El poder corrompe y la corrupción mata

(LeMexico) – Seguimos de luto por el terrible accidente acaecido el lunes 3 de mayo en la estación Olivos de la L12 del metro, la línea dorada que se inauguró el 30 de octubre de 2012 durante la administración de Marcelo Ebrard como Jefe de Gobierno, tuvo un costo de 22 500 mdp aproximadamente y fue la gran obra pública con la que Marcelo Ebrard cerraba su administración. 

Desde el inicio hubo irregularidades y retrasos en la construcción de la L12 y, como es costumbre, al final de cada administración y en épocas electorales, todo tenía que estar listo para la foto. Esto no significa que de verdad esté listo, en más de una ocasión las obras públicas están plagadas de irregularidades y las cubre un gigantesco manto de corrupción directamente proporcional al presupuesto que emplean estas maravillosas creaciones de la ingeniería moderna. 

Al día de hoy suman 26 fallecidos y más de 70 heridos por este accidente y las reacciones y la indignación en redes no tardó en propagarse, una vez más el pueblo mexicano se unió a las víctimas, ayudó con la remoción de escombros, auxilió a los heridos y trabajó en solidaridad para ayudar a la mayor cantidad de personas que le fuera posible. Las imágenes de vecinos, voluntarios, rescatistas, bomberos y policías con el puño levantado solicitando el silencio de los asistentes para poder encontrar a alguien con vida de entre los escombros es una imagen que estremece las fibras más sensibles de todos los que esperábamos jamás volver a ver esa imagen después del sismo del 2017. 

No faltaron los políticos que se colgaron de la tragedia para hacer proselitismo, y es que parece ser que en la guerra y en las campañas electorales todo se vale. Hubo una publicación que me llamó mucho la atención que sugería que lo importante no eran las acciones políticas antes, durante o después de la tragedia, sino las vidas humanas. Estoy de acuerdo en que lo más importante son las vidas humanas, pero no debemos olvidar que esas vidas se perdieron y muchas están en riesgo por los intereses políticos que envuelven a las autoridades y a nuestros representantes, aquellos que están en posiciones de poder gracias a nuestro voto y que antes que engrosar su bolsillo con las arcas del Estado. Porque al parecer “la corrupción está en nuestro ADN”, están ahí para representar los intereses se la sociedad y velar por las necesidades más urgentes y básicas de la misma, una de ellas el transporte eficiente, eficaz y sobre todo seguro y desde hace ya muchos años esto es lo último en la lista de prioridades de cada administración. 

Durante el Gobierno de Miguel Ángel Mancera, el precio subió de $3 a $5, con la justificación de que con este aumento se le haría mantenimiento preventivo y correctivo y se mejoraría la infraestructura de las instalaciones del Metro. Meses después de ese aumento del Metro debutaba como uno de los nuevos canales de la CDMX, pues debido a las fuertes lluvias más de una estación se inundó y el servicio se vio interrumpido y de ahí en adelante nada mejoró.

La gran mayoría de los capitalinos somos o hemos sido en algún momento usuarios del Metro y creo que la mayoría convenimos en que las condiciones del servicio y de las instalaciones no ha mejorado nada. El accidente del Metro Olivos fue el último de una lista breve pero bastante desafortunada de accidentes: Tacubaya 2020, Oceanía 2015 y Viaducto 1975. 

Volvemos entonces al tema que nos importa, la mayoría de los bienes y servicios públicos son inaugurados solo para la fotografía, se trabaja en ellos a marchas forzadas, los costos empiezan con una cifra y terminan con otra 3 veces mayor, todo está hecho al “ahí se va”, todo, desde la decisión hasta la ejecución. En campañas vemos y escuchamos que nos prometen que con ellos todo va a mejorar pero una vez en el poder, esas promesas quedan en el olvido porque en la cúpula del poder las cosas son diferentes y las promesas ya no empatan con los intereses. El poder corrompe a cualquiera, lo vemos todos los días, en todos los entornos, personas que se “subieron en su tabique” y ejercen el poco o mucho poder que pueden desde ese privilegio y cambian en mayor o menor medida pero cambian. 

El problema es que en estos actos de corrupción participamos todos, porque es más fácil hacerse de la vista gorda que pensar y exigir, es más fácil darle una mordida al policía antes que recibir una multa, es más fácil sobornar al servidor público en lugar de esperar nuestro turno, es mucho más fácil votar por el que ya conocemos aunque robe o por el más guapo aunque tenga un historial de corrupción o incluso es más fácil ni siquiera ir a votar, que ejercer nuestro derecho y obligación como ciudadanos. Porque una vez más “la corrupción está en nuestro ADN”. 

Pues bien, aquí las consecuencias de todo eso que no nos importa porque “no nos afecta”, ¿qué nos importa que la clase política durante años haya caído en irregularidades y malos manejos? Al final de cuentas es lo que siempre hacen y no va a cambiar, sigamos dándoles la opción de permanecer en posiciones de poder, a ver si así nos toca un “hueso” del tamaño que sea.

Así que me es imposible pensar que podemos separar la política de las vidas humanas perdidas en este accidente, porque el poder sí corrompe y esa corrupción sí mata. Hay 26 personas que no volvieron  a su casa por la suma de todas estas pequeñas acciones que durante décadas hemos dejado pasar, porque estamos tan acostumbrados a que por algún error cortarán algunas cabezas pero nunca las que deben ser cortadas porque no conviene, porque los intereses políticos son más importantes que esas 26 vidas perdidas y porque estamos tan acostumbrados a este tipo de situaciones que una pequeña ofrenda basta para olvidar la tragedia, hasta que venga la siguiente y hagamos gala de la poca memoria que tenemos los mexicanos.

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