Calentamiento global esta borrando del mapa a la comunidad de La Reina, en Honduras

(LeMexico) – Sin hogar físico, sin salud mental, sólo dolor, pena y ansiedad, es lo que los aldeanos de la comunidad al oeste de Honduras, La Reina, casi mil personas, experimentaron después de que, por un derrumbe generado por la deforestación y dos fuertes huracanes en un lapso de tres semanas, se llevara su hogar.

Es apabullante la respuesta de la doctora hondureña Claudia Lazo, cuando le preguntan: ¿Cuántos de los pacientes sufren depresión en la comunidad de La Reina? Ella dice: todos. Y es real.

No hubo víctimas vitales, pero, después de todo lo que han sufrido, es como si la naturaleza se las hubiera arrebatado. Y es que, año tras año, la madre naturaleza recupera terreno, con fenómenos climáticos, terremotos y catástrofes intensas. Los habitantes de la Reina habían logrado hacer una comunidad próspera, gracias a las remesas de sus familiares en Estados Unidos. Todo quedó reducido a nada.

Los reininos cortaron sus bosques de cedros y canelos en la parte más alta de la montaña para hacer espacio a cultivos cafetaleros y obtener madera para construir sus casas, nadie les dijo que eso era deforestación. Los árboles arrancados desde la raíz, se fueron pudriendo con las lluvias diarias e intensas. Llegaron Iota y Eta, en diciembre del 2020, sepultando a la aldea en lodo en sólo cuestión de horas.

Aún no se recuperan de estos efectos climáticos, no duermen, están estresados, hay culpa, perdieron sus casas, recursos, no comen pues no hay alimentos bastos, solo podredumbre alrededor y escombros. Están a la expectativa de que llegue otro huracán que haga que la poca tierra que quedó se hunda más.

Algunos aldeanos recuerdan la aparición de las primeras rajaduras de la tierra en 1988, después del huracán Mitch. Desde entonces los más grandes de la comunidad vaticinaban que sus hijos y nietos verían desaparecer la aldea. Aún sobre los escombros o el sitio donde se supone debió estar su casa, caminan hombres y mujeres en búsqueda de recuerdos: alguna foto, algún mueble, algo que les recuerde su identidad.

La doctora Claudia Lazo, quien ha estado presente en la comunidad apoyando con servicios médicos, declara:

“Sufren una sensación física que constringe el corazón y la razón. Han perdido lo material y el apego a la vida, ya no saben estar en el mundo… Cuando se sientan frente a mí y les pregunto ‘¿Qué tal?,’ empiezan a llorar.”

Ha tratado insomnios, ataques de ansiedad, uno a uno, pero nada puede contra la depresión y culpa colectiva.

La pobreza los llevo a deforestar, pues necesitaban material para hacer sus modestas casas, leña para calentarse, cocinar, en un país y al parecer un mundo, que se ha olvidado de ellos. Esto, pues 8 meses después de estas tragedias, ya nadie se acuerda de ellos, no hay ayuda humanitaria. Es imposible que esta situación se repita en el mundo entero, pero sin duda, habrá cada vez más escenarios de desolación, principalmente en las regiones más pobres. El momento de hacer algo y mitigar un poco el impacto, es ¡ya!

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