¿Es el patriotismo ingenuo, instintivo y brutal?

“El elemento fisiológico es el fondo principal de todo patriotismo ingenuo instintivo y brutal. Es una pasión natural y precisamente porque es demasiado natural, es decir, completamente animal, está en flagrante contradicción con toda política y, lo que es peor, obstruye de sobremanera el desarrollo económico, científico y humano de la sociedad”.

Esta apreciación parecería, para el gobierno en turno, articulada por un pensador de línea liberal y de carácter conservador, sin embargo, es todo lo contrario. Esto, ya que el texto pertenece al pensador anarquista Bakunin. Así eran unos de los preceptos con los cuales el anarquista establecía el patrón de conducta de los nacionalismos en el siglo XIX. Al margen de los hechos, resulta innegable no comenzar a pensar en nuestro gobierno. México ha creado un nacionalismo extraño, casi brutal dónde se idolatra la vieja cultura indígena que contenía una naturaleza violenta y destructiva, rechazando todo precepto de civilidad aprendido en parte por los europeos. Estas opciones sólo obedecen a un sentimiento colectivo que se revela a través del resentimiento. El presidente que tenemos es parte de ese sentimiento colectivo. Ilusoriamente intuimos que puede existir una reivindicación histórica de todos los males confabulados por el exterior hacia el interior, salvaguardando así la pureza de nuestra cultura originaria como si fuese la única verdad a la cual debemos apegarnos en el guión de la historia. Mas deberíamos recordar que tampoco los indígenas eran puros, ya que, en el proceso de conquista de un gobierno central Azteca impositivo, llegaba a mezclarse con grupos étnicos de otras regiones que incluso hablaban el mismo idioma. Los tlaxcaltecas, cholultecas y algunos otros grupos del altiplano central que representaban aparte de los pueblos tributarios sometidos por este grupo violento llamado tenochcas. No lo queremos aceptar, pero si viviésemos en un tiempo antiguo probablemente estaríamos sometidos a un poder violento bélico profundo y no gozaríamos de libertades individuales procedentes de todo el pensamiento occidental. Hago esta reflexión para explicar que los nacionalismos son así. Vacíos en esencia de contenido humanitario por resaltar las virtudes de un ideal perdido en la historia. Y recordemos que los ideales en general no son formas de vida, ni siquiera encarnan en procesos históricos del todo claros. No obstante, ciertos sectores partidistas han apelado a una perniciosa crítica del uso de las fuerzas armadas en México, después de haber sido los primeros en evocar al ejército, cuando su feble poder se veía superado por la popularidad de otros movimientos políticos. Lo estoy diciendo de forma generalizada, pero debo puntualizar. En la época de Felipe Calderón se buscó sacar al ejército a las calles con el pretexto de combatir al narco, no obstante, de forma paradójica aquel fue uno de los sexenios que manifestaron mayor número de noticias de asesinatos, secuestros, intercambios de droga e incluso capturas, todo esto durante el sexenio calderonista. El ejército no tenía reglamentación para actuar en esos tiempos. El marco jurídico con el cual operaba era un marco de facto y no faltaron en muchas ocasiones las fotografías, los videos y las noticias, que no se hacían ver públicamente, donde el ejército violaba los derechos humanos de los ciudadanos, empleando como pretexto, las acciones contra el narco. No culpo al ejército, es sólo una herramienta sin pensamientos, ya que es un arma humana apuntada al rostro de quien se opone a los designios políticos del Estado.

Esta historia resulta muy parecida a aquella del imperio Azteca donde la fuerza se imponía a los pueblos más débiles: esa era nuestra ilusoria idea de superioridad de los antiguos indígenas. Nos cuesta trabajo aceptarlo, pero eran un grupo primitivo y salvaje que concentraban el poder a través de la fuerza. La ley de la Guardia Nacional lo que busca reglamentar su uso indebido. Ya no nos podemos comparar y anquilosar nuestras ideas en estas estructuras antiguas, abundaban en el salvajismo de un pueblo, pensando que las virtudes guerreras de él son las únicas que ayudan a la supervivencia de una patria. Ante la pandemia de COVID-19, nos percatamos que no es la fuerza y, por supuesto, que no es tampoco la confrontación política la respuesta a un problema invisible como es el ataque generalizado de un virus hacia la humanidad. La pandemia debe ser combatida con inteligencia. Sino hacemos una modificación de nuestras conductas y le damos la razón a la inteligencia podríamos pagar un precio muy alto.

El país no está convencido del todo de las reglas de sana distancia y sigue tomando estas advertencias con ese espíritu antiguo y patriotero de superioridad guerrera que resulta inútil en este tiempo histórico.

Un pueblo fuerte no es aquél que revela el espíritu nativo de origen y que no lo cambia, al contrario, muestra capacidad integrándose a las normas del mundo. Sobrevivir ante cualquier amenaza latente, digámosle virus, guerra o ataque político consiste en la capacidad de adaptación a los criterios novedosos que surgen durante el devenir histórico: podemos llamarlas “nuevas reglas”.

Por eso, la ley de la Guardia Nacional era necesaria como entidad para sacar paulatinamente al ejército de las calles. Las reglas deberían de ser suficientes para que el ciudadano común y corriente pudiera considerar su salud por encima de cualquier otro bien humano y natural. El resultado es opuesto, ya que el ciudadano promedio tampoco ama las leyes, ni respeta las reglas apelando al hecho natural de que nuestros pueblos antiguos eran rebeldes, violentos y sanguinarios. Toda una estampa patológica de un asesino en serie.

Se oye grave y también causa demasiada tristeza mirar las calles y darse cuenta de que la gente sigue saliendo sin ningún cuidado y ninguna cautela en el trasfondo de una pandemia, sólo porque detesta las reglas y las leyes, no se percatan que estas leyes pudiesen salvar su vida.

Recupero la frase que Jesús Silva Hérzog-Márquez escribió en su nota periodística del periódico Reforma el día de ayer. La citó tal cual: “Necesitamos que los datos y la información que ofrece una fuente sean contrastados con otras perspectivas. Es vital que se ventilen las polémicas en una democracia. Pensar que el Patriotismo sea sólo lealtad al poder es una aberración común de los autócratas”.

El peligro de la autocracia está latente. Pero no sólo es problema del gobierno, sino de las causas que por sí mismas se alimentan a través de la negación. Podríamos hablar del PAN o el PRI, quizá también de MORENA como productos naturales de esa necedad que se convierte en causa política.

Al final del artículo, Silva-Hérzog Márquez afirma que los hombres suelen hablar de más y creo que esa debilidad no pertenece a un género. Incluso si fuese así, está asociado directamente a las mujeres: hablan más que los hombres, eso es innegable. Pero el problema no es hablar, sino la discreción que es pertinente a todo pensamiento racional.

En el gobierno mexicano, lo que se debe de buscar no es el “patriotismo ingenio y brutal” que afirmaba Bakunin en sus conceptos de la libertad. Nuestro gobierno debería apelar a la razón las evidencias como los registros que obliguen adaptarse y a cambiar a un gobierno, así como ayudar en la mejora de las políticas públicas y la aceptación de la ley no como mecanismo de rebelión, sino como parte de la naturaleza específica de un pueblo civilizado.

No creo que suceda pronto.

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