Entre el enojo y el miedo. Las mujeres en tiempos del COVID-19
Hace un par de años escribí un artículo que lleva el título: ¿Por qué estamos enojadas las mujeres? Intenté hacer en algunas cuartillas un listado de agravios en contra de las mujeres en diversos tiempos y espacios, a fin de que quien lo leyera se sensibilizara y comprendiera que la construcción social del género de las mujeres incide en nuestras vidas, al grado de ubicarnos en una situación de desventaja en diversos planos que, en la mayoría de las veces, se expresa de manera violenta, aunque a veces no la reconozcamos como tal y la normalicemos.
Vivimos en un sistema patriarcal que estratifica a las personas en razón de su sexo, por lo que se valora de manera desigual a hombres y mujeres. Si a esto sumamos que este sistema cruza con el económico, debemos añadir otros tipos de desigualdades que impactan de manera negativa en las niñas y mujeres. Así, por ejemplo, cuando un hombre abandona, o no se hace responsable de sus hijas(os), a lo mucho será criticado y no faltará quien diga: “¿pues qué esperaba ella? ¡Así son los hombres!”. La estructura familiar parece no desestabilizarse, al fin y al cabo, hay una madre “luchona” que sacará adelante a sus hijos sola. En cambio, cuando es ella quien se va y los deja al cuidado del padre, el reproche en su contra es feroz y seguramente, los hijos serán “endosados” a la abuela, hermana o cuñada del señor.
Lo mismo sucede con el enojo, emoción que le es negado a las mujeres. Mientras en los hombres el enojo se justifica con argumentos como: “seguro lo provocaron”, “es que es de carácter muy fuerte” o, “es que es hombre”, en las mujeres se reprime. Desde la infancia escuchamos frases como: “no te enojes, que te vas a poner fea” o “si te enojas, te vas a arrugar”, a nosotras se nos ha enseñado a sonreír y callar frente aquello que nos disgusta. Cuando no acatamos ese mandato de la feminidad, sobre todo cuando respondemos con enojo por defender los derechos que se nos han vulnerado, nos dicen de todo: ridículas, intensas, patéticas, malcogidas, radicales, misándricas, hembristas, feminazis, locas, entre otros adjetivos.
Los motivos por los que muchas mujeres estamos enojadas, como se demostró en la pasada marcha del 8 de marzo, son variados. Sólo por citar algunos ejemplos, en el ámbito de la justicia penal son muchos los casos de violencia sexual, violencia familiar y feminicidios que han quedado impunes, al ser investigados y valorados desde un enfoque androcentrista y carente de perspectiva de género, lo cual redunda en la negación del derecho humano de acceso a la justicia
En tiempos de COVID-19, la vida de un número importante de mujeres en este país se ha complicado exponencialmente. Por razones de género, tradicionalmente a ellas se les ha asignado —y así lo asumen muchas— el cuidado de las y los hijos, de quienes están enfermos y de los(as) ancianos(as), así como todo lo que implica el trabajo doméstico: cocinar, lavar, planchar, tendido de camas, mantener limpia la casa. Como si esto fuera poco, hay que agregar el apoyo que ellas están dando a sus hijas(os) para tomar clases y resolver tareas. Si, además, tienen que hacer trabajo de oficina, la situación se convierte en demencial.
En México, de acuerdo a estimaciones hechas por la Comisión Nacional de Vivienda —con base en datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2018— alrededor de 9.2 millones de viviendas se encuentran en condición de rezago habitacional, lo que significa que los materiales de techos, muros o pisos son considerados precarios, no cuentan con excusado o sus residentes habitan en hacinamiento. A esto hay que sumar que gobiernos anteriores construyeron viviendas de interés social de no más de 40 metros cuadrados. Esta condición situacional, sumado a la sobrecarga de trabajo, el encierro y la cultura machista que muchos hombres reproducen hace del hogar el espacio más inseguro para niñas y mujeres.
De acuerdo a información del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, marzo fue el mes con mayor número de llamadas de emergencia relacionadas con incidentes de violencia contra las mujeres desde 2016. Fueron 26,171 llamadas pidiendo auxilio. De igual forma, las llamadas relacionadas con incidentes de violencia familiar alcanzaron un pico de 545, es decir un promedio de 18 casos al día, número reducido si se considera que sólo la Fiscalía de Justicia de la Ciudad de México inició 2,792 carpetas de investigación por este ilícito en ese mismo mes.
Aunque se desconoce la incidencia, es una realidad que, a pesar del confinamiento, los casos de jóvenes desaparecidas y privadas de la vida de manera violenta no cesan. Cada vez se hace más urgente que gobierno y sociedad trabajen juntos para erradicar la violencia en contra de niñas y mujeres que, aunque no la vivamos en carne propia nos mantiene entre el enojo y el miedo.