En la cuerda floja

Tabula Rasa

Una de las tareas más importantes de las democracias contemporáneas es la construcción de las reglas e instituciones que reflejen la pluralidad existente en los países. Las democracias ya no se plantean la clásica división en tres poderes soberanos e independientes entre sí (ejecutivo, legislativo y judicial) en virtud de que eso ya le es intrínseco, de la misma forma en que no se cuestiona la existencia de las elecciones como el medio para acceder al poder o la existencia de múltiples medios de comunicación. El mundo democrático ha ampliado las libertades y le ha dado voz y salida (recordando al clásico de Albert O. Hirchsman) a demandas cada vez más específica que en muchas ocasiones terminan por verse reflejadas en una nueva construcción institucional.

El orden democrático de nuestros tiempos es testigo de que en no pocas ocasiones lo público va en una velocidad y el Estado en otra. Uno es rápido y el otro es pausado. La paradoja es que en estos tiempos que vivimos nunca pueden sincronizar sus velocidades. Las innovaciones tecnológicas, por mencionar un tema, se incorporan en la vida pública más rápido de lo pueda hacer el Estado.

Por ejemplo, primero llegó el uso de aplicaciones para pedir alimentos a domicilio, servicios de transporte, lugares para dormir, renta de bicicletas, y luego se trató de regular. Si para actualizar la reglas y normas el proceso es lento, para la construcción de las instituciones democráticas se lleva aún más tiempo. Implementar y consolidar las nuevas instituciones es un largo proceso para que las ciudadanías las adopten y las hagan suyas. 

El Estado democrático, como ya lo mencionamos, ha dejado de estar sustentado en la división tripartita del poder público en la medida que la ciudadanía (y puede que hasta los partidos políticos) se ha involucrado cada vez más en el quehacer público para hacerle frente a los nuevos retos. El resultado ha sido la creación de esas nuevas instituciones que en México conocemos como los organismos autónomos, con el fin de atender asuntos específicos de manera que la independencia con que cuenten les permita hacer un trabajo más eficiente y sin las presiones del titular del poder ejecutivo. El ejemplo más tradicional y extendido es la autonomía del Banco Central para quitarle al presidente la tentación de utilizar el banco para compensar la política económica. 

La existencia de organismos autónomos no es exclusiva de México, como lo pudimos contemplar en las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos donde el Servicio Postal es independiente a los otros poderes. No se necesita mucho para imaginar el escenario de lo que hubiera pasado si esa oficina hubiese dependido del presidente Trump. La ventaja de los organismos autónomos va en dos sentidos, permiten un trabajo más eficiente e incrementan el control sobre el poder ejecutivo.

Lo anterior nos lleva al Leviatán, esa figura mítica de un gran monstruo marítimo con el cual Thomas Hobbes comparó al Estado. Daren Acemoglu y James A. Robinson han dedicado un par de extraordinarios trabajos para explicarnos el por qué en algunos países prevalece la libertad y por qué en otros lo que manda es el autoritarismo. En el ya clásico libro de 2012 ¿Por qué fracasan los países? llegan a la conclusión de que, además de los factores relacionados con la economía, la falta de instituciones políticas pluralistas (entiéndase democráticas) permiten que un presidente (por buena o malas razones) concentre el poder del Estado. 

Mientras que en su obra más reciente, El pasillo estrecho, nos señalan que hay tres tipos de Estado, uno llamado Leviatán ausente, donde existe eso que hemos abordado en otras ocasiones y se le llama Estado Fallido, donde no hay ley ni gobierno que se imponga en el territorio de un país determinado. Otro, al que se considera el Leviatán despótico, que corresponde al tipo de organización donde el poder se concentra en torno a una persona, a un déspota, y donde la sociedad se encuentra subyugada. Y finalmente, el Leviatán encadenado, donde el poder del Estado no se concentra en una sola persona, sino que se reparte entre diferentes instituciones, y donde la sociedad trabaja de manera coordinada, no subordinada, al poder. El Leviatán encadenado transita sobre un pasillo estrecho donde estará en riesgo de convertirse en despótico o en ausente.

En este sentido, lo ideal sería tener un Leviatán encadenado que puede resolver los conflictos de manera justa, que además proporcione servicios públicos eficientes y promueva y estimule las oportunidades económicas para todos y, de manera no menos importante, que impida la dominación de unos sobre otros al establecer los fundamentos básicos para la libertad. Este es el Leviatán en el que la gente confía. 

En nuestro país estamos viviendo una época donde más que recorrer un pasillo estrecho, lo que estamos haciendo es caminar sobre una cuerda floja que peligrosamente está oscilando hacia el lado del Leviatán despótico. Es decir, los vientos están soplando hacía la concentración del poder. Las propuestas que ha señalado el presidente de eliminar los organismos autónomos, no es otra cosa más que volver al viejo orden institucional priista de los años 90.

Hoy los poderes autónomos han sufrido un asedio desde el poder ejecutivo. Se les ha tratado de limitar o incluso de reconfigurar para que estén alineados a los intereses del gobierno. Al poder ejecutivo no le gusta que le cuestionen, le limiten o le impidan sus acciones. Se sienten atados por la independencia de otros poderes. Y si las cosas no funcionan, pues la culpa es de esos otros poderes que han impedido llevar a cabo la agenda presidencial. Les encanta la democracia, si es para llevarlos a la presidencia, pero les estorba esa misma democracia si está compuesta por una pluralidad de poderes.

La multiplicidad de poderes en México se ha desarrollado de forma tal que su creación es de carácter constitucional para que no dependieran directamente del presidente, o para que en la conformación de los mismos, los nombramientos fueran aprobados por mayoría legislativa y, en consecuencia, las decisiones que se tomaran, fueran libres de influencias políticas. Cabe señalar la sociedad ha jugado un papel principal como impulsora para la creación de estas figuras autónomas, con el fin de ponerle contrapesos al presidente en turno. 

Lo anterior ha llevado a que los partidos políticos representados en la Cámara de Diputados lleguen a acuerdos para poder llevar a cabo los nombramientos. Este comportamiento es normal en toda democracia. De igual forma, es normal que al poder ejecutivo no le guste que le cuestionen sus acciones y trate de influir de una u otra forma sobre los poderes autónomos. Así funcionan las democracias pluralistas donde los distintos poderes se equilibran.

Esta relativa independencia ha sido atacada duramente durante el presente sexenio de distintas formas. La primera víctima directa fue el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, creado en 2013, como parte de la reforma educativa con la pretensión de medir y evaluar los planes de educación, así como los conocimientos de los maestros. En 2019 Morena y los partidos políticos aliados votaron a favor de su desaparición.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), creada primero como parte del gobierno de Salinas y en 1999 ya como un organismo autónomo constitucional, fue constantemente atacada por el actual presidente de que no haber hecho nada ante las violaciones a los derechos humanos en sexenios pasados. Los ataques cesaron en cuanto se designó a la candidata propuesta por el presidente para presidir la CNDH, y por cierto, también cesaron las investigaciones y recomendaciones. 

El mecanismo de asedio a los poderes autónomos es simple: se identifica a quienes cuestionan las decisiones o no se alinean a la política presidencial y luego se aplica el típico combo de acusaciones de este sexenio: hay corrupción, es muy caro y no beneficia al pueblo. Por supuesto, sin pruebas, ni denuncias.

Luego, los actuales intelectuales orgánicos publican sus opiniones en la misma línea, al tiempo que en redes sociales se reproducen las opiniones y críticas donde los usuarios (reales o falsos) atacan e insultan a quienes se oponen a propuesta oficial. Luego viene el proceso para dejar la autonomía en el archivo del olvido, o de plano, como parece ser con el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) organismo creado en 2002, se va a pedir la desaparición constitucional del mismo. 

La existencia de poderes autónomos, esa especie de equilibrios pluralistas, le crea rechazo a una buena parte de los gobernantes por considerarlos, incómodos y hasta estorbosos para la implementación de acciones. No es extraño que desde el liderazgo del poder ejecutivo se lancen campañas para desacreditar a quienes consideren sus enemigos, o adversarios como también suelen llamarles, o simplemente a quienes de manera sencilla al realizar su trabajo le dicen no al presidente.  Los poderes autónomos son la expresión de que la sociedad no quiere, ni debe, delegarle todo el poder político a un solo hombre. Si esto sucediera, sería un fracaso para la sociedad, porque como bien lo señalan los Acemoglu y Robinson, “El despotismo tiene que ver con la incapacidad de la sociedad para influir en las políticas y actuaciones del Estado”.

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