Apoyarse en la sociedad

(LeMexico) – Durante un buen tiempo, el espacio público estaba claramente dividido entre las actividades que le correspondían a lo político y las que eran competencia de la economía. A partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, se dejaron atrás las políticas económicas liberales y se empezaron a instaurar las políticas de corte keynesiano, con el fin de generar una nueva dinámica de crecimiento que fuera acompañada por un papel mucho más relevante del Estado, dando por consecuencia el inicio a lo que se conoce como el Estado Benefactor o Estado del Bienestar.

Durante este periodo que duraría hasta principios de los años 80, el Estado jugaba un papel protagónico en la economía, ya sea creando las condiciones para desarrollo industrial o siendo el propio Estado un actor económico. Pero a la vez, lo caracterizó al Estado del Bienestar es el hecho de que asumía la responsabilidad y liderazgo de dotar de servicios sociales a la población. Gran Bretaña, Alemania, Suecia, entre otros países occidentales, instauraron sistemas de atención universal y gratuita de salud y educación principalmente a toda la población, en especial para las personas de menos recursos. De diferentes formas, en América Latina se vivieron procesos similares, claro, sin el alcance y la calidad de los países europeos.

El Estado Benefactor basó su éxito en una amplia legitimidad social, producto de la expansión de los servicios sociales. Un crecimiento económico alto y constante permitía a los diferentes gobiernos poder recaudar mediante impuestos, los recursos necesarios para la dotación de servicios. A su vez, este crecimiento fue requiriendo de más instituciones sociales y de mayores burocracias para la organización y funcionamiento de las mismas. Era un momento perfecto: crecía la economía y con ello los recursos fiscales; se ampliaban los servicios sociales; se beneficiaba más gente y aumentaba la legitimidad de los gobiernos.

Cuando en los años 70’s el mundo entra en una crisis económica, la crisis del capitalismo tardío de la que hablaba Junger Habermas, los gobiernos se ven en la disyuntiva de frenar o disminuir los apoyos a los servicios sociales y el crecimiento burocrático, ajustándolos a las nuevas realidades, o pedir prestado para mantener el ritmo. En México se optó por lo segundo, aunque la realidad forzó a que en los años 80 se hicieran impostergables los ajustes económicos.

Sin recursos, los gobiernos se ven impedidos para seguir brindado la misma red de protección que antaño, pero a su vez, las exigencias siguen creciendo. Esto no fue obra de un maléfico complot neoliberal internacional sino de los grandes déficits en las finanzas públicas y de las inmanejables deudas públicas contraídas en años anteriores por gobiernos en toda América Latina o Europa Occidental. Ante el declive del Estado benefactor y el consecuente pasmo gubernamental, se empezaron a crear vacíos para un sinfín de cuestiones a las cuales habitualmente daba atención el gobierno.

Sin el cobijo del Estado Benefactor, pero también ante la indiferencia de los mercados para atender los temas sociales (estos no producen ganancias), la sociedad empezó de poco a poco a dejar de ser espectador para involucrarse en los temas comunes. Es decir, es notorio que el mercado y la iniciativa privada no tienen como principal interés lo social, sino la ganancia económica. Por eso, durante años, el Estado regulaba lo económico y se encargaba de lo social.

A partir de esta transformación del Estado Benefactor, la sociedad civil surge como un elemento básico para la vida pública. Dependiendo del país se ubicaban las primeras acciones organizadas desde la sociedad. Por ejemplo, en América Latina o en Polonia se enfocaron en los procesos de la transición a la democracia, en Alemania cobró importancia el movimiento “verde”, mientras que en Francia se hablaba de una segunda izquierda. Por consiguiente, las discusiones teóricas empezaron a surgir.

Uno de los trabajos fundamentales para entender estos procesos nos lo dan Jean L. Cohen y Andrew Arato con Sociedad Civil y Teoría Política. En esta obra nos dicen que hay que entender a la sociedad civil “como una noción de movimientos democratizadores autolimitados que procuran extender y proteger espacios tanto para la libertad negativa como la libertad positiva y volver a crear las formas igualitarias de solidaridad sin obstaculizar la autorregulación económica”. En este sentido, debemos entender que el resurgimiento de la sociedad civil (John Locke hablaba de la sociedad política o civil en el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil) se da en entornos democráticos para ocupar los espacios a los cuales el Estado ya no cubre y que al mercado no le importan. Como consecuencia de la caída del Estado Benefactor y el surgimiento del Estado Neoliberal, la sociedad civil es el puente entre los mundos políticos y económicos.

Aparejado con la sociedad civil, empezaron a surgir todo tipo de organizaciones. Sin entrar en mayores detalles o definiciones, se empezaba a hablar de organizaciones no gubernamentales (ONG) o las posteriores organizaciones de la sociedad civil (OSC), enfocadas en algún tema específico. Aunque el ejemplo clásico ha sido la Cruz Roja Internacional, otras reconocidas organizaciones internacionales son Greenpeace, Human Rights Watchs, Médicos sin Fronteras y Transparencia Internacional. Como podemos ver, cada una de ellas enfocada en un ámbito específico de la vida pública y cada vez con mayor presencia. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas considera a las OSC como “socia para impulsar avances en los ideales de la Organización y supone una ayuda en sus labores, ya que es el “tercer sector” de la sociedad, junto con el gobierno y las empresas”. Es decir, son parte del mundo actual.

Existen organizaciones, ya sea en México o en algún otro país, que se enfocan en diferentes aspectos políticos, como observadores electorales o promotores de alguna visión específica (por generalizar diremos que van de izquierda a derecha), o que vigilan lo relativo a la rendición de cuentas y combate a la corrupción, o que se dedican a medir la calidad de los gobiernos y los servicios públicos que se proporcionan. También existen organizaciones enfocadas en aspectos, religiosos, culturales, deportivos o asistenciales. Que al gobierno le incomoden estos escrutinios externos o que alguien más haga lo que era una actividad exclusiva del estado, no es nuevo, y pese a los intentos por demeritar su trabajo (por ejemplo Salinas De Gortari las descalificaba de manera constante), la importancia de las organizaciones de la sociedad civil fue creciendo con el tiempo.

Tan es así, que en 2003 en México se promulga la Ley Federal de Fomento a las Actividades Realizadas por Organizaciones de la Sociedad Civil, con la intención de “Fomentar las actividades que realizan las organizaciones de la sociedad civil” en campos específicos de acción, que van de apoyar a la asistencia alimentaria a promover el fortalecimiento del tejido social y la seguridad ciudadana, entre otras más. Se creó una ley que consideraba a las OSC como aliadas a las cuales habría que apoyar y no como enemigas a las cuales combatir. La filantropía y la asistencia social dejó de ser un monopolio estatal.

Este cambio en la actitud gubernamental no fue gratuito, corresponde a la dinámica contemporánea donde la sociedad es mucho más participativa. A la par que declinaba el Estado Benefactor, la sociedad iba exigiendo mayores espacios en las decisiones públicas. Primero se logró que las decisiones políticas fueran consultadas, luego que fueran consensadas o que las que surgieran de la sociedad civil se incorporaran a los ordenamientos legales. Esto también fue aparejado con cambios organizacionales dentro de la propia administración pública (los cuales lo abordaremos en otra ocasión). Como dice Moisés Naim en el impresicindible El fin del poder, “El poder se está dispersando, degradando, cada vez más y los grandes actores tradicionales se van enfrentando a nuevos rivales, pequeños en tamaños y en recursos”, pasamos del pluralismo político al micropoder.

Si bien existen todo tipo de OSC, algunas creadas con fines poco claros, otras sólo para deducir impuestos, lo que se requiere es modernizar y mejorar las condiciones para que aquellas que desarrollan las labores que el Estado no alcanza a realizar, las realicen de la mejor manera. No podemos pretender virar al pasado Estado Benefactor en donde las condiciones que le dieron vida (un crecimiento económico y una sociedad civil apática) ya no existen. El crecimiento ya no alcanza, la austeridad tiene límites y la sociedad cambió ganando su lugar en el espacio público y, por si fuera poco, las OSC se han convertido en espacios especializados en temas específicos y acotados, a diferencia de los todólogos gubernamentales.

Necesitamos a las OSC porque son el mejor termómetro de nuestra vida pública. Michael Sandel, en Filosofía pública, considera que “una sociedad civil sana es importante no solo porque fomenta la civilidad (por más que ésta sea un valioso producto secundario) sino también porque inspira las costumbres, las aptitudes y las cualidades de carácter que caracterizan a los ciudadanos democráticos más activos”. Y como lo señala Octavio Paz en el Ogro filantrópico, “por fortuna México es una sociedad más y más plural y el ejercicio de la critica (único antídoto contra las ortodoxias ideológicas) crece a medida que el país se diversifica”. En vez de estar en contra, mejor hay que apoyarse en la sociedad sin dogmas ideológicos

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