Descifrando la cultura de paz

Tabula Rasa

(LeMexico) – Hablar de paz o de guerra es referirnos a conceptos muy amplios. Por guerra se entienden conflictos (usualmente de carácter bélico, aunque la Guerra Fría es reconocida como un conflicto en el que, por fortuna para el mundo, lo que prevaleció fue la amenaza de usar las armas nucleares) entre dos o más países. Mientras que la paz requiere una serie de requisitos con los cuales se preserva la convivencia y permanencia de una determinada sociedad dentro de un país. La fuerza de ambos conceptos es tanta que se utilizan en todo tipo de situaciones, deportivas, sociales, ambientales, etc. 

De acuerdo con la Real Academia, paz significa “situación en la que no existe lucha armada”, mientras que guerra la define como “desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias; lucha armada entre dos o más naciones o entre bando de una misma nación”. En este sentido, y en virtud de que ambos conceptos no pueden coexistir al mismo tiempo, es que David Adams, en su texto Cultura de paz: una utopía posible, nos dice que la paz se debe sencillamente de entender como “ausencia de guerra”. 

Ahora bien, para definir a la guerra nos basaremos en la más reciente publicación de la historiadora Margaret MacMillan que se llama La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos. En dicha obra señala la guerra “es un choque entre dos sociedades organizadas que ordenan la participación de sus miembros y que han existido durante un tiempo considerable”. De hecho, apunta la propia MacMillan, para ser más precisos, y retomándolo de Hedley Bull, “la violencia no es una guerra a menos que se lleve a cabo en nombre de una unidad política”. Por consiguiente, la guerra tiene características muy particulares.

Por otra parte, cabe señalar que la ONU aprobó en 1999 la Declaración y Programa de Acción sobre Cultura de la Paz, señalando que “una cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida”, los cuales están basados en diferentes elementos como respeto a la vida; respeto a la soberanía de los Estados; respeto a los derechos humanos; un compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos; la protección del medio ambiente; derecho al desarrollo; igualdad entre hombres y mujeres; respeto a la libertad de expresión; y “adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones”. En otros términos, para que en una sociedad se pueda hablar de paz se requiere de la existencia de una multiplicidad de conceptos.

Todo esto viene en referencia al mal uso de los conceptos que hemos tenido en los últimos años, por lo que terminamos abusando de los conceptos, asunto menor hasta que los gobiernos basan sus políticas en una mala interpretación. En este sentido, tuvimos la confusión conceptual en torno a la “guerra al narco”, la “cruzada contra el hambre” (cruzada nos remite a las guerras medievales de los católicos contra los musulmanes en Jerusalén) y ahora la tenemos con la construcción de paz. 

Para empezar, la construcción de paz le sigue a situaciones de guerra, y como ya vimos, no tiene que ser con otro país, sino con un grupo interno. No recuerdo alguna referencia explícita, pero por cómo se presentan las cosas desde el gobierno, tal pareciera que se habla de escenarios similares a los que en su momento enfrentaron Guatemala, El Salvador o Colombia, contra los movimientos guerrilleros que trataban de derrocar a los gobiernos en turno. El resultado de la construcción de paz en esos países llevó a la desmovilización de los grupos armados a cambio de que se integraran a los cauces políticos democráticos.

En México, el último movimiento con las características de confrontación fue el EZLN y, desde 1994, ningún grupo o movimiento guerrillero le ha declarado la guerra al Estado Mexicano. Lo que tenemos es una serie de grupos de delincuencia organizada que se disputan mercados y rutas con fines económicos. No les interesa el poder político más que con fines de que les sean útiles a sus negocios ilegales. Lo cual no deja de ser paradójico, en el sentido de que el actual gobierno, al decir que impulsará la construcción de la paz, está avalando la visión de que se estaba viviendo una guerra y ambos conceptos están empleados de forma errónea. 

No es porque la paz no sea una meta constante que debe buscar la humanidad, sino porque en el caso de México, la actual administración ha querido equiparar a la construcción de la paz con la disminución de la inseguridad pública y así lo plasma en sus documentos y en sus discursos. Por ejemplo, recordemos que antes del cambio de gobierno se publicó el Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2014 que habla específicamente de “Emprender la construcción de paz”.

Por lo tanto, no es nuevo que el actual gobierno federal utilice el concepto de paz, aunque en ocasiones el presidente lo sustituya por el de serenar (de acuerdo con la Real Academia, sosegar significa “aclarar, sosegar, tranquilizar algo”). La vigencia del citado Plan se mantiene aunque en los hechos se haya sustituido. Por ejemplo, en el objetivo 6 se hablaba de establecer de manera formal el Consejo para la Construcción de la Paz, algo que nunca se echó a andar.

Para no irnos muy lejos, el 15 de diciembre se publicó un artículo en The Washington Post (edición en Español) donde la Secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana dice que en México existe una estrategia clara para construir la paz, la cual es “un modelo integral centrado en atender las causas que generan la violencia, erradicar la corrupción, reactivar la procuración de justicia, reformular el combate a las drogas y la cooperación para la paz, que incluye un nuevo entendimiento con Estados Unidos”. 

Por su parte, el presidente sostuvo el 16 de diciembre ante el Consejo Nacional de Seguridad Pública (de acuerdo con la página oficial del gobierno) que “la pacificación del país se cumplirá a partir de cinco acciones fundamentales: atender las causas de la violencia con Programas para el Bienestar; el trabajo coordinado en los tres niveles de gobierno; el combate a la corrupción y la impunidad, el acompañamiento de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad y el respeto a los derechos humanos”.

A partir de las dos declaraciones podemos ver que coinciden en: atender las causas de la violencia; erradicar la corrupción (expresada por el presidente en la misma reunión como la colusión entre criminales y autoridades); coordinación y cooperación. Por el contrario, difieren en que la Secretaria de Seguridad y Participación Ciudadana habla de reactivar la procuración de justicia y reformular el combate a las drogas, mientras que el presidente destaque el acompañamiento de las Fuerzas Armadas y el respeto a los derechos humanos. Digo, cinco objetivos no son muchos como para que haya confusiones y no se pongan de acuerdo.

Hemos perdido de vista que aunque se utilice el término de paz o pacificación, se está invocando a su contraparte, que es la guerra. Suena bien para un discurso pero mal para una política de seguridad. Para combatir a la delincuencia hay que partir del hecho de que son grupos que no tienen otro interés que el de obtener ganancias de forma ilícita usando como herramienta la violencia.

Llamemos a las cosas por su nombre, la cultura de paz es un objetivo noble y necesario, pero no es una política de seguridad. Mientras se sigan confundiendo peras con manzanas seguiremos escuchando loas a una política “exitosa” porque mantiene los delitos en niveles del año anterior.

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