AMLO en la ONU

(LeMexico) – El exigir cooperación internacional para el desarrollo no es ajeno a la tradición de nuestra política exterior. México lo ha hecho debido a la necesidad de la misma para contribuir a resolver los grandes problemas globales, desde naciones de ingreso medio, como la nuestra, pero también a nombre de países de la región, de menor tamaño y de ingresos similares o inferiores.

De hecho, esa es la tónica de la mayoría de las discusiones globales de la actualidad, el cómo establecer mecanismos para financiar, en el sur global, soluciones a problemas como la transición energética, la migración masiva, la amenaza de las epidemias, la conservación marina, el tráfico ilegal de las drogas, entre otros, así como alcanzar metas en áreas como equidad de género, protección a la infancia o a los pueblos originarios.

Los acuerdos internacionales requieren de fondos para hacer realidad la mayoría de sus objetivos y esos necesariamente deben provenir de las naciones de mayor desarrollo y de los agentes económicos favorecidos en las últimas décadas. Los problemas en el acceso a las vacunas de COVID en las naciones de menor desarrollo muestran la poca funcionalidad de los mecanismos internacionales de cooperación para evitar grandes disparidades en el ejercicio de los derechos entre las naciones.

En ese sentido, las propuestas del Presiente López Obrador en la ONU no son disonantes, ni fuera de lugar. Los países más ricos deben de incrementar sus metas de cooperación para el desarrollo. Los híper millonarios, que cada ves son más ricos, deben de contribuir más al financiamiento de lo público; la grandes corporaciones globales, también con cada vez mayores capacidades de captar las ganancias de la economía globalizada, deben de ser gravadas de manera adicional.

Algunas de estas ideas ya se están implementando, como los fondos europeos para pagar por las políticas de cambio climático en África, o los impuestos mínimos a las corporaciones para evitar los paraísos fiscales, o el impuesto Google, o las compañías tecnológicas, en Francia. La propuesta del presidente fue hacer más de eso para transferir recursos a las personas en extrema pobreza, de todos los países.

Hacerlo en el Consejo de Seguridad es también climático, la causa fundamental de las inestabilidades globales sí es la creciente desigualdad entre y al interior de los países. Corregir las desigualdades es una prioridad nacional y global. Que China y Rusia, países en los que no preocupa la desigualdad, se pronuncien en contra de la propuesta muestra que nos ubicamos en el lado correcto de la propuesta.

La próxima y muy oportuna cumbre de América del Norte es también una oportunidad para exigir cooperación como parte de los acuerdos de comercio y seguridad. Un mayor y más expedito acceso a la vacuna y los medicamentos contra el COVID que se están aprobando, para México, pero también para América Latina y el Caribe, tiene que ser un compromiso que asuman Estados Unidos y Canadá, como muestra de su interés por el continente. Lo serán también las acciones que se deriven de la cumbre para invertir en las zonas más marginadas de la región, como medida para resolver las causas de crecientes flujos migratorios y combatir la violencia.

En ese sentido, México ya ha planteado propuestas concretas, e incluso ha puesto el ejemplo. Se deberá avanzar también en acuerdos fiscales, que complementen a los comerciales, para evitar las eluciones propias de la estrecha integración económica. México hace política exterior de la buena, la que busca reducir las brechas de desigualdad entre las naciones, toma buenas ideas de la política interior para inspirar a la exterior y generar un impacto positivo y equilibrado a nivel internacional.

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