¡Los chidos! Artistas, maestros e ingeniosos, 3 de mayo, día del albañil

(LeMexico) – El 3 de mayo de cada año los trabajadores de la construcción celebran su día, pero ¿por qué lo celebran el Día de la Santa Cruz? ¿Qué sería del mundo sin los albañiles?

De acuerdo con el santoral católico, el 3 de mayo también es el Día de la Santa Cruz, porque fue en esa fecha, pero en el año 326, cuando se encontró esa reliquia que es sagrada y de suma importancia para los creyentes católicos.

El hallazgo de la reliquia se le atribuye a Helena, esposa del emperador romano Constancio Cloro y madre del emperador Constantino. La emperatriz Helena de Constantinopla (250-329) se convirtió al cristianismo cuando su hijo Constantino ya gobernaba el Imperio Romano de Oriente. Historiadores atribuyen a esta mujer que su hijo legalizara el cristianismo en el Imperio y luego lo incitara a abrazar esta religión. En consecuencia, la los creyentes y aquellos a quienes les fue interpuesta, tomaron el cristianismo como única vía religiosa.

¿Y qué tiene que ver la Santa Cruz con el día del albañil?

Como todos los festivales en México, el día del albañil se originó a partir de la fusión entre la cultura cristiana occidental y la cultura mexicana antigua.

Los antiguos mexicanos realizaron una ceremonia en esta época, exigiendo una buena cosecha en el año. Después que la invasión europea y el cristianismo se convirtieran en la única religión, los agricultores continuaron celebrando bajo esos ideales, pero ahora rezando la Santa Cruz.

Posteriormente, los campesinos comenzaron a migrar a la ciudad, comenzaron a trabajar como albañiles y mantuvieron la tradición de encomendarse a la Santa Cruz, la diferencia es que la petición está relacionada con el hecho de que no sufran accidentes o caídas en el trabajo.

Ahora un fragmento de El origen del mundo- texto de Eduardo Galeano:

“Hacía pocos años que había terminado la guerra española y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba.
Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó.
Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio.
Me lo contó: él era un niño desesperado, que quería salvar a su padre de la condenación eterna, pero el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
–Pero papá –preguntó Josep, llorando–.
Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Y el obrero, cabizbajo, casi en secreto, dijo:
–Tonto -Dijo- Tonto, al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles”.

¡Feliz día del albañil!

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