Los virus no tienen ideología

El 1987, el escritor Roger Bartra publica por primera vez en la universidad de California en San Diego un texto fundamental llamado La crisis del nacionalismo. En él se subyacen dos tópicos: la función del mito y el mito de la función. Para Bartra, catalán, el mexicano y el ajolote son piezas de una biología endémica muy parecidas. A la vanguardia de los conceptos del mexicano, incluso superando no es sus formas, pero sí en el método analítico al texto de Octavio Paz “El laberinto de la soledad”; quizá el texto de Santiago Ramírez llamado “El mexicano: psicología de sus motivaciones” o aquel ya clásico de Samuel Ramos: “El perfil del hombre y la cultura en México.” Todos estos libros cuestionados por una visión antropológica y biológica de las interacciones entre el mexicano moderno y la sociedad que ha trazado para sí. El ensayo, integrado después en el libro El oficio mexicano (Grijalbo, 1993), Bartra logra hacer una disección del tiempo moderno especialmente en ese texto llamado la crisis del nacionalismo. A pesar de los esfuerzos de integración tecnológica de los gobiernos postrevolucionarios, era innegable que este proceso histórico se iba a presentar en algún momento debido a que la forma en que se desarrolló el México del siglo XX. Esto traería como consecuencia la integración de la técnica, la ciencia y la filosofía a las formas de gobierno. El nacionalismo, como causa ideológica, pertenece a una serie de ideas míticas que redundan en símbolos inasibles, por supuesto, transformados en formas, estructuras y diseños sociales desde la época previa la conquista. Esos símbolos ahora son inútiles por sí mismos.

Ya que lo mítico será reemplazado por la técnica, esa es la visión, esa es la manera de ser objetivos ante la realidad. Sin lugar a dudas, México sufre en ese momento una transición que no tiene nada que ver con el poder político. Ni siquiera con las ideologías e incluso, refutando Slavoj Zizek, no tiene nada que ver con una idea socialista y ni pensar derrumbamiento del sistema capitalista posmoderno.

El gobierno mexicano encabezado por Andrés Manuel López Obrador celebra la crisis neoliberal y la caída del sistema anterior. Sin embargo, desconoce que las nuevas estrategias de gobierno y las estructuras sociales sólo pertenecen al orden social y antropológico del pueblo y no a las formas de gobierno, es decir: el poder siempre va a emanar del pueblo, no de una ideología. Roger Bartra nos traza una ruta que pasa de la crisis, la moderación tecnocrática, hacia las ironías de la eficiencia (hablando de las acciones de los políticos como vemos ahora). Que es justamente la trampa en la cual está cayendo el Gobierno Federal, puesto que hay un contraste profundo entre los hechos de la realidad objetiva y el carácter ideológico de su movimiento político. La política no puede cambiar la realidad natural y mucho menos la naturaleza de los últimos tiempos. Los virus no tienen ideología. No es necesario establecer que la ideología sólo puede servir para trazar una ruta crítica que definirá la resolución de un problema. El Gran contraste es que la ruta crítica se tiene que trazar cada día en cada circunstancia. El gobierno de López Obrador ha incurrido en varias contradicciones, entre ellas la toma de decisión pública sobre algunos acontecimientos y luego la negación de esta misma toma de decisiones. No ha entendido aún el Gobierno Federal que la ideología no va a resolver los problemas profundos de cultura de sociedad y de estructura política. El ejemplo claro de esta forma de poder la encontramos en Edipo rey, recordando que la estructura política emanaba de un líder que tenía que resolver un gran problema. Al verse rebasado por la peste, el líder fue reemplazado por un joven que logró derrotar a la esfinge. Indudablemente, el gobierno de Tebas es suplantado por la juventud la audacia y la inteligencia de Edipo. Sin meternos en la propuesta freudiana del incesto, sólo quedándonos con la estructura de poder. Este nacionalismo que puede surgir en México a partir de la crisis tiene que ser uno que integre la ciencia y la tecnología, no sólo que sea teórico, sino que en la práctica maneje de forma adecuada los mecanismos de poder. Quizá un nombre velado aparezca en el horizonte, a través de ese ser enquistado en la estructura de salud de nuestro país y que ha logrado mantener orden a pesar de la crisis de la pandemia que estamos viviendo. Hugo López-Gatell, indudablemente, puede ser el siguiente hombre encargado de este aparato complejo que día a día va cambiando y que se ajusta a las innovaciones de un tiempo distinto que está por encima de las ideologías. Ya veremos si la época resulta propicia al médico y le permite subsistir a las trampas políticas de los líderes inmediatos cercanos a López Obrador como Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum o Ricardo Monreal. El doctor López-Gatell no es ingenuo. Ya participó en causas políticas durante la toma de C.U. Aún no vislumbramos su faceta política. Creo que debemos esperar un poco de tiempo a que todo cambia en el escenario del poder.

En la política, el mexicano que surja después de la crisis de salud que estamos viviendo ahora será un tipo distinto. Incluso algunos estudios mencionan que en este nuevo mexicano también habrá una preocupación profunda por la salud, por el bienestar común y, finalmente, por las instituciones que manejan al estado. El mexicano del futuro ya no se preocupará sólo por el presente, también se avizora que el mexicano del futuro será alguien que diseñe el porvenir para las siguientes generaciones.

Así Bartra termina su artículo: “Es necesario reconocer que la modernidad mexicana es un cúmulo de frustraciones y fracasos…”

El destino ya nos superó, indudablemente.

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