Un futuro para el PRI

(LeMexico) – Quien analice los resultados electorales de 2021 a partir de lo obtenido por los partidos previo a 2018, está utilizando parámetros disociados. Con sus debidas proporciones, este ejercicio de comparación es tan inútil como querer aplicar los criterios del modelo de desarrollo estabilizador en un mundo económicamente globalizado.

El PRI que precedió al triunfo presidencial de López Obrador no tiene condiciones para existir más. Este enfoque debe ser asimilado por quienes observan hoy al viejo partido desde dentro y, en cierta medida, fuera de la organización política.

En 2018, el sistema de partidos, con una subsistencia cercana a tres décadas, fue trastornado y reconfigurado. De 1989 a 2018, los partidos PRI, PAN y PRD llegaron a sumar entre 95 y 73 por ciento de la representación parlamentaria en San Lázaro; pero cuando el candidato de Morena y sus aliados triunfaron, no lo hicieron sólo de manera inobjetable, sino que produjeron un «cataclismo electoral» que generó, a su vez, una distribución novedosa en las relaciones partidistas.

Si cambia el sistema de partidos, cambia la política. La cuarta transformación inició o se agotó (según quiera verse) con la disrupción de las preferencias ciudadanas.

En el nuevo contexto, los tres partidos que dominaron el mapa político pasaron a ocupar en conjunto 27 por ciento de la representación en el mismo recinto, mientras que Morena y sus aliados alcanzaron las dos terceras partes.

El peso de los partidos en la Cámara de Diputados, pero sobre todo de los dos grandes bloques de alianzas, se ha equilibrado, lo cual significa que ganaron terreno las fuerzas opuestas a las del presidente López Obrador.

Sin embargo, a diferencia del pasado, la alianza opositora se encuentra lejos de la mayoría simple, no digamos ya de tocar el umbral de la mayoría absoluta (50 por ciento + 1). Actualmente el PAN tendrá en solitario una representación de 22 por ciento con 113 diputaciones federales, en tanto que el PRI 14 con 71 asientos.

En su nueva dimensión, el PRI ha conseguido, para diputaciones federales, entre 9.3 y 8.7 millones de votos, considerando niveles de participación electoral de 63 por ciento (2018) y 52.7 (2021), respectivamente.

En la etapa más compleja de su historia, cargando la loza de desprestigio, abandono y exclusión impuesto por su clase política, esa cantidad de apoyos electorales conseguidas por el PRI supone un nada desdeñable 10 por ciento de la lista nominal actual, así como entre 17 y 18 por ciento de los que votan. Un partido con estos números no se «desfonda» ni desaparece de la noche a la mañana.

A mi juicio, si el PRI pretende vigorizarse, debe realizar un ejercicio de autoevaluación más profundo y consistente que el posterior a 2018. Esto implica, por parte de liderazgos internos y militancia, objetividad, sensatez y toma de conciencia, invaluables asesoras a la hora de construir una estrategia prudente, pero inteligente, realista, y sobre todo viable.

No hay indicadores duros, al menos no en este momento, para inferir que el PRI retornará a la Presidencia de la República en 2024 o en 2030. Paradójicamente, para la mayoría de los observadores del acontecer político está claro, pero para muchas capas del priismo, incluyendo a algunos integrantes de su dirigencia, no lo es aún.

En la siguiente contienda federal puede abrirse una posibilidad mediante la replicación de la alianza, si bien es necesario señalar que en la negociación para encabezarla los partidos involucrados privilegiarán, seguramente, al que lidera las preferencias opositoras y registra el menor porcentaje de rechazo.

De consolidarse una figura priista que aspire a una coalición con el PAN deberá tener en cuenta que, en este partido, a diferencia del tricolor, lo que suscribe la dirigencia no necesariamente lo acepta la militancia. Y no es del todo probable que el partido de Gómez Morín acepte apoyar a quien provenga de las filas de su adversario histórico.

El PRI debe plantearse como primer objetivo consolidar su posición política ante una quinta parte del electorado nacional. Esto es, buscar la representación de 20 por ciento en ambas cámaras y, gradualmente, transcurridas las elecciones de 2024, con un programa político definido, ampliar esa base a una cuarta parte del electorado y de la presencia legislativa.

Esto significa ponderar una meta de 100 diputados en San Lázaro y 24 senadores de la República. Consistiría, también, en abarcar, bajo sus gobiernos estatales y municipales, a una población de entre 25 y 30 millones de habitantes (tomando como base 2021). Eso es justamente lo que el PRI gobierna hoy en los estados de Coahuila, Hidalgo, México y Oaxaca, 28 millones de personas, quienes representan entre 21 y 22 por ciento del total nacional.

Comunicar este diagnóstico brindaría certidumbre y claridad a la militancia. Plantear estos objetivos de manera puntual permitiría formular acciones concretas para resultados verosímiles. Permitiría al Partido situarse no sólo en su condición presente, sino en lo que a mediano plazo debería ser (década y media por lo menos). Favorecería a la planeación seccional con base en lo que puede y no puede conseguir. Ayudaría a sostener una estructura y un recurso humano para estos objetivos. Evitaría las falsas expectativas y las dolorosas decepciones que han sido deliberadamente estimuladas con la divulgación de metas inexistentes y triunfos inalcanzables.

Mucho contribuiría, en términos de acortar tiempos, que nuevos rostros, provenientes de la indiscutible cultura de cuadros que posee el PRI, fueran formados por los liderazgos políticos consolidados, es decir, por aquellos que han gobernado, legislado y ganado elecciones, pero a quienes cuesta dejar, por razones de poder y personales, las posiciones directivas y de autoridad.

Sería oportuno, en la base de todo ello, construir y difundir una narrativa que lo distinga como opción política, sustentada, esencialmente, en esta nueva conciencia y en esta evidente circunstancia en la que se encuentra como partido. En línea con los nuevos códigos del lenguaje social, su discurso debe conectar, despojado de esa retórica acartonada que sigue resonando en sus actos, con esa mitad del electorado apartidista cuya mayoría de jóvenes escolarizados aportó, en 2021, alrededor de seis por ciento a la coalición PRI-PAN-PRD.

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