El desastre de Afganistán

Tabula Rasa

(LeMexico) – 20 años de una guerra que inició con las imágenes de aviones estrellándose contra las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre (9/11) de 2001 y termina con las imágenes de cientos de afganos sobre la pista del aeropuerto de Kabul, la capital de Afganistán, corriendo y tratando de salir del país aferrándose a un avión a punto de despegar.

Después de 20 años de tener tropas desplegadas, de haber gastado (según algunos cálculos) un millón de millones de dólares, después de poco menos de 2,500 soldados fallecidos y más de 20 mil heridos, Afganistán va a estar más o menos igual a como estaba en 2001, controlada por los talibanes.

Tras los ataques del 9/11, los Estados Unidos necesitaban dar una respuesta rápida para no dar muestras de debilidad. Pronto se identificó que los atentados fueron responsabilidad de la organización terrorista Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden, y que si bien tenía células en varios países, era en Afganistán donde radicaba la base principal, arropados por el régimen talibán.

Como señala Bob Woodward en su libro Bush en guerrael presidente, todavía sin experiencia ni preparación en seguridad nacional, estaba a punto del complicado y largo camino hacia la guerra sin siquiera llevar consigo un mapa”. Así, con más sentido de venganza que de justicia, Bush ordena el envío de tropas a Afganistán sin un plan específico ni actualizado.

Los primeros años fueron de triunfos militares relativamente rápidos cuando las tropas estadounidenses obligaron a Bin Laden a huir hacia Pakistán (supuesto aliado de Estados Unidos) y a un repliegue territorial de los talibanes. En esos años se creía que con la captura o muerte de los líderes, Estados Unidos lograría reducir los riesgos de ataques terroristas, de tal forma que el envío de soldados a Afganistán pasó de 8 mil en 2002 a 30 mil en 2008 y 100 mil en 2011. Se pensaba que con el despliegue de tropas ya se tenía la victoria “en nombre del mundo libre”, diría Bush. Sin embargo no se tenía claro cuál era la victoria. 

En 2009 Bin Laden seguía escondido y los talibanes ya recuperados de los golpes iniciales se habían reagrupado y recuperado varios territorios, mientras que en Washington la confusión seguía. Barack Obama, en su autobiografía Una tierra prometida señala que en noviembre de 2009, “La ausencia de una estrategia estadounidense coherente tampoco ayudaba. Dependiendo con quien hablaras, nuestra misión en Afganistán era específica (acabar con Al Qaeda) o amplia (transformar el país en un Estado moderno y próspero, alineado con Occidente)”.

No quedaba del todo claro en dónde terminaba Al Qaeda y cuándo empezaban los talibanes, por lo que no era sencillo establecer la ruta de retiro (algo que siempre se tuvo claro, la presencia militar en Afganistán sería temporal). Para ser más pesimistas, incluso “Los generales reconocían que erradicar a los talibanes de Afganistán era poco realista” cuenta Obama. 

Si el desastre inició cuando se lanzaron a una guerra en Afganistán sin ninguna estrategia clara, más se complica si metes otra guerra con calzador, también sin estrategia, como fue el caso de la guerra de Irak en 2003. Como pudo, Obama logró sacar al ejército estadounidense de Irak y se consiguió localizar y eliminar (no encontré mejor término) a Osama bin Laden, pero no se encontró la fórmula para salir de Afganistán sin una sensación de derrota. Todos hablaban de salir, pero nadie sabía ni cómo ni cuándo.

Si para Bush “construir escuelas era igual de importante que derrotar talibanes”, para Obama lo era construir unas fuerzas de seguridad nacionales que eventualmente se enfrentaran a los talibanes. Policía y ejército fueron entrenados, armados, asesorados y pagados con dólares americanos. De hecho, la compra de aviones y helicópteros, así como el sueldo de pilotos, mecánicos y mantenimiento fue proporcionado por los Estados Unidos.

Carter Malkasian considera en el artículo Cómo la guerra buena se volvió mala publicado en Foreign Affairs, que al menos fueron 350 mil personas a las que se entrenaron, pero que el programa estuvo lleno de corrupción (Transparencia Internacional califica a Afganistán como uno de los países con mayores niveles de corrupción), y al final, fue dinero tirado a la basura. En la intempestiva salida se quedó todo un arsenal, el cual, en palabras del Consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jack Sullivan “obviamente no creemos que (los talibanes) nos la devolverán”. 

Estados Unidos impulsó el establecimiento de una democracia al estilo occidental, pero entre la falta de arraigo cultural y la corrupción de los diferentes gobiernoe, terminó desilusionando a lo afganos. El periódico The Washington Post publicaba el 8 diciembre de 2019 que “el Estado afgano se había convertido en una cleptocracia, consumida por la corrupción”. Claro que poco ayudaba la política de los Estados Unidos de asociarse con traficantes de droga como demandó el mismo periódico el 21 agosto de 2021.

Cuando llegó Trump a la presidencia se empeñó en cumplir una de sus promesas de camapaña, salir de Afganistán. Bob Woodward cuenta en Rabia que Trump preguntó al entonces Secretario de Defensa, James Mattis “¿Qué sería ganar en Afganistán?” siendo la respuesta, “que no ataquen a Estados Unidos”. Con eso en mente, Trump autorizó negociar la salida, no con el gobierno “democrático” que había apoyado Estados Unidos, sino con los rebeldes talibanes a los cuales habían combatido.

Solamente alguien como Trump podría confiar en un arreglo con los talibanes. El acuerdo fue simple, se pactó la retirada a cambio de que no agredieran a ciudadanos estadounidenses, de no dar asilo a terroristas y a negociar la paz con el estado afgano, aunque la opinión del entonces Consejero de Seguridad Nacional John Bolton en La habitación donde sucedió fue de que “hemos fracasado”. Razón no le faltó.

Al iniciar la presidencia Joe Biden (quien pasó de decir como Vicepresidente que a Afganistán, “se necesita ayudarle en la reconstrucción o se vendría un caos” a señalar ya como presidente que “nunca fue la misión el reconstruir”), el desastre se agravó porque, primero respeta el acuerdo con los talibanes, luego no se comunica con la OTAN de cómo se haría la salida, y al final se van como llegaron, con prisas y sin estrategia.

Expertos como Mina Al-Oraibi cuestionan en Foreign Policy en el artículo Estados Unidos ya no es excepcional, que la salida tan desastrosa de Afganistán ha creado la imagen de que Estados Unidos abandona a sus aliados a su suerte y por lo tanto ha dejado de tener ese liderazgo moral en nombre de las libertades.

Si bien había consenso entre la opinión pública estadounidense de sacar al ejército de Afganistán, la forma en que se dio ha dado lugar a reclamos. Las dramáticas imágenes del aeropuerto, las noticias de ejecuciones a quienes hubieran colaborado con el ejército americano, la opresión con que los talibanes tratan a las mujeres, el miedo a que el terrorismo resurja, un creciente problema migratorio y muchos otros factores más ponen en duda sobre lo que se viene en los próximos años para Afganistán, para los países de la región y para el papel que jugará los Estados Unidos en los próximos años.

Con soberbia, Estados Unidos consideró que con sus tropas y sus recursos bastarían para liberar y modernizar Afganistán. No entendieron los factores culturales, no se hizo nada ante la evidente corrupción ni tampoco se incluyeron muchos liderazgos importantes. La multiplicidad de causas negativas se fue acumulando y terminó por estallar en un instante.

El desastre en Afganistán se hubiera evitado si también se hubiese tenido una estrategia clara desde el principio y si los Estados Unidos hubiesen aprendido la lección de Vietnam: las guerras convencionales no funcionan cuando el enemigo no es un Estado ni existe un ejército regular. En estas condiciones, mandar más y más tropas, como era la visión de los militares, no era la mejor propuesta. 

El desastre ha llevado, como lo plantea Jon Lee Anderson en su artículo en The New Yorker, a preguntar, ¿La salida de los Estados Unidos de Afganistán representa la caída del imperio americano? Si consideramos que el fin del imperio Británico fue marcado a partir de la salida de sus tropas del Canal de Suez en los años 50 y que la salida, triste coincidencia, de Afganistán representó un punto de quiebre para la URSS, bien pudiéramos estar viendo el final del Nuevo Orden Mundial proclamado en 1991 y el lento desmoronamiento de otro imperio.

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