Sobre el presidencialismo

Tabula Rasa

(LeMexico) – Uno de los trabajos intelectuales que más espacio han ocupado en los estudiosos de la ciencia política y de la democracia en general es encontrar los conceptos que definan los tiempos que estamos viviendo. Tiranía, fascismo, regresión autoritaria, dictadura, autoritarismo, son algunos de los conceptos que escuchamos casi a diario para definir algunos gobiernos contemporáneos. Sin embargo, hay un concepto que podríamos decir fue patentado en México: el presidencialismo. Para entenderlo hay que hacer algunas distinciones.

En las democracias occidentales básicamente existen dos tipos principales de régimen de gobierno (entendido como las reglas e instituciones formales de un gobierno): el presidencial y el parlamentario. En el presidencial existe una clara separación entre el poder ejecutivo y el legislativo (parlamento), mientras que en los regímenes parlamentarios existe una relación directa entre los poderes legislativo y ejecutivo.

En los regímenes presidenciales se vota por un presidente y por un congreso de manera separada, mientras que en los regímenes parlamentarios se vota por un congreso, de donde surgirá un primer ministro. Otra característica es que las funciones entre uno y otro poder están claramente separadas. En el continente americano predomina el régimen presidencial, el cual fue implementado a partir del triunfo de las luchas de independencia, mientras que en Europa se rigen principalmente por algún tipo de régimen parlamentario.

En México, a partir de la Constitución de 1917, y por la evolución de los acontecimientos políticos en el país, se fue gestando algo que los especialistas empezarían a denominar el presidencialismo mexicano, como la explicación para un largo período de estabilidad y crecimiento que no tuvieron el resto de los países latinoamericanos. Para abordar en qué consistía el presidencialismo, nos apoyaremos en tres clásicos imperdibles.

En 1965, Pablo González Casanova siempre en la búsqueda intelectual de los factores que le permiten a los países latinoamericanos lograr el desarrollo económico (término que por cierto vino a sustituir los de civilización o progreso) publicó La democracia en México, donde explica que “el régimen presidencialista sirvió para acabar con las conspiraciones del Legislativo, del ejército y del clero, que el partido predominante sirvió para acabar con los caudillos y sus partidos de membrete, que el régimen centralista sirvió de hecho para acabar con los feudos regionales, que la intervención en el gobierno local más que eliminar los municipios libres sirvió para controlar a los caciques locales, que el Estado empresario fue la base de una política de desarrollo económico e industrial, ahí donde hacían falta grandes inversiones de estructura”. Es decir, la concentración de poder en torno al presidente fue una necesidad emanada de los años posteriores a la revolución para lograr estabilidad política y desarrollo económico.

A una conclusión similar llegó Daniel Cosío Villegas, quien publicó en 1972 El sistema político mexicano, en el cual señala que “la singularidad, notable en sí misma, de esta estabilidad política y de semejante crecimiento económico crece si se reflexiona que México los ha conseguido sin acudir a ninguna de las dos fórmulas políticas consagradas: la dictadura o la democracia constitucional”. Este camino medio entre dictadura y democracia es lo que se conoce como autoritarismo

Para Cosío Villegas, la singularidad mexicana, como también se le llegó a conocer radicaba en dos fuerzas centrales: la Presidencia de la República y el partido oficial. La primera radicaba en que “las amplísimas facultades que tiene el Presidente de México proceden de la ley y de una serie de circunstancias del más variado carácter”, como puede ser el carácter geográfico de que la sede del poder ejecutivo esté en el entonces Distrito Federal o que exista un efecto psicológico en la población de que el presidente puede resolver todo. La segunda fuerza radicaba en que el partido oficial, el PRI, contuvo “el desgajamiento del grupo revolucionario, instauró un sistema civilizado para dirimir las luchas por el poder y dar un alcance nacional a la acción político-administrativa para lograr las metas de la Revolución Mexicana”. Aunque Cosío Villegas los pone como dos fuerzas, lo cierto es que el presidente era el líder real del partido oficial.

En 1978, Jorge Carpizo analiza a profundidad los atributos legales que le otorgan las leyes al titular del poder ejecutivo en su libro El presidencialismo mexicano, los cuales los divide en las amplias facultades constitucionales y las facultades que denomina metaconstitucionales. Estas le otorgaban al presidente “una serie de facultades situadas más allá del marco constitucional, como son … la designación de su sucesor, el nombramiento de los gobernadores, los senadores, la mayoría de los diputados, de los principales presidentes municipales, (y el) control de las organizaciones obreras, campesinas y profesionales”. Es decir, el poder del presidente era enorme.

El presidencialismo mexicano se fue debilitando y transformando poco a poco. Las crisis económicas de los años 70 afectarían a las dos virtudes que presumía el régimen: el desarrollo económico y la estabilidad política. Para lo primero, la respuesta fue cambiar hacia el modelo neoliberal para buscar el relanzamiento de la economía mexicana, para lo segundo se fueron abriendo los espacios políticos, legislativos y electorales a las fuerzas políticas opositoras al partido oficial. El modelo neoliberal se implementó de manera rápida y en menos de 10 años, México pasó de ser un Estado empresario (como lo llamó Cosio Villegas) y proteccionista, a uno abierto al libre mercado.

La democracia necesita de las libertades políticas para poder establecerse en una sociedad y el México de los 80 apenas y tenía unas cuantas. A partir de esos años y de toda la serie de irregularidades y trampas en la elección presidencial de 1988, se fueron ampliando los espacios a la oposición en la vida política y la sociedad exigía cada vez más libertades públicas y espacios de participación en las decisiones políticas. Los años 90 fue la época en que se transformó el presidencialismo mexicano.

Paulatinamente se fueron acotando las facultades constitucionales, como lo apunta Javier Hurtado en el Sistema presidencial mexicano, resaltando que “de 1990 a la actualidad se ha iniciado un ciclo orientado a reducir facultades a la presidencia creando entidades autónomas de los poderes establecidos”. De esta manera, por ejemplo, la principal demanda de los partidos políticos opositores en esos años era que el gobierno en turno dejara de ser el encargado de organizar y validar las elecciones, lo que dio origen a la creación del Instituto Federal Electoral compuesto por ciudadanos. Lo mismo pasó con el Banco de México o con los derechos humanos.

Las facultades metaconstitucionales se fueron diluyendo en el momento en que el presidente no podía nombrar sucesor o a los gobernadores o senadores, debido a que las elecciones empezaron a ser más competitivas y los candidatos del partido oficial dejaron de tener la certeza de que iban a ser electos. La composición de los congresos y de los gobiernos estatales y municipales se volvieron multipartidistas. De hecho, hasta la ceremoniosa frase de “el Señor Presidente”, herencia del paternalismo impuesto durante el virreinato, empezó a perder vigencia.

Otro punto importante para que el presidencialismo perdiera fuerza era el hecho de que la sociedad se transformó, dejó de ser pasiva y se volvió mucho más activa exigiendo espacios de participación. Una sociedad transformada que dejaba de estar organizada de manera corporativa en torno a la representaciones sindicales de obreros, campesinos y profesionistas, y que podía acceder a diferentes medios de comunicación independientes que no estaban sujetos a los intereses presidenciales, y eso sin considerar al internet y las redes sociales como fuentes informativas. Finalmente, en este breve recuento, en los años 90 se dio la explosión de las Organizaciones No Gubernamentales, que después se conocerían como Organizaciones de la Sociedad Civil, las cuales, para ponerlo en perspectiva pasaron de 2,364 en 1994 a 43,252 en marzo de este año.

Las condiciones sociales, políticas, constitucionales y económicas han cambiado drásticamente desde que los tres autores clásicos que citamos escribieron sus obras. El presidencialismo mexicano funcionó porque hubo condiciones para que así sucediera y porque, como decía Cosío Villegas, “con todo y sus defectos, vicios e injusticias, (el presidencialismo) ha dado a nuestro país varios decenios de estabilidad política, un gobierno civil, cierto número de libertades y algunas posibilidades para la realización personal”. Tratar de regresar al viejo presidencialismo, al que aglutinaba los poderes y la organización política en torno a una persona, teniendo unas condiciones sociales y políticas completamente diferentes, sólo generaría lo contrario a estabilidad y crecimiento económico.

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