El Punto Débil del Vecino Incómodo

La relación entre México y Estados Unidos es, por excelencia, el ejemplo de convivencia norte-sur. Es la frontera más extensa entre una nación plenamente desarrollada con un país de ingreso medio. Nuestra identidad nacional se ha desarrollado, en parte, en defensa frente a la nación más poderosa del mundo, que ha intervenido en el país en varias formas por un par de siglos.

Hoy, por los mismo, es peculiar observar cómo el vecino ni siquiera es capaz de elegir su gobierno. De hecho, el carácter democrático de Los Estados Unidos de América está en duda debido a que el candidato que más votos obtiene no siempre encabeza el gobierno. Además, en los últimos años durante la gestión de Trump, las instituciones de gobierno y rendición de cuentas no fueron lo suficientemente sólidas para sostener a un presidente que abusa sistemáticamente de su poder, sobre el resto de los actores e instituciones. La democracia en América es frágil, no evolucionó bien su entramado institucional y no logra consolidar un proyecto común hacia el futuro.

El punto es que, si bien la tentación intervencionista siempre ha sido un riesgo para México, ante el prominente vecino, ahora su fragilidad política es el nuevo riesgo. Estados Unidos, más un subcontinente que un país, ya no tiene un proyecto nacional, sino visiones francamente contradictorias entre sectores muy amplios de su población, lo que se convierte en un nuevo peligro para todos, más para nosotros, sus vecinos.

En 20 años, el partido republicano ha ganado el voto popular en solamente una ocasión, pero han gobernado por 12 años. Eso es profundamente disfuncional. Hoy es muy probable que Biden, que ganó por mucho el voto popular, sea el próximo presidente, pero incluso eso está en duda.

El campo de batalla político de ese país es brutal, solo existen enemigos y el campo de acción para concretar acuerdos es prácticamente inexiste. En el último acto equivalente al informe de gobierno del presidente, este no fue capaz de saludar a quien presidía la Cámara de Representantes, quien, en pleno discurso, rompió las páginas impresas del discurso presidencial.

Estados Unidos es un país en el que el presidente en funciones dice que ocurrió fraude electoral. Una nación en la que ciertas ciudades son ingobernables por las tensiones raciales y en donde la policía practica deliberada y sistemáticamente la violencia en contra de las minorías. Se trata de una nación en la que la desigualdad se ha disparado en los últimos 40 años.

La mala noticia es que esa nación es con la que tenemos el 80% de nuestro comercio, en donde viven 20 millones de connacionales, de donde provienen miles de millones de dólares de remesas y con el que compartimos una docena de ciudades binacionales. El proyecto demócrata es el que mejor parece servir para enderezar lo que alguna vez fue el modelo democrático en el orbe. Sin embargo, no es claro que desde ese polo se pueda consolidar un proyecto lo suficientemente incluyente y exitoso para garantizar el impulso de políticas razonables que garanticen el apoyo de las mayorías.

Lo que parece más probable es que tengamos que ser testigos de fiascos electorales como el de los últimos días, y espectáculos de confrontación como los que observamos en su congreso durante los últimos años. Por suerte, la estrategia de México frente a Estados Unidos ha sido pragmática. No nos fue tan mal con Trump porque desde el gobierno mexicano se tuvo una estrategia para lidiar con el personaje. Se logró firmar un nuevo acuerdo comercial y ahora México no fue tema en la elección presidencial.

¿Qué hacer con el vecino incómodo, antes predecible? La respuesta es ahora una incógnita, será el principal tema de política exterior de los próximos años. Es verdad que el triunfo de Biden es una buena noticia para México y el mundo. Se impulsarán políticas ambientales, comerciales y migratorias más razonables. Lo que no terminará, menos con el cerrado resultado de la elección, es el convivir con un país profundamente dividido, sin liderazgos capaces de generar consensos y salvaguardar las instituciones democráticas.

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