Administración Política

Tabula Rasa

(LeMexico) – Si hay algo en lo que no confía la sociedad es en los políticos ni en el gobierno. A los primeros los identificamos en los partidos políticos y luego en los congresos, donde, por norma general, consideramos que no hacen nada.

Luego están los políticos que ganan elecciones como presidentes o gobernadores, quienes todavía tienen peor imagen, porque al encabezar sus respectivos gobiernos, son sentenciados por el clamor popular de que no resuelven ningún problema, en el mejor de los casos, hasta las acusaciones de que solo se enriquecieron con el dinero público, y por supuesto ejemplos sobran. No por nada el Latinbarómetro 2018 señala que en América Latina las instituciones menos confiables son en este orden: gobierno, congresos y partidos políticos.

Esta mala imagen se deriva, entonces, de un deficiente desempeño y de una sociedad cada vez más exigente. Sin embargo, no siempre ha sido así. Ha habido épocas, como en la Alemania bismarckiana, donde al gobierno llegaban los más capacitados para administrar las acciones, en pos de eso que en la Grecia clásica se llamaba el bien común.

Ya lo señalaba hace más de 100 años el brillante sociólogo Max Weber en Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada. Una crítica política de la burocracia y de los partidos, cuando dice que “la burocracia moderna se distingue por una característica, que apuntala su naturaleza irrevocable de un modo esencialmente más definitivo que cualquier otra característica: la especialización y la instrucción de índole racional y técnica”. Por lo tanto, podemos decir que una administración pública moderna tiene como característica principal la especialización y la toma de decisiones racional.

Esta característica fue modificándose con el tiempo y fue quedando atrás la predominancia de lo racional y lo técnico en aras de lo político, a la vez que presenciamos la mutación del burócrata como sinónimo de estatus laboral y social a uno despectivo y peyorativo.

En el proceso de transformación fuimos testigos de que con el paso del tiempo, el crecimiento de los gobiernos fue haciendo que los procesos administrativos se volvieran cada vez más lentos, con múltiples trámites para poder tener un control y un orden sobre ellos, lo que empezó a equiparar lo burocrático con lo lento y hasta inútil, a la vez que se combinaba con una predominancia de los aspectos políticos por encima de cualquier cálculo racional. Ante lo que estaba pasando, la administración pública necesitaba una revaloración de sus procesos.

Como nos lo relata Michael Barzelay en Atravesando la burocracia, durante la década de los 80’s se podía considerar que un gobierno produce resultados insatisfactorios, o como ahora comúnmente le denominamos ineficientes. Si “cada decisión operativa se toma sobre las bases políticas partidistas, si muchas dependencias gastaran todas sus asignaciones anuales durante los primeros tres meses del año fiscal (a lo que yo le agregaría el que termine el año y no se lo gaste) y si ningún órgano o persona tuviera autoridad para supervisar las actividades de las dependencias gubernamentales”. La mala administración pública de la época había dado malos resultados.

Durante esta década se dio una reconfiguración de la administración pública debido a que durante los años previos se habían privilegiado las consideraciones políticas por encima de la eficacia en las acciones del gobierno. Al privilegiar clientelas políticas en vez de problemas públicos, se buscaron nuevas formas de abordar las cuestiones en las que se involucraban los gobiernos. Como resultado se empezó a hablar de gestión pública en vez de administración pública.

La gestión pública surge en los momentos en que las políticas de Margaret Tatcher y Ronald Reagan decidieron modificar sus estructuras administrativas compactándolas con el imperativo de “hacer más con menos” a la vez que se reducía el gasto en la burocracia. Los principales cambios girarían en torno a una nueva orientación en el quehacer público.

El funcionario público era sustituido por el servidor público. El ciudadano debía ser tratado como si fuera cliente y por lo tanto, el gobierno estaba obligado a dar servicios de calidad. El objetivo no debía centrarse solamente en el hacer, sino que debería extenderse al qué hacer y al cómo hacer.

De esta forma se empezaban a usar concepto traídos de otras disciplinas como la administración de empresas, economía, contabilidad, mercadotecnia, entre otras, y nos fuimos familiarizando con la gestión empresarial para las áreas de recursos humanos, nuevas formas de publicidad gubernamental ahora llamadas marketing, enfoque en la calidad de los servicios. Hablábamos de gestión operativa donde la visión se centraba en el control e intervención de los procesos y los servicios, sin olvidar la gestión pública como la parte encargada de establecer reglas institucionales para evaluar programas y oficinas de gobierno así como para ver todo lo relacionado a recursos financieros y humanos.

Si bien ya se hablaba de la gestión pública, el mayor impacto vino a principios de los años 90’s cuando se edita La reinvención del gobierno por parte de David Osborne y Ted Gaebler, mismo que se convertiría de manera instantánea en un clásico. El libro no hace más que plantear de forma amable las fórmulas de la gestión pública para el ejercicio del gobierno. La propuesta era acorde con los tiempos, se basaba en que el gobierno tuviera un espíritu empresarial en el sentido de dar servicios a la satisfacción del cliente, en preferir organizarse de manera horizontal para descentralizar la toma de decisiones y, entre otras propuestas de un decálogo, no solo enfocarse en implementar una medida sino en la obtención de un resultado. 

Sin duda, los grandes esfuerzos intelectuales para modernizar y actualizar a la administración pública generaban rechazo en algunos sectores por aquello de que era imposible comparar a un gobierno con una empresa, lo que por supuesto no era el caso, pero servía como base para rechazar una visión que sentía la amenaza de que todo el gobierno fuera privatizado y los políticos sustituidos por gerentes. No todo era rechazo, también existían apoyos porque una de las premisas de esta nueva óptica era que los ciudadanos podían y debían participar en la definición de políticas y objetivos, así como de supervisar la implementación y evaluar los resultados.

En México, a partir de los años 80’s, todos los presidentes han establecido una serie de pautas para la modernización administrativa: con Miguel de la Madrid se implementaron las duras políticas de austeridad y reducción del aparato administrativo; Carlos Salinas impulsó la simplificación administrativa para hacer más rápidos los trámites; Ernesto Zedillo estableció el Programa de Modernización de la Administración Pública; Vicente Fox estimulaba la innovación, transparencia y rendición de cuentas con el programa Agenda del Buen Gobierno; Felipe Calderón promovió que los programas públicos se rigieran mediante el Presupuesto Basado en Resultados; y Enrique Peña quiso hacer un borrón y cuenta nueva con el Presupuesto Base Cero.

Los anteriores esfuerzos, algunos más ambiciosos, otros más cosméticos, hablaban de que había un cierto interés por una correcta y mejor administración pública, donde si bien la visión política prevalecía muchas veces sobre los criterios técnicos, por lo menos estos últimos no estaban abandonados. Cosa contraria sucede en este gobierno. La administración política ha sustituido a la administración pública en casi todos los espacios del accionar gubernamental. Programas sin reglas ni objetivos claros. 

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en el Análisis de los programas prioritarios al primer año de la administración 2018-2024, señala que de los 17 programas prioritarios analizados solo el 35% de ellos identifica con precisión su población objetivo y solo el 47% tiene claro el problema público que buscan resolver: el 9% tiene clara la temática, y para las metas establecidas, en el 59% de ellas no cuentan con línea base. Los criterios racionales fueron relegados.

La crisis sanitaria que estamos viviendo nos ha demostrado que lo que tenemos es una administración política. Para muestra basta un botón. El programa de vacunación tenía como prioridad en una primera etapa al personal de salud que atiende a pacientes con coronavirus y a los adultos mayores. Sin ninguna explicación se ignoró en esta primera etapa al personal de hospitales privados, lo mismo si laboran en el costoso Grupo Ángeles o en las económicas farmacias similares.

Siguió el aviso de que las vacunas llegarían primero a las comunidades rurales. Luego se anunciaron brigadas con la participación y vacunación de los “servidores de la nación”, que lo mismo hacen gestión política, levantan censos o reparten programas sociales. Posteriormente se incluyeron a los maestros de Campeche. Tantos cambios en corto tiempo nos hacen pensar que más que una estrategia racional se reacciona a cuestiones políticas. Algo similar pasó con Trump en la presidencia donde las medidas en torno a la pandemia, como lo relata el legendario Bob Woodward en Rabia, se tomaban con la intención de ganar la reelección.

Mala noticia para un país, si decisiones trascendentales de gobierno se toman por cuestiones políticas, como nos lo recuerda Max Weber al decir de forma categórica que “el gobierno de los funcionarios ha fracasado en toda la línea siempre que se ha ocupado de cuestiones políticas”, a lo que Osborne y Gaebler observan de que en nuestros tiempos “los políticos toman decisiones basadas no en lo que produce mejores resultados sino en lo que les llevará a la reelección”.

Pero la cosa está peor si lo que tenemos no es una administración política, sino una administración mediocre. Alain Deneault en Mediocracia nos da elementos para identificar lo anterior “¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes”. 

Back to top button