A las maestras y maestros con cariño y gratitud

¡Qué ganas de ser de las Maestras que trascienden en la vida de sus estudiantes, de esas que nunca se olvidan por el efecto positivo en nuestras vidas!

Inicié mis estudios cuando tenía dos años y medio de edad. En los años 60 no era común ingresar al kínder antes de los cinco años, pero mi insistencia de querer ir a la cuela —como le llamaba a la escuela en mi media lengua resultaba ya insoportable para mi madre. El contexto familiar propició mi deseo: mi tía y mi tío salían temprano rumbo a sus escuelas y, además, escuchaba las pláticas de mi abuelo en torno a su trabajo docente. Como si esto fuera poco, vivíamos frente a la escuela primaria República de Indonesia en el barrio de Tacuba, de donde veía entrar y salir a cientos de niños y niñas, cuestión de por más atractiva para quien es hija única. Debo reconocer, no sin pena, que no recuerdo los rostros ni los nombres de aquellas mujeres que me dieron las primeras herramientas para mi desarrollo, pero sí está presente en mi memoria lo feliz que me hacía estar en la escuela.

De la escuela primaria recuerdo a la profesora Angelita, quien con su guía paciente y amable me enseñó a leer, escribir y hacer mis primeras sumas y restas. Hasta entonces no conocía el miedo, pero aquel espacio que yo amaba se tornó en aterrador cuando llegué a segundo grado con la profesora Beatriz, quien como herramienta educativa utilizaba el insulto y una regla de un metro que utilizaba para humillar y golpear a sus pupilos(as). Un día, de tarea nos encargó aprender la tabla de multiplicar del 7 ¡de las más difíciles! y, por casualidad, ese día mi madre me dijo que si quería ir al cine. No era cosa de pensarlo demasiado y me fui a divertir con ella. Al día siguiente mi instinto de supervivencia hizo que cerrara con llave la puerta del cuarto donde dormía y me escondiera en el ropero para impedir que me llevaran a la escuela. Lloré y lloré imaginando la escena en que la profesora me pasara frente al grupo, hiciera que me inclinara hacia el frente y ella con regla de a metro en mano, tomara impulso para golpearme en las nalgas y en las piernas. Por fortuna para mí, mi madre solicitó se me cambiara de grupo. Pienso ahora, en aquellas(os) niñas(os) que resistían aquel maltrato. ¿Sería una prolongación del que recibían ya en casa? ¿Lo comentarían a sus familias? Si lo hicieron, ¿por qué nadie acudió a reclamar esta manifestación grave de violencia? ¿O quizá lo denunciaron y recibieron una paliza más por parte de sus madres o padres? Cualquiera que sea la respuesta, es terrible.

En la secundaria tuve profesores(as) que cimentaron mis conocimientos y en la prepa fui afortunada de tomar varias clases con el dramaturgo e historiador Pablo Salinas, a quien de manera cariñosa le llamábamos Pablito, de quien aprendí que el buen trato y mejor humor no están peleados con el amplio conocimiento y la buena docencia.

En la Universidad hubo de todo tipo de profesor: los memoristas, los intolerantes, pero también quienes me enseñaron a mirar más allá de lo escrito en las normas jurídicas. Lamentablemente, algunos de ellos murieron prematuramente como fue el caso de David García y Martín Díaz Díaz.

Pero las y los profesores que definitivamente marcaron el rumbo de mi existencia fueron aquellos(as) con quienes tomé clase en los posgrados. Cuando inicié mis estudios en Criminología, la influencia de mis primeros profesores me estaba orientando directito hacia la criminología clínica, aquella que considera que quienes cometen delitos es porque tienen algún problema de corte psicológico o neurológico. Ya me imaginaba yo midiendo cráneos en la cárcel. Por fortuna, me tocó tomar clase con un profesor recién llegado de Europa, en donde se formó con los más importantes representantes de la Criminología Crítica.  

A mi grupo y a mí nos hizo leer como nunca. Eran textos recientes y lo que poco a poco iba comprendiendo de aquellas lecturas y de sus clases, cimbraron mi piso intelectual: resultaba que casi todo lo que había aprendido en la licenciatura era una mentira, empezando porque el Derecho no era justo. Gracias a él, tomé el camino de esa corriente criminológica, la cual permite mirar la vida, al mundo y al sistema de justicia penal de manera totalmente distinto a lo tradicional. Gracias al apoyo de mi Maestro, Fernando Tenorio, tuve la oportunidad de continuar con mis estudios en el extranjero en donde conocí y tomé clases con quienes son hoy íconos de esta interesante disciplina. Algo que valoro infinitamente de mi Maestro es su generosidad intelectual, ya que hay profesores(as) que hacen suyo el conocimiento y no comparten con sus estudiantes más que lo básico. Imposible hacer escuela a partir del egoísmo. Definitivamente hay Maestros y Maestras que trascienden y transforman la vida de sus estudiantes. De esos(as) quiero ser yo.

Dra Iris Rocío Santillán Ramírez

Abogada y Criminóloga feminista. Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma Metropolitana, Master en Sistemas Penales y Problemas Sociales por la Universidad de Barcelona, así como Maestra en Criminología y Doctora en Ciencias Jurídico Penales y Política Criminal por el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Después de desempeñarse durante varios años en el ámbito de la procuración de justicia, en los últimos 19 años se ha dedicado a la docencia y a la investigación en materia de violencia en contra de las mujeres. Ha dictado conferencias en diversos foros del país y del extranjero y publicado artículos especializados en editoriales de España, Brasil, Argentina y México. Autora de los libros: “Violación y culpa” y “Matar para vivir. Análisis jurídico penal y criminológico con perspectiva de género de casos de mujeres homicidas”, ambos de la editorial Ubijus. Ha trabajado activamente en la capacitación y formación de personal ministerial y judicial en materia de género y derechos humanos de las mujeres. En 2016 recibió la Medalla Omecíhuatl que otorga el gobierno de la Ciudad de México por sus contribuciones en materia de derechos humanos. Actualmente es profesora-investigadora Titular “C” por oposición en la UAM-Azcapotzalco. Investigadora Nacional. Miembro de Número de la Academia Mexicana de Criminología. Forma parte del grupo de trabajo para la activación de la alerta de violencia de género en la Ciudad de México.
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