Tabula Rasa

El difícil regreso a clases

El pasado lunes dio inicio el nuevo ciclo escolar en las escuelas públicas y privadas. Los tiempos que estamos viviendo obligaron, primero a la improvisación para el cierre del ciclo lectivo anterior y ahora, a presentar un modelo más trabajado, aunque lleno de controversias. Sin embargo, las dudas y quejas en torno a los pasos y medidas a realizar para el regreso a clases, presencial o virtual, es una discusión mundial.

Como es evidente, nadie estaba preparado para un salto tan gigantesco y prematuro. Entre enero y marzo, de la noche a la mañana se interrumpieron las actividades escolares. El desconocimiento al comportamiento y alcances del coronavirus llevó a las sociedades y a sus gobiernos a aceptar la irremediable decisión de cerrar las escuelas en todos los niveles. Con esta medida vinieron más problemas y nuevos cuestionamientos hacia el futuro próximo. Las repercusiones en el hogar, donde se pasó de una convivencia familiar que podemos catalogar como intermitente, donde los padres ( o uno de ellos) salen a trabajar y los niños acuden a la escuela, transformó las casas de espacios de convivencia a extensiones del salón de clases y de las oficinas.

No todos se adaptaron de la misma forma. El impacto emocional fue más fuerte en unos que en otros y, por desgracia, en no pocos casos con repercusiones de violencia intrafamiliar. La amplitud y disponibilidad de los espacios físicos determinó buena parte del intercambio al interior de los hogares. La tendencia de conectividad y de aparatos tecnológicos, aunado a la pertenencia a una educación privada o pública, fueron marcando de distintas formas el transcurrir de los días y el acceso al conocimiento.

De repente, las diferencias en las clases sociales, que tanto contribuyó Marx a fijarlas como concepto, se vieron reflejadas en las tecnologías de la información. Se pudo haber creado un nuevo índice de exclusión: la cantidad de computadoras, tabletas y teléfonos inteligentes y la velocidad del internet, por persona que habita un hogar. El lujo máximo es equiparse en una Apple Store.

Estos tiempos nos han llevado a tener que adaptarnos de manera colectiva a nivel global como solo se solía ver en alguna película. Primeramente los niños, quienes se la pasan oscilando entre las actividades más simples o con meras repeticiones de lo ya visto, y las demasiadas tareas, sembrando desconcierto y una presión adicional a todo el entorno familiar. Eso sin contar que se les ha robado lo más valioso a esa edad, la posibilidad de salir a jugar a un campo, de pasear por un parque, de convivir en el recreo, de asistir a las fiestas de cumpleaños, de los primeros noviazgos, de eso que los adultos le llamamos socialización.

Luego los padres, divididos entre quienes pueden hacer homme office y quienes no. Para los primeros, la vida diaria se divide entre trabajar y ser maestros auxiliares para los hijos, o se están encargando de las labores del hogar y las escolares al mismo tiempo, o, en no pocos casos, se hacen labores del hogar, del trabajo y de educación. Para los que salen de sus casas a trabajar tienen el dilema de con quién dejan a sus hijos. Por no hablar de quienes han perdido sus trabajos.

Y por último tenemos a los maestros que se estresan igual que los demás tratando de entender qué tantas actividades tiene que dar, con cero conocimientos para elaborar contenidos de educación a distancia, y a veces sin las tecnologías o las capacidades para el uso de tecnologías. Atados a una computadora buscando materiales, revisando tareas, tomando cursos de actualización para entender qué es y cómo funciona Blackboard, Zoom, Google Meet, Goggle Classroom, WebEx, Meeting, Moodle y cuanto plataforma exista. Sin escapar del hecho de tener que ser maestros de sus alumnos y de sus hijos. Total, padres de familia, alumnos y maestros se la pasan en arenas movedizas.

Jean Jacques Rousseau señala en Emilio o de la Educación que “todo cuanto nos falta al nacer, y cuanto necesitamos siendo adultos, se nos da por la educación”. Sin embargo, las diferencias entre los que pueden acceder a educación privada o tienen medios para una más o menos cómoda educación con las nuevas tecnologías, son muy grandes y amenazarán con ahondar la brecha educacional. Podrán existir clases remotas por diferentes medios, pero eso nada va a garantizar el aprendizaje de los alumnos. A las desiguales condiciones hay que agregar el hecho de que en México, como en algunos otros lugares, asistir a la escuela le garantizaba a los alumnos accesos a desayunos nutritivos. El resultado va a ser que los sectores más vulnerables, al término de la pandemia, estarán más marginado por esta acumulación de factores negativos.

La ONU, en palabras de su Secretario General, expresó que se calculan 1,600 millones de estudiantes afectados en el mundo y se espera que el abandono escolar podría llegar a los 24 millones de estudiantes. Cifras brutales porque las repercusiones en capacidades adquiridas y retrasos educativos tendrán una repercusión aún más grande en el largo plazo.

Por otra parte, el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), La educación en tiempos del coronavirus: Los sistemas educativos de América Latina y el Caribe ante COVID-19, publicado en mayo pasado, señala que en los 25 países de la región el cierre de escuelas afectó a unos 165 millones de estudiantes en todos los niveles. Peor aún, dadas las deficientes condiciones de las escuelas, no se contempla un regreso a clases seguro, dado que no se cuenta con la infraestructura sanitaria ni con el agua potable para la adecuada limpieza, y la sobrepoblación de algunos salones evitará que exista la distancia adecuada entre los alumnos.

Ahora bien, no todo está perdido. El propio BID indica la existencia de dos tipos de soluciones para la enseñanza remota, las de primera generación y las de segunda generación (igualito a las denominadas reformas económicas estructurales de los años 80-90, o como quien dice, no hay mucha imaginación para los términos): por un lado, la combinación de materiales  impresos, radio  y televisión; mientras que por el otro las plataformas y sistemas de gestión de aprendizajes a través de recursos digitales.

Grandes quejas surgieron en México cuando se planteó el actual programa de educación por televisión, pero ni siquiera es, como pudimos ver, ni original ni nuevo. Las telesecundarias que surgieran en México en 1968 como un concepto vanguardista y que con el paso de los años se concibieran como obsoletas, resurgen hoy como el modelo para sobrevivir. Quizá es momento de recordar (los que tengan edad para ello) de cómo en la campaña electoral del 2000, Vicente Fox se burló de Francisco Labastida por proponer inglés y computación para todos los niños. Si hubiera prevalecido la visión a largo plazo quizá la brecha tecnológica de hoy fuera mínima.

Por otra parte, México se enfrenta al reto educativo con rezagos. La Secretaría de Educación Pública informó que unos 2.5 millones de estudiantes abandonaron los cursos el año lectivo anterior. De acuerdo con el INEGI, más de 16 millones de hogares no tienen acceso a internet. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social informó que en 2018 de las más de 226,000 escuelas públicas del país, el 2% no tiene ningún suministro de agua (red pública, pozos, abastecimiento por camiones cisternas) y solo el 53% cuenta con agua potable. Además, el 44% de las escuelas no tiene servicios sanitarios ni energía eléctrica. En cuanto a conectividad digital, solo la tienen el 22% de las escuelas. Con estas condiciones, las opciones menos malas para la salud de los niños y su aprendizaje es no regresar a los salones y tomar clases por televisión. Hasta la opción de programas de radio debería de estar contemplada, porque de acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales de 2018 el 11% de los hogares rurales de México no tiene un aparato de televisión.

Al no existir condiciones para que el regreso a clases sea presencial, tenemos que aceptar el hecho de que el país no está en condiciones de que la educación sea distancia mediante plataformas digitales. En estos momentos las clases por televisión son como la democracia, no serán la mejor opción, pero son las menos malas. En vez de estarnos lamentando por tener a los hijos en casa todo el día, hecho que no podemos cambiar, empecemos a construir el entorno del regreso. La ruta de lo que debe hacerse ya la establecieron la UNESCO, UNICEF, el Banco Mundial, la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados y el Programa Mundial Alimenticio, con las Directrices para la Reapertura de Escuelas: en cuanto los gobiernos hayan controlado la transmisión local de COVID-19 se centren en reabrir las escuelas con las mejores condiciones (agua limpia y jabón por lo menos);que las iniciativas de educación compensen el tiempo perdido y lleguen a quienes corren mayor riesgo de quedarse atrás; se dé prioridad a la educación en las decisiones presupuestales, y; se dé un salto hacia sistemas que impartan educación de calidad.

Hay que exigirle al gobierno que si en verdad le preocupan los pobres, es el momento de dar todo el apoyo a la educación para que puedan revertir las condiciones de marginación. Los apoyos y subsidios ayudan, pero no resuelven el problema a largo plazo. El gobierno, tan dado a buscar referencias del siglo XIX, debería hacer suyo los postulados de Simón Bolivar cuando expide en 1825 un Decreto para organizar el sistema educativo de la Gran Colombia, donde señala que “El primer deber del gobierno es dar educación al pueblo”, para posteriormente, señalar en el artículo 16 que “El Gobierno se compromete a señalar en favor de la educación todos los ahorros que en lo sucesivo puedan hacerse en el arreglo de otros ramos de administración pública”.

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