Tabula Rasa

De la rapidez a la duda

Uno de los grandes valores del siglo XXI, ya lo había anticipado Italo Calvino en sus premonitorias Seis propuestas para el próximo milenio escritas en 1985, es el de la rapidez “El siglo de la motorización ha impuesto la velocidad como un valor mensurable cuyos récords marcan la historia de las máquinas y del hombre”. Y así transcurría la vida, donde todo tenía que ser rápido, desde la velocidad del internet hasta la vertiginosa edición de las películas de superhéroes, donde no había dudas.

Inesperadamente llegó el freno al mundo. Por un momento el COVID-19 detuvo el frenesí de nuestras vidas. De forma inmediata dejamos de ser el hombre nómada que va de un lado a otro para permanecer en casa: dejamos de correr (a veces incluso en el sentido literal de la palabra) para llegar a tiempo a la junta de trabajo, al encuentro amistoso, a la función de cine, para mantenernos dentro del hogar. Como era de esperarse, la situación no podía mantenerse por mucho tiempo, y poco a poco, sin prisas, van regresando parcialmente algunas actividades.

Donde no existió pausa alguna, y quizá también como un efecto secundario del confinamiento social, es en las ganas de ser los primeros. Pero no vayan a creer que tiene que ver con las competencias deportivas o en el lugar de aprovechamiento escolar, sino para muchas actividades donde la velocidad no debería ser lo que prevalezca. Por ejemplo, en el espacio del ocio existe prisa para ver completa una nueva serie o película vía streaming y así poderla comentar, no solo con los amigos, sino con la comunidad virtual y ser parte, cruel paradoja del nombre, de la viralización de la novedad. Detenerse a la contemplación pausada lleva el riesgo de quedar fuera del conversatorio virtual. Antes de que llegue la duda, ponle send.

Esto nos lleva a ese espacio ambiguo e indeterminado de las redes sociales y los acontecimientos de la vida pública. En este agobio de novedades hemos perdido espacio para la reflexión que exige tiempo y maduración. Nos ganan las prisas por ser los primeros en la red. El periodismo clásico que pedía que antes de publicar una nota se debe corroborar la información, está siendo desplazada por la exigencia de la inmediatez de la primicia. No hay tiempo para verificar o, de lo contrario, la noticia se pierde en el vendaval informativo. Es esta ansiedad por el reenviar la que nos lleva a repetir noticas falsas, a creer que noticias viejas son nuevas, a dejarnos encandilar por lo efímero.

Nos ha sobrado rapidez para no pensar. No hay pausa para reconsiderar y preguntarnos, ¿en realidad fueron tan buenos/malos los gobiernos anteriores? ¿En realidad es tan bueno/malo el gobierno actual? No dejamos de respirar, nos sofocamos al comentar y contestar todo de bote pronto. Ahí tienen la expresión de pasmo del funcionario cuando al llegar a una reunión le preguntan su opinión sobre algún evento que está sucediendo en tiempo real, el cual por supuesto ignora.

Dice Daniel Gambper, en el libro que le valió el Premio Anagrama de Ensayo Las mejores palabras que “La verdad se ha devaluado y cotiza a la baja en el mercado de las apariencias. La política se sirve de la palabra para ocultar la realidad. La devaluación de la palabra se da también por la inflación. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales y el populismo simplificador contribuyen a la acumulación, fugacidad y carácter efímero de lo que se dice y se escribe”. Vivimos tiempos de conocimientos volátiles, presurosos y desechables, tan rápidos que no hay tiempo para la duda.

La vida política, que debería ser un mundo de confluencias y deliberaciones, la presenciamos como si fuera un partido de fútbol donde podemos ver que la velocidad se está imponiendo a la reflexión, donde existen dos bandos que aplaudirán a rabiar a su equipo favorito y abuchearán e insultarán al equipo rival. El problema que deriva de dicha actitud es que poco espacio habrá para entender las virtudes y los defectos de las políticas aplicadas y, por lo tanto, se reduce a prácticamente cero la posibilidad de enmendar el camino.

Tomemos el caso de la política seguida durante la pandemia. No hay medias tintas, en el mismo espacio predomina el discurso de que ya domamos a la pandemia con el de que esto ha sido un desastre. Evidentemente, esto no lleva al entendimiento sino a la confrontación. Pocas veces se aluden a los hechos y cuando se acude a ellos se hace desde la óptica del blanco y negro. Solo se ven los datos que se quieren ver. Algunos pondrán énfasis en que somos el tercer país con mayor cantidad de fallecimientos registrados por el COVID-19 con más de 59 mil decesos. Otros dirán que lo importante son los contagios donde de los 22.5 millones de casos detectados oficialmente (seguro hay más que no son detectados) a nivel mundial, México es el 7º país con más casos registrados. O bien, habrá quién aluda al hecho de que comparados con los 61.57 muertes por cada 100 mil habitantes que tiene España, México sólo (¿puede haber algo positivo cuando han fallecido casi 60 mil personas de manera oficial?) tenga 46.3 por cada 100 mil. Ahí están los datos y cada quien los usará para afianzar sus filias y sus fobias.

En estos momentos de crisis de salud y económica que vive el mundo, y a la que desgraciadamente en nuestro país hay que sumarle por lo menos el estado de inseguridad permanente que hemos vivido desde hace mucho tiempo, es cuando más hay que detenernos a reflexionar. Como de costumbre, el maestro Umberto Eco en A paso de Cangrejo, tiene alguna atinada reflexión sobre el tema cuando dice que “es precisamente en los momentos de desorientación cuando hay que saber usar el arma del análisis y la crítica, tanto de nuestras supersticiones como de las de los demás”. Analizar no significa oposición, sino encontrar los defectos, errores y malfuncionamientos del gobierno para que mejore. Ejercer la crítica contra el poder es parte natural del juego político.

Daniel Kahnemam, psicólogo ganador del Nóbel de Economía, en ese libro que todos deberíamos leer, Pensar rápido, pesar despacio, dice que todos tenemos dos sistemas de pensamiento: “el sistema 1 opera de manera rápida y automática en la vida, con poco o ningún esfuerzo y sin sensación de control voluntario; y el sistema 2 que centra la atención en las actividades mentales esforzadas que lo demandan, incluidos los cálculos complejos. Las operaciones del sistema 2 están a menudo asociadas a la experiencia subjetiva de actuar, elegir y concentrarse”. Teniendo lo anterior en mente, tomemos otro ejemplo reciente, los videos de entregas de dinero donde lo mismo participan personajes del PRI, PAN o Morena. Nuestro sistema 1 de inmediato lanzará arengas e insultos acusando la corrupción de unos u otros, o de todos, cuando lo que deberíamos activar es nuestro sistema 2, el reflexivo, y mejor detenernos a analizar lo realmente importante, cómo modificar las leyes, instituciones y conductas para que esto no vuelva a pasar. Lo primero es una reacción natural inmediata, lo segundo es un proceso de construcción que implica ver más allá del momento.

Hay que detenernos un poco para pensar mejor. Volviendo a Calvino “un razonamiento veloz no es necesariamente mejor que un razonamiento ponderado, todo lo contrario”. Como le digo a mis alumnos en el salón de clases, todo está a discusión y debate siempre y cuando sea con argumentos (los cuales requieren de reflexión y espacio para la duda). Si quieren utilizar adjetivos para ganar aplausos (para los cuales sólo basta con ser rápido u ocurrente) vayan a una plaza pública, a un templete o a un Congreso. Decir lo que pienso sin pensar lo que digo, sirve para una canción de Joaquín Sabina, no para un presidente (a menos que esté en un karaoke). El quehacer público requiere de esa reflexión y análisis.

La siempre puntual e incisiva Victoria Camps define las cuestiones aquí planteadas de la forma más sencilla en el Elogio de la duda: “El pensamiento es siempre dicotómico: nos movemos entre el bien y el mal, lo legal y lo ilegal, lo bello y lo feo, lo propio y lo ajeno. Las dicotomías sin matices son abstracciones, formas burdas de clasificar la realidad, inútiles y simplificadoras para examinar lo complejo. Los matices suponen demasiado esfuerzo. La duda inquieta y es aguafiestas”.

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