mal gobierno”.

Sin caer en definiciones académicas, podemos seguir a los propios autores anteriores cuando señalan que “el primer tema de la filosofía es la naturaleza (y) no podemos comprender la naturaleza del hombre si no comprendemos la naturaleza de la sociedad humana”. Es decir, la filosofía nos sirve para entender lo que sucede a nuestro alrededor y, por ende, a nosotros mismos, es menester comprender a la sociedad en la que vivimos. Más preciso es el propio Leo Strauss en otro texto, What is Political Philosophy, cuando señala que “la filosofía política es el intento de conocer la naturaleza de las cosas políticas y del orden político justo y bueno”. Aquí ya entran de manera clara los conceptos de la naturaleza de la política y la búsqueda de un sistema que sea bueno y justo, algo que es de la preocupación de toda la sociedad.

En este punto, es válido hacer la pregunta de: ¿a quién puede interesarle la filosofía política? Ciertamente, a muy pocos, y aunque hacemos mal en eludir la lectura de sus clásicos, a la pregunta de ¿a quién? le debe seguir el ¿por qué debe interesarnos la filosofía política? Sobre la segunda pregunta ya dijimos en el párrafo anterior que la filosofía se enfoca en encontrar un orden o sistema político bueno y justo, por lo que con esto debería bastar como respuesta. Por lo tanto, si la respuesta es que la filosofía política debe interesarnos para reflexionar en torno a nuestra realidad política, la respuesta de la primera pregunta es que debería interesarle a toda la ciudadanía.

Norberto Bobbio en la Teoría General de la Política identifica tres formas de entender a la filosofía política:

  1. Como “construcción del modelo ideal de Estado fundado en algunos postulados éticos últimos, sin preocuparnos de cuándo y cómo pueda ser efectivo y totalmente realizado”;
  2. Como “la búsqueda del fundamento último del poder que nos permita responder a la pregunta ¿a quién debo obedecer? y ¿por qué?” y;
  3. Para “determinar el concepto general de política como actividad autónoma… que tiene sus particulares características que la distinguen tanto de la ética como de la economía, el derecho o la religión”.

Por ponerlo en su expresión mínima, la filosofía política tiene por objetivo al Estado, el poder y la política, o por ponerlo en tres de sus principales autores, es leer Utopía de Tomás Moro, Leviathan de Thomas Hobbes y El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Para un acercamiento más profundo a la filosofía política, autores y obras clásicas, los puntos trazados por Bobbio son la mejor forma de ubicar sus lecturas. De tal forma que abordando el Estado, el poder y la política, podemos llegar a la comprensión de lo que es un buen y un mal gobierno.

Adicionalmente, como las obras escritas de filosofía política empiezan con Platón en el 400 antes de Cristo hasta llegar a autores del siglo XX, las tres formas de entender a la filosofía política nos sirven como una guía para ir comparando y contrastando la evolución del pensamiento de los autores.

El listado de autores y obras clásicas es amplio y variado, ya que cada recopilación de textos o estudios sobre la historia de la filosofía política incluye a unos y excluye a otros, aunque existen consensos sobre quiénes son los imprescindibles: Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Locke, Rousseau, Tocqueville, Hegel, Marx, Habermas, por señalar algunos. Este siempre interesante camino lo iremos recorriendo de poco a poco con el fin de compartir la experiencia de lo visto en las aulas universitarias.

Finalmente, regresemos a la pregunta sobre ¿qué nos debe motivar para leer filosofía política? y para esto, no hay mejor ayuda que la de uno de los más grandes filósofos del siglo pasado. Si nos vamos con John Rawls en Lecciones sobre la historia de la filosofía política, podemos responder que es porque “la filosofía política no tiene acceso especial a verdades fundamentales ni a ideas razonables sobre la justicia y el bien común, ni a otras nociones básicas. Su mérito (en la medida en que tenga alguno) radica en que, por medio del estudio y la reflexión, puede elaborar concepciones más profundas e instructivas de ideas políticas básicas que nos ayuden a clarificar nuestros juicios sobre las instituciones y las políticas de un régimen democrático”.

Quizá, si leemos a los clásicos de la filosofía política (y de la literatura también) no obtendremos verdades absolutas, pero podremos pensar mejor acerca de lo que es un buen gobierno y tendremos más debates serios y menos insultos.

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