¿Qué pasará con Estados Unidos después de Trump?

La prensa estadounidense y la internacional están llenas de análisis sobre el fin de Donald Trump como alternativa política en Estados Unidos.

Por ejemplo, Anna Applebaum, la ganadora del premio Pulitzer y estudiosa de los fenómenos de ultra derecha, asegura que el mandatario pasará el resto de su vida en tribunales. Pero la pregunta es: ¿Qué va a pasar con el trumpismo?

En principio, sin un articulador del discurso del odio y la mentira y sin una plataforma organizada de medios de comunicación digitales y tradicionales, es muy probable que ese movimiento pierda fuerza. El mejor escenario es que figuras moderadas como el senador Mitt Rommey o la senadora Lisa Murkowski, pueden ganar el control del Partido Republicano y establecer con los demócratas un acuerdo general en temas fundamentales que asegure la estabilidad del sistema político.

Sin embargo, los y las candidatas afines a Trump, aunque hayan perdido algunos espacios, son electoralmente muy competentes, por lo que podrían obtener el control del partido y, comandados por personajes como Ted Cruz, orillar a políticos como Rommey y Murkowski a volverse independientes.

Otra alternativa es que personajes como el vicepresidente Mike Pence o el senador Mitch McConnel se desmarquen de las posiciones y actitudes más violentas y radicales de Trump, pero cultiven su base. En ese caso, se puede consolidar un Partido Republicano de derecha en una línea muy dura, en temas como migración, en contra de cualquier tipo de regularización, en su política exterior, aislacionista; en las policiales, en contra de la reforma policial; y en la fiscal, a favor de los recortes fiscales a los más ricos. Eso garantizaría que se perpetúe la encarnada disputa partidaria en ese país.

El punto es que no se sabe qué pasará ni con el Partido Republicano ni con la base social de Trump. Alrededor de la mitad de los votantes republicanos rechazaban en los sondeos la toma del Capitolio, pero la otra mitad la apoya. El problema es que las condiciones sociales y económicas que llevaron a Trump al poder siguen ahí. Trump se equivocó, se desesperó, mostró su peor cara y sobrevaloró su influencia sobre los actores políticos del Partido Republicano. Ahora lo vemos con el “impeachment”, recientemente aprobado por la cámara baja en su contra, bajo este escenario es casi imposible que sobreviva políticamente.

Los grandes financiadores de la política americana, las grandes empresas, amenazaron con suspender donaciones a quienes hayan votado en contra de la certificación de la elección de Biden. Pero la enorme y creciente desigualdad sigue ahí, también la falta de empleos de calidad, a pesar de periodos de crecimiento, en varias regiones de ese país, así como las enormes dificultades de movilidad social para las personas de menores ingresos. Continúa el racismo estructural, las organizaciones extremistas, las teorías conspiratorias, el evangelismo radical y políticos dispuestos a culpar a los migrantes de todos sus males.

Trump mostró que es posible articular ese rencor y con un programa repleto de mentiras y políticas contraproducentes para sus votantes, alcanzar el poder e incluso intentar secuestrarlo. A Estados Unidos le urgen reformas a su sistema político, que sienta sus bases bajo principios hoy en día obsoletos, y a sus políticas económicas para que se puedan construir alternativas económicas y de participación política institucional para millones de personas empobrecidas y olvidadas. De otra manera, la salida de Trump no necesariamente será el comienzo de un proceso para mejorar su dañada democracia.

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