Sobre el comunicado urgente de la “Brigada para leer en libertad”

A principios de mayo la iniciativa cultural “Brigrada para leer en libertad” lanzó una convocatoria para un curso de escritura en cuyo cartel aparecían exclusivamente nombres masculinos. Dicho curso fue impartido hace tres años, según aclara el comunicado que el 20 del mismo mes anunciaba la cancelación del curso luego de una serie de protestas debido a la evidente falta de inclusión de autoras. El comunicado urgente de la “Brigada para leer en libertad” no remedia en nada el error de anunciar un cartel que contiene dos significantes poderosísimos en sí mismos, pero en tiempos de distanciamiento obligatorio, todavía más.

La lectura y la libertad hoy adquieren un lugar radicalmente distinto porque reflejan las aspiraciones colectivas de comunidad y reencuentro que perdimos repentinamente. Pero también, luego de las crecientes protestas feministas que encontraron uno de sus momentos más simbólicos: la marcha masiva del 9 de marzo de este año en que miles de mujeres marchamos desde el monumento a la revolución hasta el zócalo. Antes, una serie de feminicidios alimentaron el creciente descontento hacia el gobierno mexicano y su negativa a atender con acciones contundentes la violencia sistemática hacia las mujeres; por otro lado, la polarización que las protestas feministas provocan en nuestra sociedad profundamente machista.

Acostumbrado al silencio y la pasividad de las mujeres, un sector de la sociedad revictimiza a las mujeres y a sus familias que viven la cotidiana violencia feminicida, banalizan las protestas cuando en una defensa del patrimonio histórico o arquitectónico de la ciudad, se niegan a mirar la gravedad: los feminicidios, las violaciones, los abusos en espacios escolares, laborales, culturales y públicos.

En ese contexto, que muy someramente he descrito, la convocatoria a un curso de escritura literaria causó gran indignación entre lectoras, lectores y autoras, pues muestra nuevamente lo difícil que resulta al sector público comprender la importancia de que la inclusión de las mujeres se impulse con acciones cotidianas y en todos los niveles de la cultura, la educación, la impartición de la justicia, etc.

Me interesa revisar lo dicho en el comunicado y reflexionar sus implicaciones, el documento puede consultarse en el siguiente link: https://www.facebook.com/photo?fbid=3325112534179034&set=a.276776095679375.

Primero, al referirse a los reclamos que se multiplicaron en redes sociales, el comunicado habla de ruido, de eso que no es sonido, que no alcanza el estatuto de significar nada, que es irracionalidad pura. El lugar del ruido es el del desorden y no del reclamo, menos aún de una protesta legítima, como si la llamada de atención sobre la ausencia de mujeres fuera un grito insignificante. Luego, afirma que a la iniciativa de la “Brigada para leer en libertad” se le acusó de misoginia por no incluir mujeres, el comunicado argumenta que las mujeres que fueron propuestas “no podían” y para reforzar su planteamiento dice: “no se trataba de que solamente fuera mujer, sino que fuera el tema de su especialidad” y, en seguida, aporta tres ejemplos de autoras más que conocidas en el ámbito literario y cultural mexicano e internacional.

Plantear en esos términos no una disculpa, porque el comunicado no admite el sesgo de género que evidentemente tiene, sino una explicación, no da cuenta de cómo es posible que se pueda organizar un curso de escritura literaria o sobre lectura o sobre libertad sin que ninguna mujer tenga algo que decir. Especialistas del cuento, que también son cuentistas hay cientos, muchas con reconocimientos y otras todavía fuera de los circuitos de masificación de la lectura. Solo había que recurrir al brillante estudio que hizo Liliana Pedroza “Historia secreta del cuento mexicano 1910-2017” para encontrar esos, aparentemente extraños, atributos a los que alude el comunicado: hay mujeres que también son especialistas.

Sobre el campo de la novela hay trabajos admirables por las adversidades que enfrentan como el de Cristina Liceaga con “Escritoras mexicanas”, el pionero grupo de investigación Diana Moran, que agrupa investigadoras de varias de las más importantes universidades mexicanas y muchos otros proyectos que buscan mostrar que si se trata de calidad literaria e innovación lo que escribimos las mujeres es igual a lo que escribiría un hombre; pero si se trata de medir el lugar simbólico que la institución cultural nos otorga, es obvio que debemos luchar contra molinos y Quijotes todos los días.

El lugar común que toca el comunicado y que se repite en cada institución, concurso, convocatoria, programa de estudios es que los organizadores “han tratado”, como si su intento continuado por diez años no les hubiera enseñado que intentar no es solo buscar a esas especialistas de la creación literaria, sino encontrarlas. ¿Cómo se hace eso? Igual que con los autores, se piden recomendaciones, se leen sus libros, se consultan los estudios que investigadoras universitarias publicamos para señalar las muchas voces literarias que, pese a los “intentos” de las instituciones, siguen trabajando en la marginalidad.

El tercer párrafo del comunicado, sin pena, lanza lo que las primeras líneas quisieron vestir como sorpresa, o como una mala interpretación de quienes increpamos con argumentos y con sarcasmo el cartel “misógino”. Gentilmente los autores cedieron su espacio para que autoras participaran, pero eso sí sería ofensivo porque implicaría improvisación, debido a que no hay condiciones para hacer el mismo evento, pero con inclusión de género. ¿Se refieren a las condiciones de aislamiento social? Ensayo otra interpretación: nuestros país no tiene condiciones de equidad suficientes para que una institución cultural, que debe contar con colaboradores suficientemente formados y conscientes, advierta que no es posible que no exista autoras expertas en los géneros que ellas también cultivan (cuento, novela, poesía, cine, etc.) y que es responsabilidad de esa institución buscarlas, convocarlas, hacerse de un verdadero catálogo y cartografía de la literatura nacional que, hasta molesta decirlo, no puede prescindir de las mujeres (en todas sus condiciones y diferencias).

Para finalizar, en ese uso de la psicología inversa, el párrafo cierra hablando de una dignidad mayor que la “Brigada para leer en libertad” le otorga a las escritoras, la de no convocarlas a un evento que sería improvisado solo porque la presión legítima de las redes sociales (que es la presión de lectoras y lectores) los obligaría a buscar donde no saben o no quieren buscar. La disculpa, que nunca nos conceden a lectoras, lectores y autoras, sí se la entregan a los escritores que ahora, víctimas de la paridad de género, se quedaron sin dar su clase.

Los esfuerzos de la “Brigada para leer en libertad” por entregar una oferta cultural a nuestra sociedad que, en un momento tan sensible, necesita claramente del arte para reconstruirse, termina por mostrarnos que la cultura mexicana sigue construyéndose y convalidándose en un pacto masculino (donde tristemente participan mujeres también) que, miope a sus propios criterios y sesgos, sigue confundiendo calidad con masculinidad; que, sorda a sus propias palabras y lo que ocultan, repite y confirma su activa participación como agente invisibilizador del trabajo de las mujeres. Con estas acciones dejan ver qué entienden por lectura y libertad: la primera, un acto que no incluye a las mujeres como creadoras de sentido, acto pasivo de autoridad que no admite crítica y menos interpelación; la segunda, un derecho del que algunos ciudadanos gozan parcialmente, porque las mujeres necesitamos, primero, cumplir con nuestro rol social para luego, en el tiempo libre, escribir. Nuestra libertad está supeditada entonces a la jornada impuesta socialmente y a la bondadosa invitación de un burócrata.

El reclamo que provocó un cartel masculino que masculiniza la literatura mexicana adquiere gran importancia porque deja ver el lugar que ocupan de los lectores que echan mano de las redes sociales para mostrar que el campo cultural está cambiando y que las instituciones e iniciativas deben estar a la altura de esos cambios. La cancelación del curso de escritura deja claro que no puede haber ninguna ámbito social ni cultural sin mujeres, porque existen mujeres especialistas en todos los campos y son muchas y muy buenas; pero también hace evidente que la mirada atenta de las lectoras, lectores y escritoras ya no se contenta con señalar las omisiones en los carteles, ahora, con la fuerza del movimiento feminista en México, el enojo legítimo que provoca la desaparición física y simbólica de las mujeres conduce acciones visibles: por ahora la cancelación de un evento, mañana la inclusión creciente de escritoras, artistas académicas en los ámbitos en los que deben tener presencia.

Rocío Aguirre

Rocío Aguirre es investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco y profesora de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de México. Es psicóloga y tiene estudios doctorales y de maestría en Teoría literaria. Sus investigaciones se centran en el estudio de las escrituras del yo, la literatura escrita por mujeres y la relación entre la subjetividad, la intimidad y la escritura.
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